En la llovizna del puerto[i], de Neus Aguado

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

            Neus Aguado (Córdoba, Argentina, 1955), poeta afincada en España desde la infancia, da a la luz editorial el poemario “En la llovizna del puerto”. Hace pocos meses, “El Corredor” se hizo eco de la publicación de su anterior libro de poemas, “66 maneras de mirar” (Barceloba, 2023). Aunque entre ambas obras hay un margen temporal pequeño, las dos son fruto de un trabajo acometido décadas atrás, lo cual no quiere decir que nos encontremos ante una poesía “antigua” dentro de la producción de Aguado, sino que hemos de ver en ello la unidad y solidez de su pensamiento poético, transversal a todas las edades de esta poeta sin edad, si se me permite, pese a su insistencia en fijar las fechas de composición de los textos que conforman su obra. Los poemas de “En la llovizna…”, nos informa Neus, “fueron escritos en Barcelona de 2002 a 2004”, es decir, hace veinte años. Pese a ello, el poema que precede a las secciones del libro (y que dedica a Federico Gallego Ripoll y Luis Moreno) y el poema que sigue a la última sección (“De repente, en París”) funcionan a modo de prólogo y epílogo y están datados el 03/12/2007 y el 10/08/2023, respectivamente.

            Los versos de “En la llovizna del puerto” discurren en el lecho abierto por el epígrafe de la psicoanalista argentina Natalia Idelsohn, también, como Neus, radicada en Barcelona. Dice Idelsohn que “elegir siempre es perder, pero es el triunfo de un punto sobre el infinito”. Al final de ese cauce,  en la desembocadura que da al mar del final, Neus Aguado replica las iniciales palabras de la psicoanalista: “ya perdí hace tiempo./ Tal vez no es pérdida/ no haber ganado nunca”. Este diálogo interior viene a matizar el que, a lo largo de la obra, personifican un yo y un tú que no son sino las voces (a veces contrapuestas, o enemigas, o fervientemente anheladas para una unidad imposible) de la poeta, quien representa todos los papeles de la aleluya (pagana en su caso) en que se despliegan las estampas de sí misma en un recorrido vital que va desde la infancia a la actualidad. Y ello es posible porque Neus Aguado vuelve de forma recurrente a los mismos asuntos, o para ser preciso, al asunto de su poesía que es la existencia, el ser, sus porqués, pero sobre todo la condición de mujer, sus angustias y deseos, su identidad.

            “En la llovizna del puerto” consta de cuatro partes, flanqueadas por los poemas anteriormente aludidos. ‘Territorio frágil’, ‘Blood relation’, ‘Y me dieron los mares en tu noche’ y ‘El agua del jarrón de las flores del mal’ son lo sugerentes títulos en que Neus divide la obra. Los poemas están numerados con arábigos sin que la finalización de cada sección signifique el fin de la numeración. Esta aparente futilidad en realidad nos habla de la unidad subyacente a la variedad de aspectos tratados en el libro: la identidad y la pérdida (padre, patria, referencias temporales, el amor, la mujer, las palabras…) constituyen los verdaderos leitmotiv no solo de esta obra, sino de su escritura.

            En ‘Territorio frágil’, la infancia es la dolorosa protagonista (“Cuando miro mi infancia, me espanta esa devoción/ ciega, por amor, que ha sido el flagelo de mi vida”) porque es vista como un territorio/tiempo de casi imposible acceso desde el hoy (“y el tren decidió no llegar nunca”; “extraviada en un tren de cercanías que no llega nunca”), pero que deja heridas indelebles (“permitimos desconocernos/ hasta la pequeña muerte/ hasta la violencia de no saber,/ de no volver a saber”). Y la primera es la de la identidad (“quién eres, quién soy;/ unidad partida/ en el tiempo de las olas/ que en un vaivén de risas/ regresa una y otra vez”). Por ello, recurre a la simbología, como la de la figura del hexágono, que en espiritualidad simboliza la armonía, el equilibrio y la unidad. Aguado, atrapada en el tiempo, quiere, sin embargo, superarlo (“Soy como cincuenta mil mujeres/ abrazándome/ desde la infancia hasta la vejez”), así como las estaciones que dan cuenta de su paso. Concretamente, el verano/ invierno (austral/boreal), representado especialmente en el mes de diciembre (“En el cielo de diciembre se perfila el trazo malva-gris de un ángel que no quiso regresar a su lugar de origen y extendió sus alas ampliamente para refugiar mi mirada”). Pero le resulta imposible porque su condición e identidad son duales, algo que le provoca desazón y algo más: ira, violencia verbal (“Si es que me vas a fusilar…”): se dirige a un tú que es, en realidad, su otro yo, porque vive en una permanente división o desdoblamiento (“Nuevamente es el espejo/ el que proyecta mi sombra”) que le pide resolución, cese de la dicotomía, que en ocasiones es incluso ambigüedad (“Despertarme en tus ojos/ y hallar los frutos más soleados del paisaje/ y tener en tu abrazo prolongado/ el cumplimiento de mis años”).

            El amor también constituye otro motivo de discusión de la identidad (“la oscuridad del amor”; “demasiadas palabras/ casi acaban con él”; “Ah, los malentendidos”; “Hablan de mí/ como si fuera otra:/ soy otra y no soy”; “me violento a ser yo misma:/ qué violencia para nada”). Solo la noche, donde se suceden las pequeñas muertes, “borra/ quien fuiste y quien serás”.

            ‘Blood relation’, tal vez, ofrece una alternativa de acercamiento y esclarecimiento de las incógnitas sobre la identidad. Quizá por ello emplea, para el título, el inglés, un idioma que no es el de su ayer ni el de su hoy, una herramienta que podría aportarle desapasionamiento. La sangre, aquí (“lluvia que me convierte en tu rehén”), debe cumplir su función: en ella reside el secreto de la identidad en sentido amplio: nacionalidad, amor, sexo (“cada vez que te vas/ hay una lejanía desteñida/ y un acercamiento aún más incierto”; “Y entregaste la contraseña de mis días”). Pero debe hacerlo casi como un ocultamiento (“Bajo la rosa/ el pacto del silencio/ se amplifica […] como si fuera el silencio/ la rosa que debemos cuidar”), porque no todo puede resolverse con la razón (“Tu secreto es mi sangre”; “tu mirada de agua nocturna/ se inyectará de rojo”; “reclamos estridentes/ como aves desorientadas/ en la llovizna del puerto”) . Sin embargo, es la propia sangre la que le remite a los lugares y el tiempo del dolor, y sobre todo a la figura del padre (“En la pubertad me vendieron/ junto con la hacienda de mi padre,/ nunca más tuve casi ni país ni amor”; “Mi padre ya destruyó/ lo que él más amaba”). En “Blood relation” encontramos unos versos centrales (“llevo en mis genes/ la destrucción del amor”) que se enfrentan, por oposición, a la propuesta de Aleixandre en “La destrucción o el amor”, aunque tampoco es descabellado aventurar que en esta sección se propone también la posibilidad de una catarsis (“mi vida toda he de pasarla/ en construir, con amor”). Pero si algo no esconde Neus Aguado son sus estados de ánimo, que oscilan como un péndulo remedando los flujos y reflujos del mar: ora no sabe quién es ni dónde está (“Y a ti dónde situarte:/ como personaje de un sueño equivocado/ o de una realidad que aborrezco”), ora reconoce su situación con toda la crudeza de que es capaz (“Otra vez soy la que no quiere saber”; “Dos mujeres muertas ocupan mis horas”), incluso hasta proyectar su amargura a todo el género humano (“Veo a la humanidad/ como un único muerto/ que luce mi rostro”) o apartarse del mismo (“siempre nos gustó la poesía alemana/ pero eso no es suficiente motivo/ para que algo nos atraviese el corazón/ por primera vez en nuestra existencia:/ puestos a escoger que sea una bala de plata”).

            ‘Y me dieron los mares en tu noche’ insiste en la mirada a su pasado argentino; en realidad, poco pasado, pues a los pocos años de nacer salió de Argentina, lo cual no obsta para que se pregunte por un tiempo imposible de recordar (“¿qué hiciste a los dos años?). Se mezclan sentimientos, más aprendidos que vividos o recordados (“el descubrimiento de la falsa alegría y de la muerte/ en los ojos de mi padre, en su fiesta de cumpleaños”). Nos encontramos en una sección donde los opuestos adquieren aún mayor protagonismo (“La penumbra oculta de tu vida […] Tu vida oculta, sin tregua”; “Te miro en el espejo,/ sé que es una trampa más./ Al menos, me digo,/ escojo mi propia trampa”) hasta el extremo de dudar de los momentos vividos (“estaba sin estar”, “estaba y no estaba en tu boca”).

            ‘El agua del jarrón de las flores del mal’ nos remite directamente a Baudelaire y al tono declinante o de renuncias de la gran obra del precursor del simbolismo francés. Apenas hay resquicio para la esperanza (“Una se despierta a la hora del fracaso y advierte que nada ha cambiado”; “Estafa de la noche […] de qué sirve parecer otra”; “nada puede volver a ser”; “lo absurdo de la noria”; “la apariencia inestable de lo que parece no ser”; “dar las gracias por lo que no se tiene”; “el pequeño altar que levantamos a diario para poder sobrevivir”). Sí surge, en cambio, una estética nueva, como en Baudelaire (“Una vez más/ bebo el agua del jarrón de las flores del mal/ y me inmunizo hasta el final”): la belleza y lo sublime emergen, por medio del lenguaje poético, de la realidad más trivial.

            El poema que, a modo de epílogo, cierra el libro (“De repente, en París”) resume los principales intereses de Neus Aguado en “En la llovizna del puerto”, a saber: “el delirio arrasador”, el “sigilo de los tiempos”, “el desenfreno y el grito como una sola voz”, “lo oculto de la dicha”, “la locura de la sed”, la “seguridad del desvarío”, el “deseo y meditación de lo imposible” y la “intimidad [y la impunidad] de la belleza”. Una cartografía completa para un paraíso perdido visto como una marina melancólica desde el muelle de una vida que embarca y no embarca hacia todas partes o a ninguna.


[i] En la llovizna del puerto, Neus Aguado, Cuadernos de la Errantía, Madrid, 2024

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