Historia

A 100 años de la masacre de Napalpí, que tiñó de sangre y dolor la producción de algodón

Por Pedro Solans

El próximo 19 de julio se cumplirán 100 años de la matanza ocurrida en el paraje chaqueño Napalpí, donde cerca de 500 trabajadores rurales fueron masacrados junto a sus mujeres, hijos e hijas por solo reclamar el pago de sus trabajos y el cumplimiento de lo acordado en mejoras de sus vidas.  Eran mayoritariamente aborígenes, de las etnias qom y moqoit, pero también murieron cosecheros oriundos de Corrientes y Santiago del Estero. El sueño del “oro blanco” para ellos fue el infierno y la muerte.

Después de lo ocurrido en Napalpí, nada fue igual para los cosecheros y hacheros en el Chaco. Solo explotación y ultraje.

Antes de Napalpi, “la conquista del norte, la campaña de pacificación”

Las campañas militares contra los aborígenes de la zona chaqueña no pudieron justificarse con disparatadas teorías de seguridad interior o pacificación. La propia Historia puso en evidencia que los fines fueron el saqueo, la explotación y el exterminio de pueblos que tenían sus formas de producción y vivieron sin la necesidad de pertenecer al sistema capitalista.

Los testimonios de la sobreviviente de la masacre de Napalpí, Melitona Enrique y del comerciante de la localidad de Quitilipi, Carlos Eleodoro Ferro, quien había participado, de una u otra forma como victimario, fueron rescatados en el libro “Crímenes en Sangre” que la editorial y librería de La Paz de Resistencia, Chaco, lanzó una edición especial por su centenario.

Los testimonios de Enrique y Ferro dieron sustento a la revisión de la historia oficial de lo acontecido aquel 19 de julio de 1924 en la denominada Reducción de Indios de Napalpí.

La Justicia de ese año determinó que las acciones sangrientas que dejó como resultado, muertos, torturados y desaparecidos se registraron en el contexto de  una sofocación de malones de los pueblos tobas y mocovíes alzados que ponían en riesgo a las poblaciones de Quitilipi y de Machagai.

Sin embargo, se determinó con certeza que fue una matanza despiadada de trabajadores rurales en su mayoría aborígenes que habían sido reclutados para trabajar en la Reducción. 

La matanza se produjo el 19 de julio de 1924, en el paraje El Aguará, donde se habían asentado las tolderías de los aborígenes que trabajaban en la cercana reducción de indios de Napalpí en el entonces Territorio Nacional Chaco. Fue cometida por un centenar de policías dependientes del gobierno central con la colaboración de vecinos de los pueblos de Saénz Peña, Quitilipi y Machagai, en la que resultaron asesinadas entre cuatrocientas y quinientas personas pertenecientes a los pueblos tobas-qommocoví-Moqoit, y cosecheros y hacheros santiagueños y correntinos.

El episodio sangriento se dio bajo la dirección del entonces jefe de la policía Diego Ulibarrie quien recibió órdenes precisas y enérgicas del gobernador interventor, Fernando Centeno, cuya gestión era criticada por los supuestos problemas de seguridad que se daban en el Territorio Nacional del Chaco y ponían en riesgo la producción de algodón.

Los medios de prensa de tirada nacional dedicaban páginas enteras a los episodios de violencia y a los reclamos de los productores de algodón.

El presidente Marcelo Torcuato de Alvear, de la Unión Cívica Radical (UCR), decidió intervenir y pidió a Centeno que resuelva en forma inmediata la situación para evitar pérdidas en la cosecha del producto que demandaba el mercado internacional. Cabe acotar que Alvear, precisamente, había designado a Centeno como gobernador del Territorio Nacional para garantizar la producción de algodón.

      En esa época, la industria textil, ―particularmente la inglesa― tenía una gran preponderancia en la economía mundial y se había quedado sin sus proveedores ―Estados Unidos e India― como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y por la aparición del picudo algodonero, una plaga que devastó los cultivos en las tradicionales cuencas. A raíz de ello, Argentina fue seducida a cultivar algodón por la necesidad del imperio que utilizó el alza de los precios como legítimo anzuelo comercial. El gobierno de Alvear contó con el asesoramiento norteamericano: “El rey algodón” salvaría al país.

      Michel T. Meadows, director de la sección textil del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, publicó en 1924, año de la masacre, un artículo optimista titulado “El Rey Algodón en el Chaco”, que concluía con el refrán norteamericano “Andá al oeste, muchacho” y su contrapartida en la Argentina, con el “Andate al norte, muchacho, andate al norte”.

El artículo repasaba el rápido crecimiento del algodón en la región chaqueña, comparándolo con el más que exitoso y temprano boom agrícola del café en Brasil y el cultivo de cereales en las pampas argentinas. A pesar de la consabida falta de cosecheros y los problemas en la comercialización, Meadows depositaba sus expectativas en el futuro promisorio del algodón.

 La información tecnológica proveniente de los Estados Unidos salvó numerosos obstáculos. Pero faltaba resolver la carencia de brazos para levantar la cosecha y cómo encarar la expansión de plantaciones en tierras ociosas. Estos problemas sólo podían ser resueltos políticamente. Se pretendía la introducción de los aborígenes al capitalismo como mano de obra barata, y el impulso de la inmigración hacia las tierras ocupadas por esas tribus dispersadas en el norte.

En 1904 comenzó una campaña para reclutar familias que se abocaran a plantar algodón.

El médico, abogado, político, empresario, docente y constructor español Juan Bialet Massé, quien residió desde 1873 en Argentina, era un gran estudioso de las realidades regionales que presentaba el país y fue contratado para expandir el cultivo. Trabajó pocos años, falleció en 1907, pero emprendió el camino junto al agrónomo Carlos Girola quien había vuelto de los Estados Unidos donde estudió métodos de producción. El territorio chaqueño emergió como centro indiscutido de la producción algodonera argentina.

El origen de la crisis del mercado de algodón, debida a la acción devastadora del picudo, afectó en forma directa a los Estados Unidos. La situación movió rápidamente al Departamento de Agricultura estadounidense, que envió expertos a todo el mundo para incrementar el cultivo. Aunque la plaga se había deslizado desde el norte de México a Texas a comienzos de 1890, la crisis alcanzó su punto más dramático en 1922. Ese año, el 96% de la cosecha de los Estados Unidos resultó infectada, y como era uno de los mayores productores de la fibra, en 1923 retornó el alza de precios.

El presidente Marcelo T. Alvear encomendó al experto Tomás Le Bretón una campaña ambiciosa que involucrara nuevas y audaces estrategias para producir algodón, y distribuyeron gratuitamente semillas en las áreas rurales.

Le Bretón estaba preparado para cumplir la tarea. Entre 1914 y 1918 había sido diputado nacional, representando al radicalismo. Reelecto en 1918, Le Bretón, renunció para asumir como embajador argentino ante el gobierno de los Estados Unidos, desde donde regresó para asumir como ministro de Agricultura.

Estados Unidos se anotició de la potencialidad de los cultivos algodoneros de la Argentina mediante los informes de sus agregados comerciales, quienes desde 1920 monitoreaban de cerca la producción algodonera nacional.

En abril de ese año, por ejemplo, el agregado comercial, Julius Klein, advertía al director del Departamento de Comercio de los Estados Unidos: “El capital y los fabricantes y norteamericanos harían bien en no ignorar el ferviente deseo argentino de desarrollar las industrias locales como las del algodón”.

En julio de 1923, Le Bretón y el senador radical, Leopoldo Melo, visitaron al Chaco con el fin de observar directamente las plantaciones algodoneras. Le Bretón ya había supervisado la distribución de semillas y promovió el asentamiento de inmigrantes en las áreas productoras para que se formasen nuevas chacras algodoneras.

El ministro contrató al especialista norteamericano Herbert Hoover, quien para aceptar puso dos condiciones claves:

1) Utilizar a los aborígenes como braceros a costos muy bajos.

2) Y la reducción a la mínima expresión de sus poblaciones para tener mayor disponibilidad de tierras.

Alvear aprobó. El ministro Le Breton, fortalecido por el apoyo presidencial, proveyó en febrero de 1924, 19.000 kilogramos de semillas de algodón a productores chaqueños, y puso en marcha la colonización territorial con inmigrantes, particularmente alemanes, en Chaco y Misiones.

       La política de Le Bretón provocó consecuencias desastrosas para los sectores más pobres. Los técnicos informaban a los Estados Unidos que se producían revueltas de carácter social en varias comunidades chaqueñas porque los productores ofrecían un 30% menos por cada tonelada de algodón. La industria algodonera argentina se había vuelto deprimente. Los elevados precios de exportación no podían convertir al Chaco en el reino del algodón, y el gobierno de Alvear tomó la drástica decisión de brindar un escarmiento a los cosecheros que no aceptasen levantar la cosecha a precio vil. Ordenó cerrar la frontera del Chaco para que nadie saliera a trabajar a otras provincias y provocó una de las más sangrientas masacres que se haya conocido en la historia del litoral.

El algodón, “el oro blanco” la producción agroexportadora que iba a llevar al país a ser una potencia mundial se tiñó de sangre y dolor en una orgía de lesa humanidad.

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