REPRESENTACIÓN PARA LA HISTORIA DE PAGLIACCI EN RÍO CUARTO

Por Ricardo Sánchez

El Coro Polifónico Delfino Quirici fue piedra angular de la primera representación en la ciudad de una ópera con su libreto original, en este caso del drama operístico de Ruggero Leoncavallo, en el Teatro Municipal “Carlos A. Granado” de Río Cuarto.

Resulta difícil separar la referencia al hecho artístico propiamente dicho del suceso sociocultural que produjo la representación de Pagliacci.

Es que, si bien hubo experiencias anteriores de aproximación al mundo de la ópera en el segundo mayor escenario de la provincia de Córdoba, ninguna tuvo antes estas características.

Ya en los días previos a las funciones programadas se notaba un interés del público por conseguir su ubicación, algo nada habitual en esta ciudad, incluso ante espectáculos de mayor popularidad.

El remate de ese clima previo fueron las ovaciones que saludaron las dos representaciones de la obra de Ruggero Leoncavallo, expresiones de un público que, en muchos casos, veía por primera vez una ópera.

Seguramente ese algo adicional tuvo que ver con la decisión (inédita) de la Agencia Córdoba Cultura de producir un estreno de estas características fuera de los escenarios de la capital provincial.

Y en ese sentido vale destacar la decisión de quienes gestionan la dirección de la Agencia, de abrirse a esta experiencia de descentralización, tampoco demasiado habitual. 

El detalle nuevo

Río Cuarto ha asistido a lo largo del tiempo a otras aproximaciones al lenguaje operístico: los memoriosos recuerdan antecedentes de algunas versiones, pero nunca de una obra completa.

Versiones de “El Matrero” de Felipe Boero, de “Carmen” con piano y flauta, de “Gianni Schicchi” con coro y orquesta, de “Luisa Miller” con piano a cuatro manos y la más reciente de “Dido y Eneas”.

Lo particular del proyecto impulsado por el director del Coro Polifónico Delfino Quirici, Julio Menéndez, fue que la puesta en escena desarrollara el libreto original creado por el compositor napolitano.

De tal manera que las únicas modificaciones fueron las impuestas por las características propias del escenario y por la imposibilidad del foso para albergar a una orquesta sinfónica.

Respondiendo a esas limitaciones, la puesta en escena de Fernando Alvar Nuñez utiliza pocos elementos (incluyendo alguna tramoya móvil) para establecer los dos escenarios en los que sucede la acción.

Tras un prólogo, que bien podría considerarse innecesario, por lo explicativo, Pagliacci plantea un primer acto con la llegada, a una pobre aldea italiana, de una compañía de cómicos de la legua.

Allí se anuncia la tragedia a través de la reacción de Canio, el payaso principal, cuando un compañero despechado, Tonio, le hace saber que su mujer, Nedda, también parte de la compañía, lo engaña.

Cuando Canio canta, en el cierre de ese primer acto, la magnificencia musical de “Vesti la giubba”, se anticipa claramente que la tragedia, que había quedado suspendida, se consumará.

Aunque Canio proclame que está dispuesto a hacer reír llorando por dentro, porque el espectáculo debe continuar, nadie puede (a él tampoco le será posible) sustraerse a lo ineluctable de las pasiones humanas.

El estallido de esas pasiones se traslada al segundo acto, cuando los sucesos dramáticos planteados como un hecho de la vida real, de la intimidad de esos actores, se concretan al subir a escena.

Con el recurso de entramar los planos de la acción, el traslado de un escenario a otro, se genera una estructura meta-teatral, un juego de teatro dentro del teatro, que la puesta desarrolla sutilmente.

Ópera verista

Históricamente fechada por el mismo autor como la versión teatral de un hecho trágico sucedido, efectivamente, en la Italia de fines del siglo 19, la obra es una de las más famosas óperas veristas.

Cuando Leoncavallo delega el desenlace de la obra a los personajes de la Commedia dell’Arte haciendo dialogar «lo real» con «lo teatral», se adscribe a la tendencia realista de las artes de ese tiempo.

La pregnancia generada por esa sensación de proximidad que, como explicita el programa, surge del apartarse de la tendencia de las óperas de etapas anteriores, hizo a la fama de Pagliacci.

Y creemos que también explica la sensación de cercanía, de cierta verosimilitud, que se generó con las representaciones que estoy comentando, y la fervorosa respuesta de un público no iniciado.

Tal perfil de verdad se sostiene a través de un andamiaje musical que no sacrifica belleza melódica y sutilezas armónicas en busca de resaltar la dramaticidad del asunto narrado.

La potencia desgarradora de “Vesti la giubba”, y las participaciones de los solistas (unas dramáticas, otras delicadamente humorísticas) descansan en partituras tan bellas como la del Intermezzo.

La dirección de Julio Menéndez cuida ese detalle y se expresa a través de la excelente prestación de un grupo de doce estupendos integrantes del ensamble orquestal que defiende a capa y espada esa belleza.

Protagonistas en escena

Con la bella música elevándose del foso, circulan en escena los personajes de la tragedia, envueltos en la mirada, y entre el asombro, de los aldeanos que la ven crecer, indetenible.

Ese contexto se diseña con la fresca y precisa participación del Coro de Niños dirigido por Luciana Cazzolla y con el aporte muy destacado del Coro Polifónico Delfino Quirici.

Habiendo probado más de una vez su desenvoltura escénica, el elenco local tiene como base principal una calidad vocal que volvió a lucirse, en especial en las voces femeninas.

Claro que cada uno de esos detalles serían vanos de no contar con las interpretaciones solistas requeridas para sostener el desarrollo de un dramatismo creciente.

Este Pagliacci se apoya en la muy buena prestación de los solistas (Matías Safari, Maximiliano Spósito, Federico Finocchiaro, Marcos Alvaro Luna y Lautaro Mole) y en especial de los roles principales, especialmente agradecidos.

Brillan Arnaldo Quiroga como Canio con una voz potente y bien timbrada y un gran manejo del instrumento, y la soprano Marina Selva como Nedda, desdoblándose entre la persona de carne y hueso y la ficcional Colombina, con agudos refulgentes y un claro registro medio.

Si, como dice Tonio en el prólogo dirigido directamente al público, el teatro y la vida «son la misma cosa», Pagliacci pone de manifiesto que nuestra humanidad es prisionera de las pasiones.

En medio de la ficción teatral, Canio deja de actuar como Pagliaccio y hace que Nedda deje de actuar como Colombina para asesinarla y para asesinar a su amante: esa violenta debilidad está en nosotros.

Esa prieta avalancha pasional que imaginó Leoncavallo (que se desarrolla en apenas más de una hora), acaba de recuperar su respiración trágica en las dos representaciones que disfrutamos en Río Cuarto a sala llena.

Gestionadas por un grupo de trabajo local, esas representaciones de Pagliacci vistieron de gala al Teatro Municipal y configuraron una particular simbiosis entre la calidad artística y el deslumbrante acontecimiento, inédito para la programación artística de la ciudad.

Intérpretes

Maximiliano Spósito. Tenor. Personifica a Beppe.

Federico Finocchiaro. Barítono. Personifica a Silvio.

Marco Matías Safarsi. Barítono, interpreta a Tonio

Fernando Alvar Núñez. Barítono, regisseur y escenógrafo

Arnaldo Quiroga Tenor. Interpreta el rol de Canio

Marina Silva Soprano. Personifica a Nedda.

Irene Amerio, Pianista

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