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Desde el mirador
Promesas incumplidas
Por Kepa Murua
Hace gracia que la ciudadanía se queje de las promesas incumplidas de la clase política. Si con la mayoría de edad se comprende que la vida se mide mediante códigos de conducta que se renuevan continuamente, con la experiencia uno constata que cada cierto tiempo se repiten formas y argumentos que quedan en palabras que son arrastradas por el viento al olvido más recóndito. Pongamos ejemplos para no volvernos locos. ¿Alguien se acuerda de aquel que dijo que en pocos años el país se recuperaría de la crisis con sus reivindicaciones salariales consolidadas? ¿Se acuerda de quien dijo que todo seguiría igual en un paisaje que, por lo demás, cambia continuamente con rostros y caras que lamentablemente repiten lo que dijeron también otros? Por recordar, mi querido lector, ¿te acuerdas de quien nos prometió la erradicación de la violencia en pocos años?, ¿o de aquel otro que afirmó que no iba a pactar con ningún otro? Por promesas incumplidas, ¿alguno puede decirme el nombre de quien habló de progreso y trajo aburrimiento a destajo? A uno que se va haciendo mayor solo le parecen buenas intenciones.
Olvidar es sano. La memoria sirve para tantas cosas, pero si no queremos volvernos tontos al ser conscientes de que continuamente se nos toma el pelo, olvidar, como digo, es un antídoto para tanta miseria que nos retrata en las promesas incumplidas. Las buenas intenciones son como palmaditas en la espalda. Algo así como decirte qué guapo eres, cuando sabes y desean además que sigas así de feo por muchos años. Y tú, mi querido lector, ¿cuántas veces has prometido cosas que luego no has cumplido?, ¿recuerdas aquello que prometiste a tu hijo por quitártelo de en medio?, ¿y lo que confesaste a tu mujer para que te dejara en paz? Y tú, mi querida lectora, ¿cuántas promesas has incumplido con el paso del tiempo?, ¿recuerdas cuando decías amor y pensabas en sexo? Nos pasa a todos.
Para incumplirlas están las promesas íntimas que nos hacemos delante del espejo. Ser mejores con el prójimo, ser más respetuosos, dejar de fumar o de beber, abandonar esas costumbres mezquinas. Intentar aprender algo nuevo, volver a enamorarnos, ser naturales, viajar un poco, leer ese libro que nos han recomendado, promesas que se congelan en el tiempo como la memoria que se pierde. Que ahora muestres tu enfado por lo que escuchas de la clase política con elucubraciones sobre la responsabilidad de lo que dicen y se desdicen, no nos hace mejores que ellos. Las promesas, mi querido amigo, están –por lo que se ve– para incumplirlas.