
Romper la vida, de Alejandro Schmidt, la poesía como pasión y destino
Por Sergio G. Colautti
Cuando Alejandro Schmidt se fue, en febrero de 2021, se apagó una de las voces más originales y genuinas del país literario. Nació y vivió en Villa María, ciudad que eligió para decirla y transformarla, desde su mirada de la microscopía cotidiana, en cosmos, en universo propio, en morada del ser:
“hace mucho que vivo/ en esta corta ciudad/ un viento cariado/ abre las casitas/ todo me pertenece/ como si fuera/ como cuando era/ muy joven/ siento que nunca podré irme/ no/ no podrás/ dice el hocico de los camiones/ que pasan/ uniendo la noche[i].
Prolífico a lo largo de toda su vida, no solo por la publicación de libros propios sino editando los de otros poetas a través de Ediciones Radamanto, que difundía con tesón apasionado enviando sobres casa por casa con poesías de la región y el mundo. Un acto de fe invulnerable, en los bordes del mercado editorial; también desde varias revistas literarias que fundó y dirigió, como Luna quemada y El gran dragón rojo.
Lo sostenía la devoción por la palabra poética, esa que auscultaba el acontecer mínimo para encontrar allí las músicas que escribía sin descanso, como una porfiada respiración:
“con pocas palabras/ puede escribirse todo/ pero al escribir todo/ algo se borra/ lo comprendemos por/ el vacío que aparece/ y su tajo/ donde/ -como una mano que saluda al ausente-/ hundimos la lengua.”[ii]
Su obra, compuesta por más de cincuenta libros y plaquetas, quedó en parte inédita. Traducida al inglés, italiano, francés, portugués, alemán y rumano, logró reconocimientos críticos que valoraba y premios que olvidaba. Su primer libro publicado, a los 26 años, fue Clave negra. Luego de Tajo en la piedra, de 1984, su producción fue copiosa como las lluvias estivales de su ciudad. Publicó Elegías y epitafios (1985), Dormida, muerta o hechizada (1991), Notas de una biografía perdida (1993), Silencio de fondo (2000) y Otros rayos (2016), entre otros muchos volúmenes. Poeta de la exquisitez, pero también de la proliferación, confesó que escribía cuatro o cinco poemas por día: una artesanía indetenible. Un animal poético en la selva oscura de lo real.
Como ocurre muchas veces con los baúles donde se guardan los mejores tesoros, alguien rescata una piedra preciosa que parece decir todo lo que las otras piezas simbolizan. Romper la vida, de 2013, antología de su poesía, guarda y expone esa pieza como síntesis del arte poética de Schmidt: Esquina del universo, poema del libro homónimo de 2001, condensa el modo de observación que desplegaba, atendiendo a hechos de la proximidad, rastreos del instinto poético en la inmediatez, para luego soltarlos en vuelo, cruzarlos con la imaginación potente y libre que transfigura lo visible en espacio metafísico y lo palpable en sustancia cósmica; siempre, al final, todo es poesía pura en el universo de Schmidt:
“para plantar un fresno/ hicieron un pozo/ en la esquina donde está mi casa/ pasaron las nubes del verano/ los rastros de mayo/ y el pozo fue cubriéndose/ de sustancias innobles/ plástico, grandes huesos/ un poco de cemento, latas/ estas noches en que no duermo/ oigo/ murmullos terribles/ silencio, insectos/ salir del pozo hacia otra negritud/ quizás/ esta sea la esquina del universo/ y el hueco llegue/ hasta el ojo de fuego/ de la Tierra/ acaso/ los muchachos regresando del baile/ la vecina y sus bolsas/ los obreros en su veloz agobio/ arrojen también allí/ un azar de reconcentrada materia espiritual/ y permanezca yo/ insomne todavía/ entre una calle y otra del universo/ oyendo secretos ruidos/ y los rápidos pasos del amanecer.” [iii]
Las palabras-puentes del poema: quizás/ acaso, desplazan el espacio de la contingencia y la inmediatez al otro, el del aéreo lenguaje permanente.
En 2009 escribió Videla, título inimaginable para cualquier volumen poético. Menos para Schmidt, audaz y frontal, que interroga sobre los desaparecidos: preguntas sobre lo imposible desde las vísceras dolientes de la historia:
“¿Qué harán con ellos/ cuando aparezcan de la mano y nos miren/ tan frescos de eternidad/ tan justos y sabios?”
“Porque esta patria/ estos patriotas/ tan confusa y cansada/ tan de comprar y vender/ este borde del mundo/ este angulito…/
Su única/ última palabra/ Patria/
¿Querrán aparecer?” [iv]
En uno de sus últimos poemas, Schmidt, a quien Carlos Schilling calificó con justeza “un alud poético”, habla del odio. Y lo escribe con mayúsculas: “ODIAR mucho, demasiado”, como reafirmándose en su lucha de siempre contra lo que impide ver, sentir y decir mejor, de un modo más lúcido y sensible, el sitio del hombre en el cosmos:
“más/ a ese que habla/ al que corrige/ al que lleva nombre propio/ podés ser vos/ cualquiera/ tenés que odiarlo/ de ahí/ sale/ lo suficiente/ Considerando la imbecilidad promedio/ lo suficiente es poco/ entonces/ se corre un riesgo/ la mirada/ el juicio/ el amor/ de los otros/ Para atravesar eso/ hay que escribir.” [v]
Ahí está el punto: romper la vida, desde la fuerza ingobernable del odio a lo que se oponga a la experiencia intensa que la poesía rastrea, huele, adivina y alcanza, algunas veces. Como en la poesía invulnerable de Alejando Schmidt, el que atravesó eso, escribiendo.
[i] Schmidt Alejandro, Aquí, en Romper la vida. Nudista, Río Tercero. 2013. Pág. 51
[ii] Schmidt A., Silencio de fondo, en Romper la vida. Nudista, Río Tercero, 2013. Pág. 96
[iii] Schmidt A., Esquina del universo, en Romper la vida. Nudista, Río Tercero, 2013. Pág. 100
[iv] Schmidt A, Suenan campanas en el cosmos, de Videla, en Romper la vida. Nudista, Río Tercero, 2013. Pág. 153.
[v] Schmidt A., Cómo escribí 5000 poemas, de Una sombra llena de perros, 2012, en Romper la vida. Nudista, Río Tercero, 2013. Pág. 217.