Poesía

Treinta y seis grados[i], de Eduardo Magoo Nico[ii]

La lucha dialéctica para comprender la naturaleza del alma humana

 Por Isabel Rezmo

Una de las cosas que más admiro en un libro de poesía es la contundencia, la profundidad, los entresijos que esconde entre sus líneas.

La mente se evade entre las palabras y va tejiendo en torno a ella una amalgama de ideas, de certezas. Va bordando el relieve de las emociones, de las sinestesias y, a la par, de respuestas que en el lector quedan impresas.

¡Treinta y seis grados!

¡Una especie de umbral mágico!

Todos los males del hombre

Están relacionados de algún modo

Con la desviación de esa norma

Y con el estado ligeramente febril

En que continuamente nos encontramos…

“Nunca pensé que la poesía pudiera concebirse como un oficio y lo sigo pensando. Aunque pienso, sin embargo, la poesía, en mi casi madurez, como una manualidad, una laboriosa artesanía en la que no se puede no ser autodidacta. Todo lo demás (títulos académicos, erudiciones varias) está de adorno. Lo que cuenta es una potente e interiorizada experiencia del mundo y el trabajo de gubia sobre el lenguaje, que es la arcilla, el material sobre el cual, y con el cual, nos expresamos”, afirma Eduardo Magoo Nico.

La poesía está en el mundo. Es algo intrínseco a las experiencias, a las emociones que provocan; a la demanda del ser humano. El poeta contempla y transciende. Treinta y seis grados, de Eduardo Magoo Nico, se convierte en una larga conversación con el lector, amplia, profunda, una simbiosis perfecta para hablar del mundo. De sus golpes, de sus bajezas, su dicotomía, su claroscuros.

No, no hay vida en esta vida pibe

No hay novella

Algunos ruidos extraños que ya escucharás

Y lo demás es puro cuento

Un carrito de rulemanes en una ruta de aceite…

Mi alma está lubricada

Es la lubricidad misma (…)

Veo una poética del desencanto, de la tribulación, la forma más intensa de difundir su mirada, la angustia que nos persigue y nos atormenta.  Una poética que, como encontramos en Pasolini (por ejemplo), recorre la imaginación, la profunda mano del poeta, sin miramiento, como un fantasma.

Las heridas seducen el arte, y la belleza está en todo y en la nada, más si cabe debajo de todas las apariencias humanas. Sí, este es un recorrido contra la apariencia. Un alegato a la resistencia del alma, a la necesidad de vivir, pero, sobre todo, vivir preguntándote qué somos y hacia dónde vamos. Treinta y seis grados es la inclinación perfecta.

El cambio que se genera del hastío, de la incongruencia, del desafío y de la torpeza. Un análisis para el cambio, para el poeta también. Cambia a razón de sus expectativas, de su posición frente al mundo. El ángulo perfecto donde puede analizar si la palabra constituye un salvavidas, o potencia el caos.

Así como el sufrimiento

Atraviesa los sentidos

Creando híbridos

La composición de una estrofa

Se asemeja al infinito arborecer

De un aeropuerto

O al incansable tránsito

De las palomas mensajeras (…)

La tinta es un objeto monástico

Y cuando el poema

Parece ya escrito y engalerado

Listo para la imprenta

No deja que le impongamos el punto…

Se escurre

Intenta evadirse como un pulpo

Intuye que todo final es violencia

Estupro

Parricidio

Desprecio irreverente y genocida (…)

Toda una declaración de principios frente a esta devastación y un alegato final de desesperación, de intercesión al poeta, y su destino. Tenemos un compromiso poético con nuestros iguales. Con el ser humano, con esta sociedad líquida, de amores fugaces, de individualismo exacerbado. No podemos seguir aquí, siendo autores que engordan su ego a través de la palabra, a través del atril, sino seres comprometidos, seres de nuestro tiempo, porque la poesía, como he leído, no es un oficio, es una construcción, un proceso. Podemos hablar de la “conciencia poética” que emana de este libro, y yo me apunto a este carro, a esta necesidad imperiosa de convertir la palabra en el único recurso para transformar nuestro mundo en un lugar pleno y dichoso para vivir.

 

Es una pesada carga…

Se escribe para nadie

Llegar con mis palabras a los solitarios

A los insatisfechos

Hubiese sido mi deseo

Que como una ola de agua fresca

(De agua paranaense)

Llevaran a los oprimidos

Mi desprecio por los opresores

Mi rabia y mi ira

Contra toda forma de manomuertismo

Y de suicidio social (…)

 

El libro, en definitiva, es una lucha dialéctica, mitológica, poética, profana. Entre el bien el mal, el amor, el desamor, el caos y el orden. Pasado, presente y futuro se entrelazan como en un sueño. Dioses y humanos se adueñan del espacio y del tiempo, como si el cielo y la tierra estuvieran poseídos, como si a la inversa trataran de adueñarse de las posesiones del otro.

No hace falta ser como Dante y atravesar todo el infierno, el purgatorio y el paraíso. Treinta y seis grados nos enseña al igual que Dante, la posibilidad de buscar una vida equilibrada, buscar la liberación. Comprender el alma humana, su naturaleza, y caminar hacia la plenitud.


[i] Treinta y seis grados, Eduardo Magoo Nico, La cartonera Edizione, Roma, 2024.

[ii] Eduardo Magoo Nico (Argentina, 1956). Ha publicado La polaca (1995), Puros por Cruza (2011) y Servidumbre (2023)

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