CRÓNICAS DEL OLVIDO

“La terredad sin tregua”, de José Napoleón Oropeza o la lectura permanente a Eugenio Montejo

Por Alberto Hernández

José Napoleón Oropeza recoge los pasos de Eugenio Montejo y lo repasa en la misma terredad de sus aventuras verbales. 

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Jamás se deja de leer lo que un poeta como Eugenio Montejo (1938-2008) escribió. Jamás se deja de pensar en la poesía y en el padre desde El taller blanco donde se hacía el pan que dio origen a la magia verbal de este venezolano hoy celebrado por la editorial Pre-Textos de España, empresa que ha recogido toda la obra del autor de Terredad para propiciar una lectura redonda, íntegra, como la que hiciera José Napoleón Oropeza (1950-2024) a través de un ensayo en el que Montejo renace, reaparece, se hace visible a través de la presencia de sus títulos, de todos sus títulos, y en próxima entrega se hará ver el de las distintas personalidades: máscaras que son sus heterónimos: un poeta en muchos poetas y muchos poetas en un solo poeta.

Leemos a Eugenio. Leemos en Eugenio. Pero también leemos desde Montejo el significado de todas las facetas de su tránsito por la tierra, por la amada tierra en la que se posaron sus asuntos, los tantos asuntos que posibilitaron su paso por el mundo, por el adiós al siglo XX que lo vio nacer, durante el cual fueron la elegía y también la memoria y muerte en el trópico absoluto que descubrió su verbo y su existencia como ser humano, como parte del “alfabeto del mundo” en el que se movía cargado de amorosos papeles entre cigarras trasladadas a partituras, cantos, fábulas con el trazo vigoroso de un escriba.

Pero no sólo avisa José Napoleón Oropeza sobre su poesía. Inicia su escritura desde el ensayo El taller blanco, donde las manos del padre y del hijo amasaban la harina que habría de convertirse en pan y palabras. El ensayista que es Oropeza recorre el ánima y el lenguaje, la estructura y los sueños de los escritos que reflexionan sobre la voz más honda del humano ser: la poética de las palabras, pero también la poética de lo invisible, de lo que se transforma en paisaje desde una ventana que, al ser oblicua, destaca la obligación del lector a abrirla totalmente. Toda la prosa de Eugenio Montejo se abriga con este hermoso tomo que Pre-Textos ha publicado, así como el primero de la poesía de Eugenio Montejo, tan celebrado como amado por los lectores.

 

La poesía de Montejo no deja de decir, de cantar en la voz de sus lectores.

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Un paseo por la memoria, por lo hecho, por lo descubierto. Por todas las páginas alojadas en los recuerdos, en las bibliotecas, en las aulas de clases, en la Universidad de Carabobo, en la revista Poesía, en los periódicos y revistas que un día existieron en este país para gracia de la palabra poética. José Napoleón Oropeza recoge los pasos de Eugenio Montejo. Lo repasa en la misma terredad de sus aventuras verbales. En la secuencia de su permanente celebración: la poesía de Montejo no deja de decir, de cantar en la voz de sus lectores. No deja de girar con la tierra en el brote de las semillas convertidas en árboles, en los mismos que sus versos imaginaron y se revelaron en la enjundia de títulos y poemas que ahora han sido recogidos por la editorial Pre-Textos de España, como un homenaje en el que tres tomos convergen en la belleza que Eugenio Montejo durante todos los días de su vida atesoró y repartió, compartió y regaló al mundo, el mismo mundo pleno de ventas, tan oblicuas como los astros mismos. Páginas que han servido para que el país que lo vio nacer siga nombrándolo, viviéndolo en el brillo de sus palabras, en el resplandor de sus papiros amorosos, en la concordia de este trópico tan absoluto como la mirada de sus ojos en Patanemo, en Naguanagua, en Güigüe, en Valencia, en Maracay, en Lisboa, en Bejuma, en Caracas.

Y así, con todo lo dicho, el poeta completo en su integridad, en su hermenéutica, en su capacidad para crear belleza, reflexión y universos.

Oropeza supo decirlo en la terredad de sus palabras. En la permanencia de sus orígenes, de las voces y sus ecos.

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