De ambular i, de Jorge Rodríguez Hidalgo, versos contra la razón práctica
Por Antonio Tello
En tiempos en que la filosofía parece haber resignado su cometido original en favor de la sociología, los poetas más genuinos intentan llenar ese vacío pensando en el ser y su dramático vínculo con la realidad. En este sentido, Jorge Rodríguez Hidalgo parece adherirse a esta, casi imperceptible, corriente poética que no suele encontrar cursos fáciles por los que fluir. Pero esta creación de impronta poética de Rodríguez Hidalgo ha encontrado perfecto encaje de publicación en Cuadernos de la errantía, una editorial madrileña cuya originalidad consiste en presentar sus libros sin su título y sin el nombre del autor en las portadas, en las que sólo aparece la imagen de un determinado artista plástico, en este caso, Plor Brut (llanto sucio), de la malograda artista catalana Berta Paco Sánchez (1985-2020).
La comunión entre la carencia de información editorial habitual de todo libro y su contenido se manifiesta en que tampoco es posible precisar si estamos ante un volumen de poemas o de cualquier otro género, lo que supone una enigmática invitación a explorar el conocimiento de un mundo de visiones y realidades inestables y el sentimiento de extrañeza del ser en él.
Apelando en general a formulaciones aforísticas, en “De ambular” el poeta pregunta y se pregunta sobre cuestiones que vienen casi del principio de los tiempos, de cuando el ser humano tomó conciencia de sí y de su entorno. Pero no lo hace desde los parámetros de la razón práctica sino desde un lugar distinto donde la utilidad es sustituida por una ética universal. En este sentido, Rodríguez Hidalgo parece entroncar con una tradición de pensamiento, que algunos llaman “retórica especulativa”, entre ellos el francés Pascal Quignardii, contraria a la metafísica formulada por los filósofos de la Antigua Grecia y continuada por la teología cristiana posterior.
El punto de conflicto entre las dos tendencias está en el lenguaje, tal como llegamos a leerlas en las Meditaciones, de Marco Aurelioiii. En la nota 566, la última del libro, el poeta Rodríguez Hidalgo hace una aproximación de sentido a “Deambular: Anochece. Parar para conocer el movimiento ajeno; todo lo que nos excede e interesa en su alentar. Rememorar, sin deambular, el camino por recorrer…”.
No se trata, pues, de un actuar en función de un deber ser sino de ir en pos del conocimiento de nuestro ser sustentado en la honestidad. De aquí que Cornelius Fronto, senador, gramático y pensador romano maestro de Marco Aurelio, escribiera a éste que “un filósofo puede ser un impostor, pero el aficionado a las letras no puede serlo”. Esto nos sugiere que los filósofos no sólo se han apartado del “logos”, la palabra, de su cometido principal, sino que los poetas han de ser los “logócratas”, los guardianes de la palabra en el decir de George Steiner, que, atados al mástil de su honestidad, han de atravesar el desfiladero de las tentaciones ideológicas, religiosas, económicas y políticas para expresar la verdad de lo entrevisto en sus viajes de exploración interior.
“¿Sabe ese hombre optimista la oscuridad que se arrostra, lo que esconde la engañadora boca cuando se ensancha para reír por cualquier nadería?” (262) y “El hombre está solo por una insuficiencia naturalmente humana: no sabe salir de sí mismo” (134), escribe el poeta y aquí está la clave del decir poético. Mientras la filosofía abandona el “logos” para entregarse a la especulación abstracta (metafísica), a un decir sin imágenes condicionado a la utilidad, la poesía encuentra en el lenguaje la simiente de la entidad humana en el corazón de “la entidad del mundo”, según intuye Fronto.
La poesía asume el lenguaje como metáfora -“metapherein”- como voz que transporta un significado y un significante -el signo- que, a través de la palabra, como el relámpago y el trueno, enuncian al ser y al mundo indicando a aquél el camino para salir de sí mismo. “Entre usted y su sombra media un hombre” (125) / “Oye, incluso escucha: eres tú” (125) / “Tras las caretas, la razón ordenada, el afán de capitulación y el seductor albedrío se disputan la mirada, la interpretación actuada” (127).
Aquí, el poeta nos devuelve al conflicto original entre el “logos” y la naturaleza que provoca la violencia del lenguaje, cuyas visiones verbales contienen el horror, que el alma humana apenas puede intuir. Esta íntima confrontación supone adentrarse en un territorio desconocido para cuya exploración el poeta, como lo hace en “De ambular” Jorge Rodríguez Hidalgo –“Hombre, ¿una costilla de menos es una insuficiencia emocional más?” (112) -, ha de dominar el lenguaje, hacerse no sólo con su poder sino también con la potencia de su decir, para alcanzar el fondo del alma, el impulso vital, que propicie su emancipación. El poder de la palabra y el poder sobre ella permiten afrontar con posibilidades de liberación los peligros que suscita el pensamiento –“Si los signos y los arpegios carecen de libertad, ¿el silencio escrito acompañará al pensamiento?” (105)- en su deriva hacia la belleza –“Calderón: Tras la belleza, ¿quién, qué es responsable del silencio?” (104)-. Y es aquí donde el lenguaje se manifiesta como un grito silencioso del horror nacido del alma (recordemos “El grito”, la célebre pintura de Edvar Munch) ante su imposibilidad de liberarse de la naturaleza (physis). “Ahombrarse. Todo hombre debe reconocerse y hombrevivirse. Deshombrarse, finalmente, por el acantilado del hombre que va a iniciar el grito” (161).
La imposibilidad del alma de emanciparse de la naturaleza induce al hombre establecer una relación conflictiva con ésta a través de la predación de la que nace la guerra y toda tendencia a la autodestrucción. “Orientación. Oscuridad. Silencio, tacto. Duda. No ver. No oír. Pisar. Inseguridad. Estar dentro. No saberlo. Llamarse. ¿Quién habla? ¿Quién escucha? ¿Quién es quién en la oscuridad, en el silencio incomunicable?” (177).
Sin embargo, la metáfora que trae consigo el “logos” se presenta como un camino de liberación para el ser si el poeta utiliza un lenguaje desnudo de todo artificio, capaz de tensar la escritura hasta vincularla con la violencia de la naturaleza revelando las imágenes del principio. Se trata, en definitiva, de una escritura poética, es decir, una escritura sin tiempo conjugable –“¿Parar el tiempo?: Sin tópicos: ¿también la respiración?” (555)- como la que persigue Jorge Rodríguez Hidalgo desde “Humanódromo” (1997) pasando por “La sobriedad en la distancia” (2004), “En temps inabastable” (2022) / “El tiempo inalcanzable” (2025), y “Bertania, Berta o Berta” (2024), entre otros, hasta este denso y magnífico “De ambular”.
i De ambular, Jorge Rodríguez, Cuadernos de la errantía, Madrid, 2025.
ii Pascal Quignard (1948), Escritor francés, autor, entre otros libros de “Retórica especulativa” (Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2006).
iii Marco Aurelio (121-180 d.C.) filósofo y emperador romano (161-180). Sus Meditaciones escritas en forma de diario personal son reflexiones acerca de la moral, la condición humana y el universo.