Desde el mirador
La distancia del amor
Por Kepa Murua
Amar en tiempos revueltos es buscarse entre los demás de un modo consciente, mientras esperamos que la inconsciencia del amor dulcifique nuestros sentidos. Hacerlo en tiempos confusos es confesar que un sentimiento renovador, como es el del amor, nos ofrece su compleja realidad para confundirnos aún más en la existencia a diario. Pero, entre una y otra realidad, estar convencidos de poder amar es abrirse a la fe que se comparte en los brazos de las personas amadas. Saber que se puede creer en el amor y que se ama de verdad no impedirá, no obstante, la interrogante sobre los verdaderos deseos de la persona en la que se han fijado los ojos en medio de ese sentimiento tan extraño que, por desconcertante, parece que no es real. ¿Falso o verdadero?, ¿literatura o realidad?, ¿arte o poesía?
La distancia que el autor impregna a su obra es necesaria también en este campo de los sentimientos que dibuja el retrato de un posible brillo en medio de la nada y siente que hay algo que al pintor se le escapa de las manos cuando perfila el contorno del amor en la figura de unas personas que creemos reales. El novelista, por su parte, intenta envolver sus designios narrativos en la distancia que exige percibir lo que sucede con ojos tranquilos. En su pulso, la distancia es necesaria para observar con calma lo que se ha escrito. Solo el poeta se lanza a tumba abierta y desprecia esa distancia que se le exige al artista para que el amor que reflejan sus versos, brille en el centro de la diana. Para el poeta, la poesía del amor debe expresar con belleza y profundidad no solo el sentido de lo que se dice, sino el sentimiento de lo que se expresa. No hay medias verdades ni medias distancias. Y si para el amor la cercanía lo es todo, para la poesía, como para la religión, el amor lo es todo. En todo caso, no se debe confundir la poesía amorosa con el amor, pues si la novela y el arte lo hacen a su antojo, con una libertad asumida en esa distancia que media entre el creador y la obra, entre el amante y la amada mientras la gente, por su parte, lo observa todo de cerca, de manera cómplice, la poesía, por su parte, jamás se traiciona a sí misma y no depende del espectador. Y, sin embargo, como el boceto es para el arte el primer reflejo de lo que se verá en la obra finalizada, el amor que se atisba en todos los campos, como una metáfora de todos los sentidos, podría ser el más preocupante porque, entre otras cosas, no se sabe adónde llegará en un tiempo tan confuso y revuelto como es el de ahora, donde los seres humanos van por libres. Pero los amantes que se supeditan a una relación estrecha, que pasan juntos los días y que en la noche se tocan con sus arrebatos y miedos, que multiplican sus besos porque están cerca, con el paso de los días perderán el sentido del amor, su pasión, y cambiará su primer reflejo por el de la costumbre. Otro tanto sucede con otro tipo de amores. El amor que profesan los padres a los hijos, por ejemplo, y que cambiará su condición con el paso de los días como se transformará el amor de estos por sus progenitores cuando el tiempo ponga a todos en un lugar desconcertante, incluso, antes de que a algunos les llegue la muerte. Y frente a la muerte del cuerpo, de la vida, incluso del amor, no hay distancias posibles más que las imposibles, pues si en una primera instancia mantienen el amor en su curiosidad innata, con el paso del tiempo, la misma distancia, esa forma de ver el mundo, elevará un muro entre las idas y vueltas de los amantes que ven perder su condición de enamorados hasta convertirse en imágenes expectantes que no saben adónde ir ni explicar lo que les pasa. Solo la poesía atacará al amor sin distancia ni pactos establecidos. Solo ella se confunde con el amor para expresar lo que generalmente no se dice. Solo ella trata a la muerte con las palabras más sentidas para que revivan al instante. Como el amor que se enfrenta a la muerte y como la vida que se rebela ante el arte que no siente, la poesía es como un primer y necesario reflejo que lo transforma todo, y la distancia, como un dibujo medio acabado o una escultura a medio hacer que queda en medio del silencio más estrepitoso de unos amantes que sienten el amor conscientemente, mientras esperan que la inconsciencia dulcifique sus sentidos.
Pingback: La distancia del amor – kepamurua.com