Vivir en paz

Por Antonio Tello

La expresión “¡Déjame en paz!” es un ruego o un pedido imperativo de uno a otro, para que cese en su acoso u hostigamiento y le permita vivir con tranquilidad, serenidad y sin tensiones. Vivir en paz, sin conflictos ni violencia, es probablemente uno de los mayores deseos de la humanidad. Sin embargo, a lo largo de la historia, tal estado se ha manifestado difícil de alcanzar dando lugar a definiciones de paz condicionadas por múltiples factores que hacen tanto a la naturaleza humana como al carácter de las relaciones sociales y políticas.

El 8 de mayo de 1945, Alemania firmó su rendición dando fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa, y el 8 de septiembre, tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo hizo Japón acabando con el conflicto en el Pacífico. Desde hace ochenta años, el mundo vive teóricamente en paz. No obstante, Austria no recuperó su soberanía hasta 1955, cuando firmó con los Aliados el Tratado de Estado austríaco, y Alemania, cuando, en septiembre de 1990, los países ocupantes y la República Federal de Alemania firmaron el Tratado Dos más Cuatro, que dio lugar, poco después a la reunificación con la República Popular de Alemania, ocupada por la URSS. ¿Puede afirmarse que entre 1945 y 1990 la paz fue una realidad efectiva en Europa y en el mundo bajo la amenaza de una guerra nuclear? De ser paz ¿por qué se identifica el período con el de la Guerra fría? ¿Es paz o una mera tregua, constantemente alterada, la existente en estos días entre Israel y la población gazatí? ¿Puede hablarse en este caso de una “pax judía”?

La “pax” es un orden de paz impuesto a un territorio por una potencia, generalmente por la fuerza, por lo que suele ir acompañada del nombre de ésta, como la llamada “pax romana” o “pax augusta”. Ésta se inició el 24 a.C., durante el imperio de Augusto dentro de los límites del Imperio romano, y duró hasta el 180, año de la muerte del emperador Marco Aurelio. En 1893, Joseph Chamberlain i, inspirándose en la “pax romana”, acuñó el concepto de “pax británica”, para aludir a la paz impuesta por el Imperio británico en sus colonias. Después de 1945, el periodismo llamó “pax americana”, a la que impuso EE.UU. por la fuerza de las armas o a través de sus multinacionales en su zona de influencia geopolítica. En los casos más extremos, esta “pax” es llamada popularmente “paz del látigo” o “paz de los cementerios”.

Para unos, la paz consiste en una situación y relación de concordia entre Estados en contraposición a la existencia de guerra o de tensiones bélicas y, para otros, sólo de ausencia de guerra o de conflicto violento entre grupos sociales o Estados ii antagónicos. Esto quiere decir que, si bien la paz supone un estado de calma y quietud, este estado no implica la vigencia de la justicia en todos los sentidos, sino que no hay combate entre los países y que tampoco hay una situación conflictiva que pueda desembocar en una guerra. Asimismo, tampoco la ausencia de guerra equivale a la desaparición del conflicto, ya sea entre poblaciones sojuzgadas por un Estado o la competencia entre Estados, sino que no hay enfrentamiento directo entre ellos. Esto explica que, en períodos de paz general, existan guerras localizadas y de baja intensidad entre países a través de los cuales las potencias enfrentadas dirimen sus pretensiones hegemónicas.

Aunque la idea de la paz ha sido objeto de reflexión desde muy antiguo, es a partir del siglo XVI que filósofos y políticos prestaron especial atención a los mecanismos políticos y económicos que pudieran hacer posible la paz perpetua. Uno de los primeros trabajos importantes fue el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que Etienne de la Boétie dio a conocer en 1548, en el cual manifiesta que los conflictos son provocados por el poder tiránico y que éste se sustenta, fundamentalmente, en la obediencia que le presta el pueblo sojuzgado. En la misma centuria, Enrique IV de Francia expuso el Plan de paz perpetua, en el que proponía como estructura política para una paz duradera la creación de una federación de reinos.

Los tratados firmados en 1648 entre las potencias europeas, que pusieron fin a la Guerra de los Treinta años y dieron lugar a la llamada paz de Wesfalia iii, representaron el inicio del moderno sistema del Estado-nación, al reconocer para Europa una sociedad de estados basada en los principios de soberanía e independencia.

Esta idea fue perfeccionada, en 1713, por el abate de Saint-Pierre, quien en su Proyecto de paz perpetua en Europa sugería una confederación europea con una asamblea general. Este trabajo tuvo un gran impacto entre los pensadores de la época y mereció unas inteligentes Observaciones por parte de Leibnitz y dio paso al importante Tratado sobre la paz perpetua que Immanuel Kant publicó en 1798. En este tratado, Kant insiste en la idea de una federación de estados libres legitimada para constituir una república universal capaz de evitar las guerras mediante el diálogo y garantizar la paz en el mundo. Siguiendo esta línea de pensamiento, ya en el siglo XX se desarrolló la teoría de la paz democrática, según la cual son la democracia y la justicia y la equidad sociales las bases fundamentales de la cultura de la paz, ya que el origen de los conflictos son los gobiernos dictatoriales o totalitarios.

Por cultura de la paz se entiende al conjunto de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y evitan los conflictos mediante el diálogo y la negociación entre personas, grupos o Estados sobre la base del respeto mutuo y de los derechos humanos. La ONU, en su resolución 53/243 del 6 de octubre de 1999, titulada Declaración y programa de acción sobre una cultura para la paz define y desarrolla el concepto reconociendo que la paz no es sólo «ausencia de conflictos». Teniendo la educación como principal agente para la paz, la ONU considera que toda actividad cotidiana ha de estar comprometida con el respeto a toda vida, el rechazo a la violencia, el entendimiento, la solidaridad y la preservación del medio ambiente. Asimismo, recomienda promover la cultura para la paz mediante la educación; el desarrollo económico y social sostenible; el respeto a todos los derechos humanos; la participación democrática; la comprensión, tolerancia y solidaridad entre los individuos; la comunicación participativa y la libre circulación de información y conocimientos, la igualdad entre hombres y mujeres, y la paz y seguridad internacionales.

La cultura para la paz es fruto del pacifismo, el cual es una corriente que se nutre del conjunto de doctrinas espirituales, religiosas, humanitarias y políticas, y acciones orientadas a mantener la paz entre las naciones. En su forma más radical rechaza la violencia en cualquier circunstancia, incluso para responder a un ataque directo. El pacifismo tiene sus raíces en el pensamiento de Confucio y el de Lao Tsé; en el concepto hinduista de “áhimsa”, que significa respeto a todas las formas de vida y el rechazo a toda violencia, que Ghandi proyectó como conducta social para luchar por la independencia de la India, y en la idea de amor al prójimo formulada por Cristo en el Sermón de la montaña (Mt. 5, 1-11), que representó una verdadera revolución ética en un mundo dominado por la noción de la violencia recíproca consagrada por la ley del talión.

Sin embargo, ante las dificultades que planteaba en la realidad la consideración de la paz, Tomás de Aquino, en el siglo XIII, desarrolló a partir de la idea cristiana la doctrina de la «guerra justa», que supuso un esfuerzo teológico-político por regular el conflicto armado sobre la idea de la justicia y la intención moral de la causa, y la legitimidad de la autoridad del declarante.

Con estos antecedentes, los orígenes del pacifismo moderno como movimiento en Europa se verifican en el Congreso para la paz internacional, celebrado en 1843; la Conferencia para la paz de La Haya, de 1899, de la que surgió el Tribunal Internacional de Arbitraje, y los movimientos impulsados por los partidos y sindicatos de tendencia socialista en vísperas de la Primera Guerra Mundial y al final de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de las tensiones provocadas por la Guerra fría, la carrera armamentística y la amenaza de una guerra nuclear. Desde entonces, ante las limitaciones de la ONU para imponer su arbitraje entre los Estados y la proliferación de conflictos armados de baja intensidad en el mundo, el pacifismo ha seguido activo valiéndose de la diplomacia, la no violencia activa, la objeción de conciencia y la desobediencia civil.

Desde las últimas décadas del siglo XX, el pacifismo se ha centrado en la defensa de los derechos humanos, del medio ambiente y la paz como factores interdependientes fundamentales para el futuro de la civilización. En consonancia con esta tendencia, en 2000, la ONU promovió la firma de la Carta de la Tierra, que aboga por una sociedad mundial sostenible, justa, pacífica y solidaria. Asimismo, tanto la llamada Agenda 2030, que acordó en 2015 diecisiete objetivos de desarrollo sostenible iv, como la 30º Conferencia de las Partes (COP30) v, celebrada en noviembre de 2025, en Bélem, en el corazón de la Amazonia brasileña, mantienen la lucha por la paz mundial y la salvaguarda del medio ambiente planetario. Una lucha que tiene su correspondencia en movimientos poéticos, entre ellos el de “Bosques para la poesía vi”, fundado por los poetas argentinos Leopoldo “Teuco” Castilla, Aldo Parfeniuk y Pedro Solans, que aboga además por la designación de la Naturaleza como sujeto de derecho, y “Resistir, la luz de la poesía contra el caos del mundo vii”, impulsado por la poeta ecuatoriana Rocío Durán Barba a través de su Fundación, con sede en Francia.


i Joseph Chamberlain (1836-1914). Empresario y estadista británico.

ii Diccionario político. Voces y locuciones. Antonio Tello. El viejo topo, Barcelona, 2012.

iii El Estado, de la necesidad a la destrucción. Antonio Tello. ECM Digital 1083. https://cultura.riocuarto.gov.ar/el-estado-de-la-necesidad-a-la-destruccion/

vi CONASUD, Bosque de la poesía. https://conasud.com.ar/bosques-de-la-poesia/

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