Cartas de la Palabra Río

Por Claudio Asaad

 

La casa que falta

A Iván y Luis, in memorian.

 

No voy por allí, con la expectativa de que algo haya cambiado. Si algo no hay, es intención. Pero para ir de aquí para allá, camino por esa calle. Paso por el frente de tu casa. La ventana sin persiana está tapiada con una madera. Otra, igual de blanca y maciza, enmudece la puerta de entrada. No hay más jardín. La palmera es un pedazo de algo mustio, desalojado de la vida. Las paredes blancas se abandonan a la mancha gris que camina con forma de mapa sin forma de país o estrella. La vereda no está igual, Luis, ni el color de las casas. Mis ojos no se acostumbran a la ausencia de luz cálida de la lámpara detrás de la ventana, al oficio del verde del jardín cuidado, a la palmera como un faro en un mar distante. El recuerdo es un censor del tiempo:  no lo revierte, no lo detiene; pero adelgaza su travesía de filo agudo y preciso, lo confunde, lo pone a tiritar por si acaso se cree el rector lineal de toda vida, de toda muerte. Él no sabe que nos quedamos con los diciembres que tuvimos, con vajilla heredada y cristales frágiles para brindar y abrazarnos entre el perfume del alcohol y los sabores de Iván ocupando toda la casa, su sonrisa esparcida por la humedad de nuestras miradas. Los panes navideños, la vigilia de la conversación. 

Los relatos se abren, cuando alguna vida se extingue. Cuando los que quedamos nos juntamos para horadar la nostalgia a fuerza de humor y congoja chiquita, necesaria. Cada vez menos, cada vez más nos distanciamos. No es abandono. Es ritual que ya no.

Un poco más allá, cruzo la plaza de la juventud; ni busco, ni encuentro el dibujo del trazado de la infancia. El cielo se ocupa del atardecer, se opaca, deja las luces brillar.  Llego a la consulta con la orfandad de lo perdido. La voz de Héctor atraviesa la distancia como un aroma sedoso que revuelve el aire disponible para respirar, recupera a los miedos de su jaula de castigo, escucho, además, sobre amar la falta, y siento cómo el gesto de la angustia tambalea. El borde menos denso del lenguaje trata de integrar el vacío, de verlo de frente, intento, entonces, una frase que eclipse el suspiro. No puedo.  La falta completa y llena el lugar de la evocación, lo torna silueta, contorno capaz de pulsar sobre lo agónico para recuperar la vitalidad de aquello que el olvido pretendió sanar.

Regreso sin apuro y no evito el mismo camino. Imagino a Manu mirando el mar desde el balcón. Las luces de la noche se cruzan con mis pasos. Imagino del mar la textura. Lo que se extraña me abriga.

Entro a un bar a protegerme del frío. Me voy sin pedir nada.

 Recuerdo a duras penas estos versos de la poeta Claudia Massin: “Todo lo que perdemos suma una cifra/ única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo, /algo que no estaba destinado a perderse, / tu cifra sería inexacta para siempre”

Elías

 

Compartir

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

1 comentario en “Columna- cartas de la palabra río: La casa que falta”

  1. Conmovedor relato que me transportó a un tiempo en que las navidades tenían olor a jazmín. Y a mi barrio, al que evito visitar para no sentir la ausencia de todos aquellos que daban sentido a mi vida.

Scroll al inicio