
66 maneras de mirar
Neus Aguado
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
La poeta argentina Neus Aguado (Córdoba, 1955) acaba de publicar en Barcelona su décimo libro de poesíai, 66 maneras de mirar. Además de la poesía, Aguado cultiva de forma habitual la narrativa, el ensayo y la traducción, sin olvidar los artículos periodísticos, no en vano es licenciada en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. Asimismo, se ha internado en el mundo del teatro (se recibió en Arte Dramático) y ha trabajado en el Centro de Investigación, Documentación y Difusión del Instituto de Teatro de la capital catalana.
Aunque nacida en La Docta, la poeta reside en Barcelona desde la infancia, adonde llegó, eso sí, sabiendo ya leer y escribir desde los tres años gracias a doña Dora, a quien dedica el presente poemario. Neus, por tanto, es una mujer que, como en tantos otros casos, comparte identidades: unos la consideran una española nacida en Argentina; otros una argentina residente en España. Sea como fuere, su obra refleja la doble huella que “sus tierras” le imprimen.
La poesía de Neus Aguado ha mostrado desde sus primeros tanteos -rara avis- una madurez que le ha permitido conjugar con naturalidad los temas de la gran cultura con la vida diaria, cotidiana. Los mitos griegos, las referencias a los clásicos universales de la literatura y a los pensadores de todo tiempo -incluso los más cercanos, como es el caso de la malagueña María Zambrano (1904-1991)- ocupan un lugar principal en su obra, en general, y en 66 maneras…, en particular. Ello es posible por el ejercicio libérrimo de la imaginación, que le ha posibilitado, en palabras de la prologuista del libro, Laura Giordani (Córdoba, Argentina, 1964), “actualizar los grandes mitos en nuestro tiempo, aquí y ahora”. Es decir, Aguado se enfrenta al tiempo de una forma particular: en realidad, se trata de “una especie de no tiempo, o más exactamente, un tiempo circular más próximo al modo en que era concebido en la Antigüedad. Un eterno presente…”
El número 66 del título no está elegido al azar: es la carga nuclear del disprosio, un elemento químico blando cuyas propiedades son fácilmente afectables por agentes externos; es decir, frágil y mutable, como lo son el tiempo y las miradas.
Lo primero que nos llama la atención en el libro es la ordenación temporal de los textos, que no obedece a la cronología lineal, sino a una lógica interna debida a los temas tratados, que son abordados desde 66 puntos de vista diferentes, donde lo importante es lo que acontece. Por lo tanto, los poemas se enlazan de una forma “ajena al mundo de Cronos y más cercana al kairós de los griegos” (Giordani). Las fechas de los textos abarcan dos décadas, y se combinan, repito, de acuerdo con el asunto de que se ocupan. En alguna ocasión la datación es doble (por ejemplo, el poema señalado con el número arábigo “9” fue escrito entre 15.09.1999/ 2019), lo que refuerza la voluntad de subvertir la lógica temporal a que me refería anteriormente.
Son muchos los temas abordados en la obra (los clásicos del amor, el desamor, el desengaño, la finitud, la nostalgia, la condición de mujer…), pero por encima de todos ellos sobrevuelan dos sentimientos muy potentes que influyen en todas las miradas: la pertenencia a un lugar y la ausencia del padre, malogrado tempranamente. Porque Aguado dedica buena parte de las miradas a la situación de extranjeridad; una extranjeridad que no siempre se refiere al extrañamiento de una patria, sino a la soledad o a la perplejidad (“Extraño mi vida entera/ emparrada en algún patio”), pero sobre todo al amor. Ya en uno de los primeros libros de nuestra autora, “Juego cautivo”, el cuento titulado “Amor desconocido” se ocupa de las miradas con precisión matemática pese a que su naturaleza sea algo etéreo (“Recuerdo siete miradas de ese tipo […] son las únicas señales de tu amor”).
La soledad, el extrañamiento y el amor (especialmente la desazón que este comporta -”El amor es devastador”-) confluyen de forma insistente (“las soleadas playas del país sin memoria” o “Soy mi propia viuda, mi antigua amante”) hasta casi la consunción, que no llega a producirse merced al recurso al humor y al empleo de la ironía, que neutralizan el sentimiento trágico, y a la atención a la liviandad de lo cotidiano. A propósito de la cotidianidad, conjuga el día a día con la vastedad de sus intereses más hondos, esos que nacen a partir de la cárcel interior: el mar (el azul, la inmortalidad, la belleza y el amor (mito expectante de Medea), el tiempo, la identidad de la mujer. Es decir, une -acaso en un Jano reconocible- lo posible y lo imposible (inversión sirena/sardina), lo ordinario y lo trascendente, siempre que consideremos lo ordinario, lo cotidiano, como una expresión natural del misterio mayor en que consiste la existencia. Por lo tanto, aquí no cabe la ordinariez más extendida de nuestro tiempo, Internet, que es “un arma de distracción masiva”, que destruye la alegría y nos hace adictos (“Mi móvil llegó a su fin y con él se fueron mis secretas querencias, / mis notas, mis comentarios y mis amores./ Móvil nuevo, vida nueva./ ¡El móvil ha muerto, viva el móvil!”).
Culta -sin regodeos ni jactancia-, deudora consciente de las escogidas lecturas que ha ido atesorando, Neus Aguado no esconde algunas de sus preferencias literarias: las tragedias griegas, por supuesto, pero también T.S. Eliot (“y era abril el cruel”) o Arthur Rimbaud (“abandonaré por fin/ esta temporada en el infierno”). Sin embargo, toda referencia es siempre escasa, parcial. Necesita más: algo que aúne (“Y el tiempo ya no es hoy un mañana/ ni fue ayer, es el contínuum del espacio”) los contrarios (estamos solos, pero observados), algo que exorcice la angustia y extirpe la añoranza de lo perdido y de lo aún no alcanzado. Y ese algo es el mar: “El mar de la muerte me contempla con sus miles de desaparecidos. No puedo mirar para otro lado: sus cambiantes azules me siguen atrayendo para la vida y para la muerte”. El mar está vivo: sus puertas están abiertas a todas las miradas.
i Paseo présbita (1982; Blanco Adamar (1987); Ginebra en bruma rosa (1989); Paraules violeta (en colaboración con Carmen Andreu y Montserrat Beltrán, 1995); Aldebarán (2000); Entre leones (2002); Intimidad de la fiebre (2005); En el desorden de la casa (libro de artista junto a la escultora Marga Ximénez, 2006); Tal vez el tigre (2014).