Cartas de la Palabra Río

Un lamento por Gaza

Por Claudio Asaad

 

                                                                                                          A Héctor

Los pájaros no se callan y estás lejos. Hay belleza tal vez, pero no sos capaz de advertirla. Adentro un desgarro, una queja, un lamento asordinado se traduce en temblor de las manos. Quisieras no mirar para dejar de sentir, o girar la mirada hacia el borde de otras cosas, aunque no estén al alcance de la vista: las letras de un poema, las flores del sen del campo en la vereda de la casa, los modos de la luz sobre la superficie del atardecer.  Pero tus ojos no se pueden apartar de lo que la pantalla muestra. La Rabia no es solo una enfermedad que genera espuma en la boca y convulsiones, es un síntoma de la ira. Un desagravio contra la vida, una forma de deshabitar la condición humana; someterla al poder que se ancla en los métodos de la muerte.  La mañana se espesa, tu lamento adquiere la silueta del frío. No vale la pena desnudar lo habitual, te lo decís, con voz propia. Tu lamento es una herida más que señala un horror barnizado por la representación, un espanto tallado a distancia, colocado en el menú de los sabores cotidianos. Caen a cielo abierto niños, mujeres, hombres y animales de la casa, heridos o muertos. El ojo de la cámara ampara a unos u otros. El montaje manoseado del relato, sin embargo, no puede enmudecer la evidencia, no puede torcer el lugar donde ubicarse para leer esta historia.

El lamento es una herencia, lo reconoces en la escucha, es una manera de expresar el vínculo con la brutalidad de la vida, pero también con los otros, un brazo antiguo que intenta un gesto repetido hasta la eternidad para insistir con la vida, busca respirar por encima de la pólvora y el hambre: algo de paz, un abrazo que germine tibio y contenga el llanto, recoja a bocanadas el sentido de estar por acá este tiempo brutal de caída infinita a un abismo sin destino.

No hay memoria en esta pantalla.  Pero veo a este hombre. Recoge al niño, mira al cielo. Ya no pregunta por qué a su dios. Dice ¡basta!, en árabe. Ruega, ¡basta! sin rabia, sin ira.  Tapa los oídos del niño, le cubre la cabeza lastimada, la sangre se ve con un color oxidado, un marrón atropellado por la luz artificial. No hay resignación, hay hartazgo y un cansancio sin tregua, un agotamiento de no poder más.

La vida se desprende mientras la mirás. El exterminio no para de avanzar.

Escuchas el idioma de la infancia, su lamento.

Las preguntas se saben sin respuesta, así que se mudan de tu cabeza al centro de tu bronca

¿Qué le queda por destrozar a la brutalidad del odio?

El lamento es una lastimosa fuente de presagios sobre un futuro sin horizonte.

La indiferencia un poder arropado por la perversidad.

Las estadísticas acentúan la desesperanza, refuerzan una desesperación sin calma posible.

Tu lamento, es inútil, personal. No desafía ni un centímetro los pasos del horror.

La lengua repta como una serpiente envenenada por su propia sangre.

Tu lamento quiere torcer la parálisis de la boca que lo pronuncia. Logra apenas un doliente gemido, escupir las esquirlas del lenguaje, su espuma convulsionada.

 

 

Elías.

 

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