Lectura

Cuando el mundo se llamaba Cerralbo[i], de Ramón García Mateos

 Por Jorge Rodríguez Hidalgo

            El poeta español Ramón García Mateos (Salamanca, 1960) acaba de publicar “Cuando el mundo se llamaba Cerralbo”, un libro que puede adscribirse al género novelístico tanto como al de memorias, pero siempre bajo los auspicios de la escritura poética que caracteriza a este escritor. Profesor de Literatura recién jubilado, ha impartido clases a bachilleres y universitarios durante más de tres décadas en la provincia de Tarragona, frente al Mediterráneo, concretamente en Cambrils, localidad marinera donde reside y ha desarrollado la mayor parte de su vida.

            Paralelamente a su quehacer docente, García Mateos ha creado una importante obra literaria en los ámbitos poético, narrativo y ensayístico, a los que se ha sumado su interés por el folclore y la divulgación de la tradición cultural, en su más amplio sentido, no solo de su tierra de origen, Castilla, sino también de la de adopción, Cataluña. El grueso de su producción procede de la poesía, con doce títulos, pero también ha cultivado el relato, con tres libros, una novela y un dietario. Asimismo, cofundó y codirigió la revista “La Poesía, señor hidalgo”, además de organizar encuentros literarios con importantes poetas españoles (Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Gerard Vergés…) y de integrar el grupo musical “Goliardos”, junto a Pepe Jiménez, Biram y Manuel del Ojo, a quienes aporta su grave voz para recitar textos de la rica tradición literaria española.

            Mateos ha sido galardonado con un buen número de premios literarios, entre los que cabe destacar, en poesía, el Blas de Otero (“Triste es el territorio de la ausencia”, 1998), el González de Lama (“Como el faro sin luz de la tristeza”, 2000), el Rafael Morales (“Morfina en el corazón”, 2003) y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Salamanca (“Como otros tienen una patria”, 2007); y en narrativa, el Tiflos de Cuento (“Baza de copas. Ajuste de cuentas”, 2012) y los Juegos Florales de Tegucigalpa (“Daguerrotipos moderadamente apócrifos”).

            Completan su labor literaria los trabajos de investigación y edición crítica de obras como la “Poesía completa” (2009) de José Agustín Goytisolo, realizada conjuntamente con la escritora española Carme Riera. También ha traducido a autores en lengua catalana: así, “La raíz de la mandrágora” (2005), poesía completa del catalán Gerard Vergés.

            “Cuando el mundo se llamaba Cerralbo” es un retrato de parte de la infancia del niño Ramón García Mateos en el pueblo salmantino donde creció. Ramón, acompañado por sus tres grandes amigos, Manolín, Blanquito y Tomás, ofrece una detallada descripción de los rasgos fundamentales de la vida rural de Cerralbo. La narración, a cargo de un escolar de pocos años que nace al único mundo que puede conocer, Cerralbo, presenta con naturalidad el universo en el que se desenvuelven los niños, sin que el lector eche en falta ultrapasar sus límites. El marco temporal comprende los últimos años 60′ del siglo pasado. Aunque España se encontraba entonces en plena dictadura franquista, nada o casi nada de lo que en ella acaecía es objeto del libro, pues el narrador es un niño que ignora la circunstancia política.

            La obra consta de veinticinco capítulos, numerados con romanos. Tras los dos primeros, los veintitrés restantes se dividen en cinco partes, precedidas por sendos textos, numerados en arábigos y escritos en cursiva, en los que “otro” narrador, el adulto Ramón García Mateos, ofrece reflexiones sobre los asuntos tratados, pero contando con la distancia temporal correspondiente. Dos grandes historias paralelas -la personal del niño y la colectiva de la población- enmarcan una multitud de microrrelatos en que se desgrana la vida diaria de Cerralbo y, por extensión, proyectan una idea “inocente” de la España de la época, mas sin segundas intenciones políticas o morales. Porque Ramón García Mateos no plantea su libro como un ajuste de cuentas con nadie (recordemos que hace una década escribió la obra “Baza de copas. Ajuste de cuentas”, en que, de modo ex profeso, sí da rienda suelta al enjuiciamiento de pleitos de otra entidad), a fin de que sean los hechos los que hablen por sí mismos, sin el condicionamiento de alusiones políticas decantadoras con un sentido predeterminado. El niño Ramón aún no puede saber de asuntos de mayores, pues está despertando a la vida, al conocimiento.

            “Cuando el mundo se llamaba Cerralbo” es una excusa fundamental del adulto Ramón para rememorar al padre nunca conocido y que tanto echó en falta el niño Ramón, pese al amparo de la familia materna. El padre, paracaidista del Ejército español, intervino en la guerra de Ifni (colonia y provincia españolas hasta 1969, en que pasó a formar parte del Reino de Marruecos) y nunca más regresó. Ramón inquiere por su muerte, que unos imputan a una acción bélica y otros a un accidente desligado de la guerra. La “investigación” del menor, pese a regirse por el drama que la ausencia del progenitor supone, enfatiza más sobre los efectos de la ausencia en la soledad del niño (la orfandad como tal nunca se nombra, pese a todo) que en la búsqueda de responsabilidades.

            El libro parece una novela, pues el hilo conductor es el niño narrador y los avatares pasados con sus amigos. Pero la realidad de lo contado le confiere un porte memorístico del que es difícil desasirse y lo eleva a categoría de documento. Manolín, a la sazón coprotagonista trágico, padece una enfermedad -de raro o difícil diagnóstico para la época- que creían anemia y que finalmente es una leucemia que acaba con su vida. Los niños, a lo largo de la obra, entran en contacto por primera vez con la muerte, pues hasta entonces, la muerte era asunto de mayores o viejos (“La muerte da mucho de sí en la imaginación de un niño”). Por lo tanto, “Cuando el mundo se llamaba Cerralbo” plantea la iniciación a la vida de los infantes cerralbeños desde todos los puntos de vista. Porque también ocupa un lugar principal el humor. Una multitud de anécdotas relativas a la juventud del pueblo, a los usos y costumbres de sus gentes, a los hechos truculentos o melancólicos protagonizados algunos de ellos por sus vecinos, son contados en clave de humor hasta alcanzar momentos desternillantes (“ya vienen los reyes [Reyes Magos de Oriente] por los callejones y vienen de barro hasta los cojones”). Sirva como ejemplo, en el apartado dedicado a los apodos, el mote de un niño, “Mismundín”: escribe Ramón que “según contaban, su madre era muy poco agraciada, difícil de mirar que decía con su gracia inmensa la señora Balbina, y la imaginación popular la bautizó, con esa crueldad tremenda que propicia el anonimato de la colectividad, como la Mis Mundo y, como era lo habitual en estos casos, el apodo pasó en herencia de madre a hijo, quien desde bien pequeño, y ya para siempre, fue el Mismundín”.

            La escritura de Ramón García Mateos ha cuidado en todos sus libros del lenguaje, y este no es una excepción; Ramón es un profundo conocedor de la lengua castellana y siempre ha sabido exprimir el significado último de los términos que la componen. En “Cuando el mundo…”, además, nos ofrece un amplio muestrario de las voces y giros lingüísticos locales de su Salamanca natal y aun del pueblo de Cerralbo (“Los pueblos son un entramado de relaciones en el que se cruzan los vínculos familiares como se entrelazan los hilos en el telar: trama y urdimbre para configurar los lazos de sangre en que se sustenta una idea del parentesco que se asemeja más a la tribu que a la imagen habitual de la familia”). Y lo hace no para exhibir el indudablemente conocimiento que de ellos tiene, sino para dotar de un plus de sentido a los temas que trata: tradición (canciones populares, villancicos, aleluyas, refranes…), fiestas, agricultura y oficios practicados en el pueblo, gastronomía, fútbol o toros. Así, expresiones como botabarro -peón de albañil-, esmostelar -caerse y magullarse el cuerpo, especialmente la cabeza- o dar los gallos -una práctica violenta entre los niños consistente en tirar de los genitales a quien se quería castigar- motean el texto con tal llaneza que es posible discernir su significado por el mero contexto.

            “Cuando el mundo se llamaba Cerralbo”, finalmente, adquiere el relieve de los lugares míticos o simbólicos, es un microcosmos/macrocosmos que “existe como existe Macondo o Tomelloso […] existe porque lo imagina un niño”, se afirma en la contraportada del libro. Cerralbo es vida y memoria tanto como muerte, una muerte individual, pues el mundo empieza y acaba en los recuerdos propios, incluso en los que nos son insuflados como tales: “Pero aquella extraña desolación desaparecía con la misma naturalidad con la que había llegado y mi padre y mi abuelo, de quienes no tenía memoria propia sino ajena, y todos los demás muertos del cementerio de Cerralbo, que era como decir del mundo entero, dejaban su sitio a otras imaginaciones más fantasiosas y aventureras, olvidados ya los versos que leía don Eduardo, mientras esperaba que mi tía María acabase su labor de limpieza y ornamentación funeraria y llegáramos a casa a la hora de la merienda”.


[i] Cuando el mundo se llamaba Cerralbo, Ediciones Valnera, Col. Valnera Literaria, Villanueva de Villaescusa, Cantabria, España, 2024

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