Cine

El regresoi, de Uberto Pasolini

Por Antonio Tello

La Ilíada y la Odisea, poemas épicos escritos en el siglo VIII a.C. y atribuidos a Homero, un aedo tan legendario como los héroes que protagonizan estos libros, han inspirado a lo largo de los siglos a numerosos escritores, poetas, pintores y artistas de todas las disciplinas. El cine no ha sido la excepción y ha explotado concienzudamente la rica mina de aventuras que son ambos poemas. El regreso, de Uberto Pasolini, es, mientras se espera la Odisea, de Christopher Nolan, una de las versiones cinematográficas más encomiables realizadas hasta ahora de las peripecias del héroe homérico.

Pasolini -sin parentesco con el célebre Pier Paolo Pasolini- se centra en la última parte del poema haciendo una lectura realista y cercana del mismo, en la que los dioses aparecen como fuerzas que quizás pueden gobernar el destino de los seres humanos, pero que en definitiva son éstos los que acaban forjando sus vidas. Esto induce a pensar tal vez es esta la razón por la que el Odiseo pasoliniano -Ulises en su forma latina- que retorna a su patria después de veinte años no llega a las costas de Ítaca en una nave prestada por los feacios, como dice el relato original, sino tal como llegó al mundo. Este Odiseo es sólo un hombre desnudo, que arriba a las costas de su isla como la resaca de un naufragio, derrotado y cargado con la culpa de haber perdido a sus hombres en una guerra.

La violencia y la crueldad que se manifiestan en estos conflictos parecen estar en la naturaleza humana y tienen su correlato en las conductas de los pretendientes que empobrecen a los habitantes de su reino y acosan a Penélope y Telémaco, su esposa y su hijo, quienes se abroquelan en una espera sostenida por el amor y la lealtad. Una forma de fidelidad que también mantiene con vida a Argos, el perro de caza de Odiseo, que al reconocerlo lo mira y muere lamiéndolo con un último gemido, en una escena tan pudorosa como elocuente acerca del espíritu que anima al filme.

Aunque Odiseo ha pasado al imaginario cultural de Occidente como el arquetipo del desterrado que finalmente regresa a su tierra tras vencer mil y un obstáculos, en esta lectura intimista de Pasolini, lo vemos como una víctima de la violencia que genera el poder de los hombres. También Penélope es víctima de la misma causa. Después de veinte años de guerra y ausencia ninguno de los dos son los mismos. Ella ya no reconoce al hombre que amó y alimentó su espera, ni él es, aquejado por la culpa y maleado por la guerra, el aguerrido y orgulloso soberano que antes no hubiese dudado en defender a su familia y a su pueblo. Sin embargo, no será hasta que constate la lealtad de Penélope, la fidelidad de su perro, que lo espera para lamerlo y morir, y el sufrimiento de su pueblo, que se despertará en el héroe la dignidad y se reavivarán en su cuerpo arrasado las fuerzas para afrontar la defensa de los suyos, aun dudando, tal el tono de su pregunta a Penélope cuando ésta le entrega el arco que usó cuando era niño, si esa acción le devolverá la hombría.

El acierto de Pasolini es prefigurar un Odiseo alejado de la épica, o al menos de una épica propia del mito, para representar un personaje de carne y hueso devastado por la violencia, el horror y el dolor que provocan las guerras; un náufrago, a quien el empeño y el azar devuelven a su isla donde reinó, y narrar el traumático reencuentro en un tempo moroso que permite al espectador tomar conciencia de la pesadumbre que lo atribula al ver el abandono de su pueblo, la angustia de su familia y la prepotencia de los intrusos que buscan legitimar la usurpación de su trono casándose uno de ellos con la reina.

Contrariamente a lo que podría esperarse, El regreso no es una película de acción. Si bien ésta se desencadena con la matanza de los pretendientes a manos de Odiseo y Telémaco, al final lo que cuenta es el reencuentro de un hombre con su pueblo, de un hombre con su mujer que saben cuánto ha cambiado todo desde que, veinte años atrás, él marchó a Troya a guerrear con los aqueos, y que ahora son un pueblo empobrecido y dos seres golpeados por el dolor y la pérdida.

Juliette Binoche interpreta a una hierática y contenida Penélope con una asombrosa economía de gestos que enfatizan, antes que el amor por Odiseo, la lealtad que le debe como esposa y como reina, de aquí que, una vez restablecido el orden, se muestre dispuesta a restañar las heridas físicas y espirituales y, acaso, reavivar el amor que alguna vez los unió.

Por su parte, Ralph Fiennes hace un gran trabajo actoral. Su Odiseo es un hombre avejentado y endurecido, atormentado por el sentimiento de culpa por haber abandonado a su familia y a su pueblo y también por haber perdido a los hombres que lo acompañaron. El amor que siente por los suyos trasciende cualquier tipo de sentimentalismo enraizándose en la responsabilidad que supone asumirse como hombre y como soberano. Una responsabilidad que él no ha sabido cumplir seducido por la gloria guerrera. El andar cansino y la mirada honda y triste del Odiseo interpretado por Fiennes son secuelas de recuerdos de hechos de la guerra que le han dado fama -incluidos la treta de su célebre caballo de madera-, pero de los que no se siente orgulloso y que lo impulsan a emprender, tras su regreso a Ítaca, una vida digna con la ayuda de su familia y su pueblo.


i El regreso (Reino Unido, 2024), dirigida por Uberto Pasolini e interpretada por Ralph Fiennes y Juliette Binoche

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