Entrevista a Rafael Felipe Oteriño

Ocupante del sillón nº 10, Carlos Guido y Spano, de la Academia Argentina de Letras y su actual Vicepresidente, el poeta argentino ha realizado una gira por España, donde recibió el “Premio Dámaso Alonso de Poesía” y publicado su último libro, dialoga con nuestro corresponsal en Barcelona.

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

 

    Me reuní con el vate argentino Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945) frente al edificio principal de la Universidad de Barcelona. Departimos relajadamente, siempre guiados por la nobleza de la institución que enmarcaba nuestro encuentro. Poeta, académico de la Lengua y exjuez, Oteriño, que tiene raíces españolas, acababa de ser galardonado (junto a la también argentina Mercedes Roffé -Buenos Aires, 1954-) con el “Premio Dámaso Alonso de Poesía”, que otorga la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid. Unos meses antes, se había publicado en España su último libro de poemas, “Lo que puedes hacer con el fuego”. Cuando nos despedimos, las palabras tendieron un puente para cruzar desde esta orilla del Mediterráneo hasta la atlántica de su Argentina natal y continuar una conversación que ya nunca tendrá fin, como la poesía.

    Ha publicado trece poemarios y dos libros de ensayo, pero su formación académica y su desempeño profesional están vinculados al derecho, pues ha sido juez durante más de tres décadas. También se ha interesado por el conocimiento de la filosofía. ¿Quién ha pesado más en su vida: el jurista, el pensador o el poeta?

    Los tres han estado separados, pero no escindidos. No fueron enemigos entre sí. Quiero decir: han corrido por carriles distintos, pero sin negarse los unos a los otros. El derecho me aportó la idea de un orden formal y de un objetivo moral: ir hacia el otro. La poesía, la certidumbre de una totalidad en la que todos los extremos se unen, creando un lugar para la indecible. El pensamiento no hizo otra cosa que unir esos cabos. Pero lo aclaro: la poesía fue y es para mí el lenguaje por excelencia y la que nunca ha dejado de estar a mi lado.

En lo que usted llama “poesía de pensamiento”, la indagación prima sobre el canto, el lirismo. ¿Qué es la poesía?

    Creo que “pensamiento” y “lirismo” son estaciones de un mismo recorrido en pos de decir “lo otro”; lo que está ahí, en la intuición o en la realidad, pero que no ha tenido enunciación. De esta manera, la poesía es un modo de conocimiento, que tanto adopta las formas del canto, como del pensar y el contar, para manifestarse. A veces, en forma selectiva, dando preponderancia sólo a uno de ellos; en otras ocasiones (que, al igual que en los casos anteriores, pueden medirse en años y hasta en décadas), haciendo de los tres elementos una unidad. Hoy la poesía muestra una tendencia al contar más que al cantar, pero en épocas como las actuales de preponderancia de lo audiovisual, también los poetas se interesan en la composición; esto es, en el diseño y distribución de las palabras y de los versos en la página.

    Rechaza la mentira, la mezquindad y la indiferencia, así como el pensamiento único. ¿Está libre de todo eso la poesía?
    Creo que el ejercicio de la poesía es la mejor defensa contra el pensamiento único y esas otras bajezas éticas. La poesía no miente, fuera de que pueda crear ficciones. Aunque puedan parecer arcaicos y hasta en extremo trillados, sus móviles continúan siendo la verdad y la belleza. La verdad como transparencia; la belleza como ofrecimiento y manifestación.

    Afirma ser deudor de la “madre patria”. ¿Qué hay en su obra de la poesía escrita en España? ¿Qué significa para usted la reciente concesión del premio de poesía “Dámaso Alonso”?

    La expresión “madre patria” tiene la connotación de una época de mi país que coincide con la de mi infancia. La uso desde el ámbito de la lengua y de las letras. Con ella viene el idioma español, que es mi lengua, atravesada –como se encuentra- por los modismos con que la enriquecemos a diario, y de su mano vienen Cervantes, Quevedo, Garcilaso, Unamuno, Valle Inclán, Machado. El premio significa un reconocimiento. Si suma un lector, doble satisfacción: porque uno escribe para entablar un diálogo con el hipotético lector. Varios motivos me unen al universo Dámaso Alonso. En primer lugar, el respeto al escritor y al filólogo. Pero también su aproximación al derecho; su ascendencia gallega; su admiración inicial por la poesía de Rubén Darío, luego sustituida por la de Juan Ramón Jiménez; su ideación (esto es muy subjetivo y algo que también persigo desde siempre) de unir casa y biblioteca. Esto es, que la casa propia y la biblioteca personal no sean espacios estancos, sino que se conviertan en una unidad de vida y fervor.

    Algún lector de su obra, tras elogiarla, ha objetado, sin embargo, que su lenguaje es “castizo”. ¿Ha rehuido la “argentinización” en sus libros?

    No, de ningún modo. Antes bien, con los años he aprendido a desplazar el poco acostumbrado “tú” del habla en estas latitudes por el voseo rioplatense, intentando dar cabida en mi poesía a los giros naturales de mi entorno por sobre el denominado léxico culto proveniente de las lecturas tradicionales. Siempre supe que el diccionario entero está para ser utilizado, junto a las voces de la calle, sus tonos y sus ritmos.

    ¿La poesía debe dar cuenta del poeta tanto como de la sociedad en que vive? ¿Ha de implicarse socialmente?

    Implicarse no es una imposición. La poesía es un lenguaje con reglas, pero esencialmente libre. Esto no quita que siempre, de un modo u otro, la poesía es una radiografía de un tiempo y un lugar. Apartarse de la sociedad en que se vive hace sobrevolar sobre quien lo hace una palabra de fea connotación: anacronismo.

   Como académico de la lengua, ¿en qué estado se encuentra esta en Argentina?

    En el dominio del hablante, de los lingüistas y de los escritores, recogiendo las voces de la calle y de las obras de creación, con los oídos atentos a las inflexiones que se generan en las provincias de todo el territorio. Recientemente, dimos ingreso en el seno de la Academia a un estudioso del lunfardo, ese argot que fuera denostado por Borges pero que se ha asentado, con plenos derechos, en las grandes ciudades y en el habla cotidiana tanto pública como privada.

   ¿Qué le parece el denominado “lenguaje inclusivo”?

    Fuera de constituir un llamado de atención respecto de la discriminación de la mujer y dentro de la idea amplia de los derechos humanos, ha tenido un uso político que no comparto. Atenta contra la economía y ductilidad propias del lenguaje y a veces su uso resulta forzado, echando mano de signos que no son palabras y de letras que son verdaderos pleonasmos. El limpio vocablo “persona”, por caso, expresa con gran belleza y sin excesos tanto el sexo masculino como el femenino.

    Afirma que “con la sangre no discuto, ni aun metafóricamente; está ahí, como un río vital, y yo me limito a dejar que siga cumpliendo su tarea”. ¿Es posible alzar la voz individual en ese “río vital”?

    Sí, claro que sí. Es la tarea del escritor: darle voz a lo que no tiene voz. Con las palabras combinadas de otra manera, en los intersticios entre una palabra y otra, en las afirmaciones y en los puntos suspensivos, el escritor entroniza un lenguaje dentro del lenguaje, una ficción por encima de lo convencional, mediante los cuales crea un mundo más real que el real, en el que están cifrados nuestros anhelos más profundos y nuestros miedos más paralizantes. La creación literaria ensancha la percepción de la realidad, esto lo saben bien los psicólogos y de ello se ocupa la filosofía del lenguaje.

    El poema “Ars poetica” (de “Todas las mañanas”, 2010) concluye diciendo que “la poesía no da fuerza a los remos ni evita que las/ sirenas canten. Tiene el don de hacernos personas”. Su poesía no es efectista, sino reflexiva: ¿tiende a la pureza?

    Sí, es un claro verso reflexivo. La poesía no cambia el curso natural de las cosas, sino que, a la manera de una hermenéutica, nos permite entrar en diálogo con el acontecer de lo otro y de los otros y alcanzar la condición de persona: centro dinámico de acción, volición, responsabilidad y trascendencia. No sé si tiende tanto a la pureza como a la condición moral del individuo. Más bien, es esto último en lo que pienso.

    ¿La sobriedad en el lenguaje es incompatible con la emoción?

    No, la sobriedad (si con ello hablamos de la mesura de la palabra justa) lo que hace es quitar lo superfluo, dejando que aflore la emoción no contaminada por los lugares comunes de la frase hecha y del sentimiento adocenado. La poesía, como construcción verbal, es una exploración en el reino de lo múltiple y lo diverso, y para convertirse en expresión valedera ha de ceñirse a la palabra justa en la que emoción y dicción van de la mano.

    Asegura que la poesía se sustenta en dos pilares: el don y la tarea. ¿Hablar de inspiración, por tanto, es un tópico?
    En el vocablo “don” (dádiva, habilidad, talento) incluyo la idea de “inspiración”, en tanto que “lo dado” en la creación literaria. Lo demás, es tarea, elaboración, trabajo. Ninguno de los dos puede faltar. Sin “don” no hay tarea provechosa; sin “tarea”, el “don” a menudo no se transparenta en su plenitud. Evito la palabra “inspiración” por su larga vinculación con cierta estética de raíz romántica, proclive al arrebato y la enajenación, pero no la niego en absoluto. Ya sea como don, precipitado psíquico, donación o talento, la inspiración está presente en el acto creador.

    Insiste en que la buena poesía “siempre dice lo no dicho, y esa es su luz y su verdad”. Es decir, explora en el misterio. ¿Es la poesía el mejor instrumento para tal indagación?

    Decididamente, creo que sí. No sólo la poesía, sino el arte en general. El verdadero arte no dice más de lo mismo, sino “lo otro” de lo mismo. Lo oculto, lo callado, lo indecible. La novedad y la sorpresa, tanto como la mirada singular de un ser fascinado por la perplejidad de lo real, son constantes estilísticas del arte.

    Ha declarado que en la literatura ama “los detalles, los ‘divinos detalles’”, como dijera Nabokov. ¿Por qué?

    Esto va de la mano con lo anterior. Porque en los detalles y no en la generalización está contenida la criatura humana. Allí la persona genérica es persona individual, el sentimiento conceptual toma estatura humana. El dolor duele, la alegría colma, la memoria se vuelve un horizonte presente.

    Además de la española, admira la poesía anglosajona, así como la francesa, pero sobre todo la obra del polaco Czeslaw Milosz, a quien, por cierto, le dedica el último poema (“Pasado en limpio”) del reciente “Lo que puedes hacer con el fuego” (julio de 2023). ¿Qué ve en este poeta que le acerque tanto a él?

    La presencia en su poesía de un mundo natural y cultural ricamente entrelazado, un narrar y alabar como móviles del poema, la historia del siglo XX expuesta en episodios e imágenes de países y de personas, el hacer pie en el misterio y lo incognoscible como materiales de trabajo, una religiosidad aplicada tanto a lo divino como a la naturaleza. En fin, la imprevisibilidad de la vida como telón de fondo en el que se dibujan nuestros afanes y nuestros más caros anhelos. Milosz fue un testigo del siglo en que vivió y, a la vez, un observador comprometido con el difícil ser y estar en el mundo.

    En su obra, el tiempo es una constante, la mirada a un pasado que no necesariamente es histórico. ¿Qué lugar ocupa la nostalgia en su obra?

    Como tuve en mi vida desplazamientos físicos y exilios interiores, siempre hay en mi poesía algo de dolor por el lugar dejado atrás. Eso me ha permitido elaborar la noción de un paraíso constituido por sitios de la infancia y la reflexión de que, en realidad, gracias a la memoria activada, nunca nos hemos alejado de esos sitios. Así entendido, el modo de creación de la poesía es la recreación. Decir lo no dicho a partir de las palabras familiares de lo dicho, con sus silencios y sobreentendidos.

    ¿El pasado es un presente eterno, dicho al machadiano modo de “hoy es siempre todavía”? ¿Mirar atrás es una forma creativa, no de estar, sino de avanzar?
    Lo has dicho con palabras inmejorables. Y con la sabiduría siempre fresca de Antonio Machado, que todo lo supo, lo reflexionó y logró verbalizarlo como ninguno.

   Reconoce en el poeta español Joan Margarit (1938-2021) el dominio de la estructura en el poema. ¿En qué radica su importancia?

    Destaco en él dos condiciones ejemplares: la capacidad de organizar el poema como una estructura significativa en la que no queda afuera la impronta visual y el poder de la poesía como recolección de todo lo que la vida tiene de disperso, fragmentado, tácito y velado dentro del nuevo orden del poema.

    ¿La palabra sencilla tiene mayor capacidad connotativa que denotativa? ¿Es lo Otro, lo que no se menciona, lo verdaderamente sustantivo en el poema?

    La primera pregunta admite una respuesta doble: en algunos casos, sí; en otros, no. La palabra sencilla, como lo sería “casa” o “árbol” o “perro”, baja un mundo y esto, además de denotar un hecho, apareja todo un sinfín de connotaciones. Pero si carece del resplandor de la sorpresa –de ese “algo más” que la poesía ofrenda-, puede resultar gris, apagada, por no haber dado en el centro del sentido ni suscitado una imagen reveladora. En cuanto a la segunda pregunta, vuelvo a la expresión antes mencionada: la poesía no está llamada a decir más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. Hacer arte no es una tarea ociosa. Es una necesidad y una exigencia que tienen componentes dolorosos y a la vez placenteros. Y esto que vale para el escritor también tiene efecto en el lector, quien, mediante el acto de apropiación de la lectura, hace suyo el texto.

     Afirma en el poema “Las dos proposiciones” (“Ágora”, 2005) que “la batalla está ganada, la batalla está perdida:// las dos proposiciones son ciertas”. ¿A qué se refiere, porque en otro poema, “Duermevela” (“Lo que puedes hacer con el fuego”), dice que “la memoria se hunde en un agua crispada/ que la devorará”?
    Tengo una mirada no poco realista de la intercesión del hombre individual en los grandes procesos de la humanidad. Nunca las batallas están ganadas en su totalidad. Hay pérdidas y hay ganancias. Y la historia sigue su curso. Lo que importa –lo verdaderamente trascendente- es haber estado presente, participando en la creación de futuro. No haber permanecido al margen. El hecho de ser arrojados a la vida no nos fue consultado, pero es apasionante. Dilucidarlo es una más de nuestras tareas. Y la poesía juega en ello un papel preponderante.

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