
Cáscaras, de Cecilia D´angelo, pájaros ausentes
Por Diego Formía
La poeta marplatense Cecilia D´angelo (docente, dramaturga, actriz) publica su primer libro de poemas, Cáscaras, en el 2024, tras ganar el premio Poesía oral en el 10° Festival Internacional de Poesía del Atlántico “Mardelpoesía”. El mismo año, con libro en mano, leyó sus textos en el II Festival de poesía bonaerense, que se realizó en el Teatro Argentino de La Plata.
Cáscaras se editó bajo la mirada de la poeta platense Mariana Finochietto. El libro se compone de una treintena de poemas que se divide en cuatro partes, segmentos diferenciados por citas literarias de distintas autoras. De este modo, el universo de Cascaras está integrado por cuatro capas que comparten una misma escritura sólida, caracterizada por una brevedad que abre al silencio para ofrecer una atmósfera melancólica que atraviesa todo el volumen.
Marquesinas marplatenses en la primera capa de Cáscaras, un interior desecho. “La ignorancia tiene cara de escarabajo negro/ y bebe de nuestra propia indiferencia”, afirma el yo poético, que con nostalgia se pregunta: “¿podremos recuperar el sentido de la noche?”, difícil en un mundo donde “la mística es de plástico” y “la música de asfalto”. Desde allí la locura lúcida de “la loca de la luna”, ficción escénica que convive con lo cotidiano, con ese transcurso quieto de una mañana en la cocina y la cocción de un “Pan de lentejas” para hablar de lo inevitable, de lo arrasado.
Con una cita de Julia Lanteri abre la segunda parte: “Violeta de los jardines humanos/ es destino de flor humilde/pegarse a la tierra”. En los jardines nocturnos se recobra el deseo, los brotes verdes de la noche para lidiar con la congoja. En el puerto el mar estalla con el amanecer. Las rosas cuentan cosas pasadas, sobre el paredón de un presente antinatural, en el cual “los vecinos ya no se reconocen, ni se miran, solo consultan el grupo de whatsapp”.
La tercera “cáscara” se abre en la cocina familiar. La cocina como atmósfera para el amor, bajo el estilo Mari Kondo de quien guisa. Las cosas que se necesitan y las que no, dejarlas ir. Preguntarse. Si con lo que se tiene se produce alegría. Una gata deja una nieve de pelos sobre el sillón, y sale al patio. Una olla a pulir para que se conceda la magia, una cazuela de mariscos que encienda el corazón.
El último mundo de Cáscaras abre con una cita de María Teresa Andruetto: “Extiende un manto inmaculado /Sobre la tabla. / Eres una vestal que coloca/ en el retablo los elementos Sagrados”. Los versos de la cuarta y última parte hacen un culto de los afectos. Abre el paisaje humano de los seres queridos como lo sagrado. “Silencio y agua sanadora” para los padres, ante las puertas de la muerte, y para los hijos, que dejaron atrás los actos escolares. La vida amada en los viajes por las rutas argentinas, con los padres en la infancia, con los hijos en la adultez.
En Cáscaras los sonidos de una vida intensa caen en el silencio. La vida aprendida (a desaprender) sobrevive en la poesía y los recuerdos. Todo se recrea como un sueño, todo bajo una lluvia de “pájaros ausentes”.