De orilla a orilla

DE ORILLA A ORILLA
En el principio fue…el beso

 

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

    Los grandes eventos -no importa la índole- suelen ser recordados por hechos acaecidos durante su desarrollo o antes o después de los mismos y con ocasión de su celebración. Para ir centrando el ámbito a que se refiere el presente escrito, muchos de los fastos deportivos de alcance mundial han acabado siendo etiquetados por circunstancias ajenas a lo que los ha propiciado. Así, tenemos muy presente el sangriento atentado del comando “Septiembre Negro” contra la delegación israelí en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972; el Mundial de fútbol de Argentina, en 1978, bajo la dictadura que tantos miles de desaparecidos produjo, y cuyo presidente de facto, Jorge Rafael Videla, hizo valer sus credenciales (él y Henry Kissinger entraron en el vestuario de Perú, que acabaría siendo derrotada por 6-0) para allanar el camino a la selección albiceleste, que a la postre ganaría el torneo; el Mundial de Rugby de 1995 celebrado en Sudáfrica y el papel decisivo de Nelson Mandela, primer presidente negro del país tras cuarenta años de “apartheid”… Son solo tres botones de muestra de lo que ha sucedido en el mundo con motivo de la organización de los diferentes actos deportivos.

    Los dos últimos mundiales de fútbol, tanto el masculino (ganado por Argentina en Catar, en diciembre de 2022) como el femenino (en que España logró el trofeo, en agosto de 2023), también nos han dejado algunos recuerdos impactantes. En el primero, la sospechosa designación de la monarquía absoluta del oeste asiático como sede de la competición y las anomalías a que dio lugar (país desértico, inusual mes de competición, escaso interés de los cataríes por el fútbol); en el segundo, la adjudicación a Nueva Zelanda y Australia de la organización del importante acontecimiento balompédico, tan ajeno a sus tradiciones.

    Nos quedamos en este último mundial y en lo que ha sucedido a partir de la ceremonia de entrega del trofeo a la selección ganadora, España. De todos es conocido que el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, no supo guardar las formas protocolarias, ni junto a las autoridades con las que compartía el palco, ni durante la entrega de los trofeos, ya a pie de campo. Más aún, abusó de su poder y de las circunstancias emocionales del momento (“la euforia”, declararía posteriormente) para besar en los labios a una de las jugadoras españolas, Jennifer Hermoso, sin el consentimiento de ésta. El hecho, por rápido, pasó inadvertido para la mayoría de espectadores presentes en el estadio, y aun para los telespectadores que lo presenciábamos frente a las pantallas del televisor. Sin embargo, la tecnología permitió recuperar las imágenes en que el directivo español mostraba al mundo su prepotencia y mala educación, cuando no unos modales rayanos en lo criminal (“delito grave”; “acción indebida o reprensible”, son las dos primeras acepciones de la palabra, según la Real Academia Española). Todos lo hemos visto suficientemente: primero se llevó las manos a sus genitales; más tarde, sujetó con las dos manos la cabeza de la futbolista, la atrajo hacia sí y le besó efusivamente (“un piquito”, declaró el abusador).

    Escasos minutos después, un periodista radiofónico español, Juanma Castaño, trabajador de la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE), perteneciente a la Conferencia Episcopal Española, entrevistaba a Rubiales tras excusarse por tener que preguntarle por su actitud (que no llegó a calificar): “dirán que por qué este gilipollas [boludo] de periodista no pregunta…”, empezó Castaño. El presidente de la Federación, además de negar lo que las imágenes habían denunciado, insultó a quienes le estaban recriminando su actitud. La breve entrevista concluyó con halagos mutuos y asegurando que se podían dar un beso en los labios sin ningún problema: “pero sin lengua, eh”, remachó Rubiales. Y lo podrían hacer, convinieron, ante una paella (el periodista hacía poco tiempo que había ganado un concurso de cocina, su pasatiempo favorito), porque “tú eres un gran cocinero”.

    La falta de deontología profesional del periodista y el machismo de ambos, desde luego, fueron los ingredientes de un plato que se les ha indigestado y será recordado para siempre. Lamentablemente, el excelente fútbol practicado por las mujeres perdió, al principio, el protagonismo que merecía, pero, con el tiempo, ese mundial será recordado como el detonante del empoderamiento de las mujeres en el mundo del deporte. ¡Ojalá sea el principio del respetuoso reconocimiento de la mitad -o más- de la población de nuestro planeta!

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