Lectura

Bachi Salas, una vida con las palabras

Por Pablo Dema

El gesto inicial de Bachi en este libro -El teléfono del viento, Ediciones del Puente, Río Cuarto, 2023-.nos reúne con nuestros ancestros humanos en un ritual tan primario como actual. Un chasquido, o un libro que se abre. Alguien que capta nuestra atención y cuenta. Así inicia el primer texto, “Hablar con los que amamos”, con un llamado para contar la historia de un hombre que instala un teléfono en una colina para hablar con sus muertos queridos. Lo que parece una excentricidad pronto se revela como una necesidad compartida. Tarde o temprano, todos necesitamos ese teléfono que conecta con el viento. Este motivo inicial va hilvanando los siguientes fragmentos, presentando variaciones sobre el acto de contar y la necesidad de ser escuchados, aludiendo a grandes artistas (Chéjov, Rosa Montero, Edith Vera, Paul Auster), a narradores orales que entregan su arte de manera cotidiana (un trabajador ferroviario, los ancestros que contaban la historia familiar) o a desconocidos cuyas historias llegan por las noticias, como la del joven que en Tokio puso un cartel en una plaza que decía “te escucho”. Toda la primera parte de este libro se puede leer como una reflexión sobre el propio oficio, una recopilación de escenas y situaciones que condensan, con variaciones, el sentido de la tarea a la que Bachi dedicó una vida. Leer y escribir, escuchar y narrar, recibir con gratitud la palabra de los otros y luchar con las palabras propias para ofrecer un don a los demás. 


  Se podría decir que este es el libro es más personal de Bachi Salas. No sólo porque da cuenta de sus referentes y de sus lecturas, sino también porque es un viaje por la memoria hacia el momento en el que todo empezó. Un patio, un árbol, la voz de la madre, la modulación de la voz del padre y su tonada tucumana, las hermanas compañeras de juego, los abuelos, los libros que significaron un primer deslumbramiento y poblaron la imaginación de la niña Bachi, en particular aquellos personajes de Monteiro Lobato que estaban a medio camino entre un juguete más y un amigo: Perucho y Naricita. “¿Cómo puedo haber cambiado tanto y ser la misma”, se pregunta Bachi revisando fotos de su vida? Varios objetos devenidos metáforas le permiten reflexionar sobre la dialéctica del cambio y de la permanencia, es decir sobre el arduo tema filosófico de la identidad. “¿Sigo siendo yo a pesar de los cambios que me suceden a lo largo del tiempo?” La nave de Teseo, cuyas piezas se van reemplazando a lo largo de la travesía, ¿es la misma cuando llega al final del viaje? ¿Y el edificio antiguo que se incendia y es reconstruido a lo largo de los siglos? Estas y otras imágenes, como aquella que proviene del diálogo entre Alicia y la oruga que será crisálida en Alicia en el país de las maravillas, despliegan las paradojas de la identidad y nos enseñan el devenir de Bachi, de la Bachi niña, la Bachi amiga, mamá, abuela, pero sobre todo la cazadora de palabras, la arquitecta de su historia a partir de ese noble material que es el lenguaje. Porque en definitiva son ellas -las palabras- las grandes protagonistas de esta vida y de este libro. Bachi las evoca, las usa como materia prima, como hogar, como destino, como reservorio del amor y de la memoria. Así lo vemos en los textos “Babel”, “Palabras”, “De las palabras”, “Una tregua” y “Descartadas”. En esta última, Bachi emprende un recuento de las palabras que ya no se usan, haciendo el papel de lexicógrafa motivada por las propias vivencias y los afectos. Lo mismo con aquellas palabras de la adolescencia, las palabras que usaba con las amigas de la promo ‘68. Sobre el final Bachi les habla a las palabras como si fueran animalitos, criaturas con las que su ser se encuentra para crear un lugar común que también, hospitalariamente, nos incluye a los lectores. “Así que mejor vayamos despacito” les dice a las palabras. “Construyendo este libro con piezas breves de calidoscopio, mínimas, memorias, destellos, pequeñeces, lo que leí, lo que viví, lo que soñé, lo que imaginé, lo que inventé, dando permiso a los diminutivos a los que temo, hilando, como si fuera un tapiz al que vamos tejiendo y destejiendo, para que nos dé tiempo a ustedes y a mí, de ser felices en esto de esperar cada mañana para encontrarnos”. En este libro está la paciencia de quien supo escuchar y la felicidad de quien tiene algo para contarnos.

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