
Cine
Días perfectos, de Wim Wenders
Por Antonio Tello
Mediada la tercera década del siglo XXI, el mundo “es muchos mundos, donde no todos pueden comunicarse entre sí”, afirma Hirayama, el protagonista de Días perfectosi. A partir de esta percepción del personaje, Wim Wenders construye en emocionante y bello poema cinematográfico sobre la alienación, la soledad y la incomunicación en estos tiempos de radical individualismo.
Hirayama, nombre con el que Wenders rinde homenaje a su admirado director de cine japonés, el gran Yasujiro Ozuii, es un hombre de mediana edad, humilde y de costumbres sencillas, que trabaja limpiando urinarios públicos en el moderno distrito Shibuya de Tokio y que acepta la realidad de un mundo, “su mundo”, en el que “ahora es ahora”. No es, sin embargo, un hombre resentido, amargado ni resignado. Es un hombre amable, comedido y lacónico, que ha ritualizado sus hábitos consiguiendo tiempo y espacio para gozar de la belleza y celebrar la vida, aunque ésta no esté exenta de dolor.
Hirayama, maravillosamente interpretado por el actor Koji Yakushoiii, se despierta al amanecer con el sonido de la escoba del barrendero o de la lluvia, se levanta y al hacerlo recoge y dobla las mantas de la cama y las guarda, se lava los dientes, riega las plantas, se viste con el mono de faena, recoge las llaves, sale de la casa, respira con los ojos brillantes y una ligera sonrisa mirando el cielo, luego carga los útiles de limpieza en la furgoneta, toma un café del expendedor y, mientras conduce mirando el horizonte de la ciudad con los colores del amanecer, pone un casete y escucha aleatoriamente a The Animals, Lou Reed, Patti Smith, The Kinks, Van Morrison, Nina Simone… hasta que llega a la zona de los urinarios y se entrega a su limpieza de puertas, inodoros, lavabos, espejos, etc. Para él, limpiar los baños públicos no es un trabajo menor y lo hace con esmero y responsabilidad, porque entiende que es un servicio necesario para la comunidad a la que él está conectado a pesar de todo. Wenders nos dice que la noción de servicio en Japón es “una especie de actitud espiritual, un gesto de igualdad y modestia”, lo que explica en parte la conducta del personaje.
Del mismo modo que puede conmoverse observando la luz que pasa a través de las hojas o el caminar errabundo de un indigente, Hirayama también es sensible al llanto de un niño que se cree perdido y lo lleva ante su madre que, lejos de agradecerle la acción, se apresura a limpiar con toallitas las manos del niño que él ha tomado, pero, aunque dolido por el gesto, no deja de mirar con ternura al niño, que se vuelve para saludarlo; a las carencias de su joven y alocado compañero de trabajo, a quien le presta su furgoneta y dinero para que salga con su novia, y a la confesión de un hombre que ve próxima la muerte a causa de una enfermedad terminal, con el que juega a superponer sus sombras para ver si sumadas son más oscuras.
Hirayama lee libros de segunda mano -Faulkner, Highsmith, Haya Koda- y es aficionado a la naturaleza y a la fotografía utilizando una vieja cámara. Con ella trata de atrapar ese momento en que la luz pasa a través de las hojas. Esta afición parece vincularse con sus sueños, secuencias de sombras en blanco y negro, que mucho tienen que ver con el concepto japonés de komorebi, según el cual “la luz y las sombras que provoca el sol al atravesar las hojas movidas por el viento, sólo existe una vez, en un momento”. También sus sueños son momentos únicos de luces y sombras.
Hirayama parece atrapado en su individualidad y en un tiempo, especialmente anacrónico para los jóvenes, a quienes resulta querible a pesar de verlo anclado en la “lejana” era analógica. La película transcurre sin que aparentemente pase nada relevante que rompa la rutina de Hirayama hasta la imprevista deserción de su ayudante, que lo abandona sin previo aviso y lo obliga a encargarse de su tarea, y la sorpresiva aparición de una sobrina que se ha fugado de su casa y busca refugio en la suya. Hirayama la acepta e incluso permite que lo acompañe y que le ayude en su trabajo. Con ella comparte los descansos en el parque, su amor por los árboles y su observación de las pequeñas y bellas cosas que otros no parecen percibir. Durante un paseo en bicicleta al llegar al puente sobre el río Sumida, ella le pregunta si esas aguas desembocan en el océano y al responderle que sí, le propone ir hasta allá. “La próxima vez”, le dice él y ¿cuándo es “la próxima vez”? “La próxima vez es la próxima vez” “¿Y ahora?” “Ahora es ahora”.
¿Por qué él y su hermana, la madre de la chica, no se hablan? Porque este mundo “está lleno de otros mundos y no todos se comunican entre sí”. Él y su hermana son mundos incomunicados, pero aun así Hirayama la llama por teléfono para decirle que su hija está con él. Cuando la mujer va a buscarla en un coche con conductor y le pregunta si es cierto que se dedica a limpiar retretes, él responde afirmativamente con naturalidad. Por la presencia de la hermana y la conversación con ella podemos inferir que Hirayama procede de una familia acomodada y que ha elegido esa forma de vivir y, por su llanto al despedirse, también cuánto le duele que sus mundos no se comuniquen. Hirayama sabe que su vida es una isla, que es parte de un vasto archipiélago que ama aunque no lo comprenda o se comunique totalmente con él.
Días perfectos es una película que trata de la vida y su celebración, del asombro y la belleza; una película poética sobre un modo de resistir a la muerte y a la angustia del vivir en un mundo alienado y alejado de la felicidad.
i Días perfectos (Japón, 2023), de Wim Wenders, interpretada por Koji Yakusho.
ii Yasujiro Ozu (Tokio, 1903-1963). Director considerado uno de los grandes maestros del cine japonés, que trató especialmente los conflictos generacionales y culturales de su sociedad en la posguerra.
iii Koji Yakusho (Isahaya, 1956). Actor japonés de reconocido prestigio. Conocido en Occidente por sus participaciones en Babel, Memorias de una geisha y Días perfectos, por la que ganó el premio al Mejor actor en el Festival de Cannes, en 2023.