La marca de Caín[i], de Ricardo Di Mario, un adiós imposible

Por Claudio Amancio Suárez

El último poemario del poeta Ricardo Di Mario puede concebirse como un testimonio veraz de la duda y el consentimiento, de la fugaz desembocadura del otro y el recuerdo de todo cuanto debió imaginarse extramuros de la noche. En este libro, y por puro instinto, Di Mario ha hecho exactamente lo que Rilke recomendó, que es escarbar dentro de sí mismo, revolcado en sus hallazgos y así ha llenado la vida con su poesía. El poeta le ha puesto a su escritura toda su fuerza natural, su facilidad para comunicar y, además, le ha añadido el hecho de conocer bien de qué habla la poesía. Pues el poeta tiene en su haber publicaciones previas que dan cuenta de cómo la poesía ha sabido retener a un autor desde hace muchos años, haciéndolo dueño de una obra madura y pulida. La palabra poética de este autor resiste con fuerza en los fúlgidos anclajes de una llama que no muere, de un resplandor que protege sus matices frente a la ruptura material que impone la memoria.

Y así de manera fiel/cante la historia hasta el fin/es la historia de Caín/, que sigue matando a Abel. Canta Jorge Luis Borges en la milonga de los dos hermanos. Con La marca de Caín, el poeta que nos ocupa parece decirnos, que escribir es, en ocasiones, una prueba de vida, pero también la sutil sugerencia de aprender a ver todo lo que la muerte predice como la extinción. El poeta con su palabra enhebra la luz y sus dóciles sinónimos; esparcidos en una cronología que se antoja austera y exigente, construye un testimonio al que no podrá aprehenderse cuando desluzcan las antorchas de la palabra, donde el verbo es una conjetura que se rompe en sobrias desuniones, que predice la suerte de los hermanos abatidos en mitad del desierto y se nutre de una única agua que ha desdicho sus contornos. Con sus poemas enraíza la firme contradicción pretendida por Rimbaud: “Yo es otro”.

La palabra del poeta es un universo en cuyo centro anida una existencia y la conciencia de que, en la escritura. habita ese mundo en el que es posible ser y ser al margen de quien lo sepa, anudado a un núcleo azaroso que solventa la identidad. Un sesgo extraño de la memoria que atraviesa al autor que sueña en el silencio, allí donde el olvido nos ofrece su pacto sospechoso.

Debiera decir:  la poesía de Di Mario es un reflejo de su esfuerzo por detener la extinción de ese yo que amenaza con heterónoma violencia. Y con un lenguaje metálico y filoso, cosido en las terrosas hechuras de lo que no es asfalto, asciende por gruesos corredores de sangre y piedra para convertirse en palabra y testimonio de lo que aún yace en los escombros de lo pretérito.

En el umbral del misterio, donde la extinción de la vida se abre, invoca al amor, como lo único que perdura más allá de la muerte. En una personal revisión de un imposible adiós, hay una revelación íntima de quien contempla el finito horizonte donde se halla el reencuentro con lo amado, siendo, entonces, imposible la despedida: cuya pulsión de vida y muerte confabula contra su destino en la eternidad. Porque en la palabra poética, el pálpito de la ausencia de lo amado se da a la luz para desvanecerse, allí se hace el espacio para el encuentro con los otros, hermanos de la fe común, que ensanchan y enraízan ese pensamiento mágico, instante que escapa al tiempo, destello eterno, encuentro de lo imposible con lo inevitable, donde la lógica descansa y el corazón despierta, para tomar de conciencia de la finitud de la propia vida y el probable olvido, reinterpretando así un “nosotros” centro y esfera que no acaba en la materia, sino que la traspasa, es el preludio definitorio de su poética, detrás del cual reverbera un amor sensorial como origen de saber y pensamiento, un cuerpo que descuartiza a la razón y hace surgir un conocimiento intuitivo de una realidad invisible develado por la poesía.

Como una flecha que cruza el corazón y unifica el infinito, por la muerte vencida. La vida parece hacer pie en la incertidumbre. Aun cuando hoy en día todo se vislumbre como una serie de arenas movedizas, el poeta nos convoca para entregarnos el mayor aprendizaje de la vida: nada está por encima del amor, aunque sea tan secreto, que no se manifieste. La solidez de su fe en el amor, que está más allá de la muerte, supone un acto de coherencia con su quehacer poético, a la vez desafío, ante el devenir de un tiempo cada vez más escaso y volátil. Esa es la enseñanza, porque estuve preso no solo de su espíritu, loco en su cordura al borde de su abismo, a destiempo en su sincronía acompañado en su soledad. La sencillez del verso no renuncia a revelar un pensamiento complejo y humanístico. Sin duda, la poesía del autor irradia ante lo efímero la fuerza de la vida donde es imposible el adiós, pues, la palabra germina un tiempo en presente continuo y cuestiona desde una mirada poética el mundo. Ello porque no puede dejar de afirmar el compromiso del poeta con su momento histórico y los sucesos acontecidos. Testigo de casi medio siglo, Ricardo Di Mario niega el silencio a las sombras grabadas en la memoria colectiva y sus versos reverberan sobre las depredadoras guerras, racismo y olvidos, su voz se hace para no dilatar el dolor y proclamar la hartura ante la incomprensión de los hombres. Bien sabe el poeta que la poesía les habla a las heridas, no a los verdugos.


[i] La marca de Caín, de Ricardo di Mario, Ediciones del Callejón, Los Hornillos, 2024.

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