
EL VIENTO HARÁ SÁBADO, DE LIDIA GÀZQUEZ OLIVARES[i]
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
La poesía está viviendo en Cataluña (España) y en el ámbito de habla catalana (Valencia e Islas Baleares) un período de eclosión, especialmente la escrita por jóvenes, y muy particularmente la que firman las mujeres. Puede decirse que nos encontramos en una etapa de Renacimiento (Renaixença[ii]) literario en el que el conocimiento exhaustivo del catalán es el ariete que ha permitido derribar los muros de la secular conciencia de inferioridad, al tiempo que ha abierto el camino a una libertad expresiva desconocida hasta ahora que, sin desdeñar la tradición, parangona a la literatura catalana con las más modernas del mundo.
En este contexto, una poeta, Lídia Gázquez Olivares (Sant Pere de Ribes, Barcelona, 1978), y su última obra publicada (“El viento hará sábado”) han irrumpìdo en el panorama poético con una fuerza que quizá conturbe tanto a los poetas varones como a los partidarios de una poesía sustentada exclusivamente en el pasado. En efecto, Gàquez, licenciada en Ciencias de la Comunicación, periodista, escritora y profesora de Lengua y Literatura en la enseñanza secundaria, ha tenido que esperar mucho tiempo hasta ver publicado su primer libro de poemas (“El animal perfecto”, 2023) pese a escribir desde siempre. En apenas dos años, sin embargo, nuestra poeta va por el tercer poemario (“Nuuk” verá la luz editorial en este 2025), gracias a que los tres títulos han sido galardonados con sendos premios de poesía. Previamente, su labor periodística también se había visto recompensada con la “Pluma de Oro” (“Ploma d’Or”) que otorga el Ayuntamiento de Sitges (localidad de la costa barcelonesa donde reside), así como con otros reconocimientos por su narrativa. Recientemente, ha creado, junto a la poeta Raquel Casas Agustí (que entrevistamos hace tiempo para “El Corredor Mediterráneo”), un podcast ‘bicéfalo’ (‘GeMMinades’, “Geminadas”): por un lado se dedica a la literatura ‘de proximidad’ y por otro, el denominado ‘LiteraCura’t’, se ocupa de la relación entre literatura y enfermedad mental.
La expresión “hacer sábado”, aunque recogida por el diccionario de la Real Academia Española (RAE) para referirse a la “limpieza de la casa más esmerada y completa que el resto de la semana”, es más común en Cataluña que en el resto de España. Precisamente, el Gran Diccionari de la Llengua Catalana ofrece una segunda acepción que en el libro que nos ocupa quizá cobra protagonismo: hacer sábado es también “confesarse”, es decir, “reconocer o declarar (los pecados propios) voluntariamente a un sacerdote a fin de recibir la absolución”. No obstante, Lídia Gàzquez y su obra se encuentran en las antípodas de la religiosidad y la confesionalidad, por lo que hemos de tomar el verbo confesar desde la vertiente laica y hasta contestataria (“declarar públicamente, proclamar -las creencias propias-”), como tendremos ocasión de comprobar.
“El viento hará sábado” es una obra que expresa y defiende sin ambages la figura de la mujer autónoma, libre y en pie de igualdad con el hombre; puede tomarse, por ello, como una suerte de celebración del feminismo. Se adentra en los orígenes de la ‘Matria’ por medio de la auténtica primera mujer y madre, la mítica Lilith (diosa mesopotámica más tarde considerada por el judaísmo la primera mujer de la Creación y demonizada por renunciar a someterse a Adán). Al decir de las prologuistas (Carla Fajardo, Queralt Morros y Laia Noguera), los poemas de la obra “son conjuros, invocan la presencia de la diosa y su voz se revela incendiaria y reconfortante, cantando y latiendo a corazón abierto con los versos de 28 voces más, creando una armonía poética explosiva”. (A propósito de ‘Matria’, con este mismo término titula la poeta española Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1973) uno de sus poemarios más relevantes. En el primer poema de “Matria”, titulado “La loca más cuerda”, Lanseros se pregunta “¿Quién es el ser humano más libre de la Tierra?/ ¿Quién es capaz de nacer más de una vez?”)
“El viento hará sábado”, dedicado “a la armonía de las voces y los corazones puros de todas las mujeres de mi vida”, se estructura en tres secciones denominadas según la fisiología cardíaca, a saber: diástole, sístole y palpitaciones. En las dos primeras partes, cada poema (para un total de 24) constituye una voz y, a la sazón, un aspecto de esa Lilith rediviva a quien se dedica la obra. Los poemas están encabezados por las citas de sendas poetas afines a las ideas a desarrollar: la mayoría son catalanas -muchas de ellas coetáneas de Gàzquez-, pero también las hay de España y del resto del mundo. La tercera parte del libro la forman diez textos en prosa que recuerdan en su confección a los “Pequeños poemas en prosa” o “El esplín de París”, de Baudelaire. Lilith es quien toma la voz en primera persona, pero lo hace no bajo su imagen antropomórfica, sino con la apariencia o espíritu de diferentes vientos (recuérdese el título del libro: el viento -Lilith, ahora- limpia, hace sábado). Estos vientos, este viento único y diverso que es Lilith, no es un yo único ni tampoco ninguna alteridad, es “la unión, un espejo, la fuerza colectiva que se cuestiona, se identifica y se define pese a las diferencias” (Fajardo, Morros y Noguera).
La principal influencia del libro es la que ejerce, de manera explícita e implícita, la poeta leridana Maria-Mercè Marçal (1952-1998). Precisamente, Gàzquez toma el título de un verso de Marçal: “De buena mañana, el viento hará sábado” (“De matinet, el vent farà dissabte”). Pero no solo del título es deudora, también del espíritu liberador de la mujer que guio la obra de la leridana, quien en el poema “Divisa” escribió: “Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer,/ de clase baja y nación oprimida.// Y el turbio azul de ser tres veces rebelde”. En sintonía con Marçal, Gàzquez muestra, junto a los poemas propios, gotas significativas de “sangre poética” de autoras tan contundentes como aquélla en la defensa de los derechos de la mujer: además de las catalanas (con mención especial de Raquel Casas Agustí), Hilda Hilst, Louise Glück, Ida Vitale, Gioconda Belli, Elisabeth Spires… A estas últimas, debe sumarse, aunque Lídia Gàzquez no la mencione, porque no conoce aún su obra, la escritora argentina de origen armenio Ana Arzoumanian, cuya novela/poema “Dispara hacia atrás” (tomado de un verso del cineasta alemán Wim Wenders, del gusto de Gàzquez) construye, como Lídia, la figura de la mujer indómita y libérrima a pesar del machismo imperante y criminal, más aun, genocida.
“Diástole. Primeras voces. De las voces de la primera sangre en las arterias” es el título in extenso de la primera parte de “El viento…” El poema inicial, “La indómita”, presenta el postulado axial de la obra: “Lilith soy yo y Eva es la impostora”. Gàzquez nos advierte de su lucha contra la tradición imperante y los convencionalismos, pilares fundamentales del machismo. Por lo que se pregunta “¿Quién es nadie para decirme que el paraíso ya no me pertenece? / ¿Quién es este hombre de barro que, como un cerdo, / se arrastra? / Quién es este Dios a quien solo él debe obediencia? / Lilith soy yo y Lilith es la serpiente con quien me enrosco y follo. / Somos Lilith. ¿Quieres venir conmigo y liberarte?” El poema está precedido por una cita de Raquel Casas Agustí (“Una mujer caminando por una calle/ que nadie más puede encontrar. / Una mujer profundamente loca/ y libre, así, sin metáforas”) que se relaciona simbióticamente con los versos de nuestra autora, quien declara que “no lo sabéis aún. Pero el paraíso es la oscuridad. […] La libertad es saber que no seremos”.
Los poemas constituyen las teselas de un mosaico en que puede verse el retrato de Lilith, esto es, de la mujer autónoma y refractaria (no hay más que repasar los títulos de los textos: la indómita, la fuente, la geminada, la creadora, la infiel, la conquistadora, la ráfaga, la jardinera, la no muerta, la vengadora, la llama, la reptiliana). Lídia Gàzquez explora de forma minuciosa y, para el machismo, impertinente las circunstancias moralmente más comprometedoras de la carne; mediante un lenguaje de fuerza y desprejuiciado (pero no exento de sensibilidad y belleza) pone el foco en el sexo y lo muestra públicamente: “Mis amantes no son demonios ni monstruos, sino/ interrogantes. […] El pecado original no era vernos el sexo. / Os mintieron. / El pecado es un clítoris inexplorado, / es la pornografía como fuente de sabiduría” (“La fuente”). La mujer expía un mal congénito: en “La geminada” señala su procedencia: “Aquella niña que apareció en el espejo era yo: Lilith. […] Yo vengo de aquella primera inocencia y me volvisteis malvada. […] Son tan crueles los dientes de leche, desgarran la carne mejor que el colmillo del lobo./ ¿Por qué se toleran los crímenes de la cuna?” En consonancia con esa crueldad, nuestra poeta se encarniza con ella misma si es preciso: “Eso debió de pensar el Todopoderoso, / que fui un falso positivo”. […] Una mujer que flirteaba con lo oculto, / una hija malnacida, / un amor no correspondido, / una traidora, una bastarda. […] Os hicieron creer que quien quiere saber de mi ha de invocarme. / Pero para hablar con mivoz solo hay que hacer preguntas. / Un error también puede ser la prueba y la certeza” (“La infiel”).
Entre las influencias rastreables en el libro, el poema “La conquistadora” nos trae la de Virginia Woolf: tras el epígrafe de la poeta Vinyet Panyella (“Ha de encontrar un espacio, la habitación propia,/ con desorden de libros y papeles/ y los borradores perdidos por las ciudades”), Gàzquez afirma que “Lilith hizo de los confines del Edén la habitación propia:/ un espacio vasto y salvaje que sometió, lúbrica y reptil/ (no hay conquista sin fango)./ […] Más tarde, quiso conquistar las ciudades y crear/ (traspasando los límites del útero);/ muchas Evas dijeron que no, que solo era Eva./ Pero ella recordó:/ si el Edén fue suyo, también lo sería el asfalto./ Recordó que era más Lilith que Eva”. Pero esta última afirmación será refutada posteriormente en el poema “La vengadora”: “Doy la mano a Eva porque es también un poco Lilith,/ en Eva está Lilith. Ella también se alzará un día y,/ conmigo,/ se unirá a las legiones del viento”. Es decir, Lídia Gázquez espera que la mujer se rebele de una vez por todas.
“Sístole. Voces blancas. De las voces que brotaron del origen”, segunda parte de “El viento hará sábado”, consta, como la primera, de doce poemas. Gàzquez inicia la sección con el poema “Madre nuestra” (“Mare Nostra”), en que realiza un juego de palabras no traducible en su literalidad al castellano: “-on s’acaba el mar, mare?/ –La mar no s’acaba, continua amb la e i soc per sempre”. Es decir, contrasta los términos mar (en masculino) y madre (mare, femenino en catalán) y nos obliga a pensar tanto en el mar Mediterráneo o Mare Nostrum (Mar nuestro) como en la oración del Padre Nuestro, con lo que queda planteada la dicotomía femenino/ masculino (la mar/ el mar; madre/ padre), que acaba resolviendo como sigue: “Lilith o la mar. El río de todos los ríos. La vida de todas las/ vidas. Dios fuera de Dios”.
Con el poema “Otoño”, Gàzquez introduce el criminal y dramático tema de la violación. Y lo hace a partir del epígrafe de la escritora y periodista argentina Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992): “Andate a tu casa y cuando llegues sentate a escribir./ Sí, hagamos eso. Mejor escribí vos la denuncia./ Tranquila, con tus palabras, escribí lo que te pasó./ Y sí, pedí justicia, porque nadie más la va a pedir por vos./ Ni siquiera yo”. El poema de Gàzquez relata la violación sistemática de una niña de cuatro años por su tío: “era una niña y su tío/ entraba en su habitación una y otra vez, cada verano”. A continuación, extiende la experiencia individual a las mujeres en general: “Abuelas, madres, hijas/ fueron violadas/ sistemáticamente/ como la aguja que atraviesa el dedo/ en una máquina de coser,/ rodeadas de silencio y de vergüenza”. Pese a ello, el poema “Adversativa” anuncia: “Ella vendrá,/ el viento vendrá/ y hará sábado”. Es decir, llegará la mujer empoderada, porque hubo un tiempo en que las mujeres gozaron de un poder que acabaron perdiendo. Así lo dice en “Cincel”: “Lilith, Medusa, las sirenas…/ Si tan solo hubiéramos mantenido un poco/ aquel poder ancestral de las primeras Madres,/ el orgullo sulfúrico./ Te habríamos estampado en la piedra,/ tu cuerpo sería una escultura con grietas/ -los agujeros que ya tenía tu alma-”.
“Palpitaciones a capela. Una sola voz” es la última de las partes del libro. Los diez textos que la componen ya no son en verso sino en prosa, y la voz, esa “sola voz”, es la de Lilith transfigurada en vientos. “Me quedé sola y hablo viento. Practico la polifonía del aire, soy Rosa de los vientos”. Es la forma en que Gàzquez reafirma la búsqueda de la universalidad para Lilith, para la mujer, para las mujeres.
“El viento hará sábado” es el segundo libro de poemas publicado por Lídia Gázquez (el primero fue “El animal perfecto”). A no tardar, será editado el tercero, “Nuuk”, con el que se completará lo que puede considerarse una trilogía, dado que abordan el mismo tema -la mujer- y lo hace recurriendo a figuras ejemplarizantes y empleando el lenguaje de manera radical, huyendo de los convencionalismo y la moral machista imperante. El sexo, el cuerpo de la mujer, también es elemento protagónico de la cartografía femenina convertida en una auténtica cosmogonía de la mujer. Gàzquez busca incomodar al “macho”, pero quizá para sumarlo a la “causa” de la mujer libre (afirma en “Nuuk” que “ si aquellos invasores estuvieran aquí, les habría escrito muchos poemas y habría reído, quizá, para intentar arreglar las cosas con versos. […] Pero “solo entienden el lenguaje de la sangre y de la guerra. Solo saben arrasar”). No es de extrañar, pues, que “El viento hará sábado” contenga imágenes y metáforas casi idénticas a algunas de las que leemos en los libros anterior y posterior. A modo de ejemplo, sirva el verso “veo dunas en tu cuerpo” (“Nuuk”), que en “El vent…” reza: “Mi cuerpo eran dunas: los pechos, las piernas, las nalgas, el sexo”.
La poeta Lídia Gàzquez Olivares entiende la poesía como una herramienta de conocimiento y de vindicación tanto como de reivindicación del derecho de la mujer en un mundo en que esta es mayoría, pero está subestimada y subyugada.
[i] El viento hará sábado, Lídia Gàzquez Olivares, Ed. Fonoll, Col. Poesia Joan Duch Juneda, Lleida, España 2025
[ii] Se conoce por Renaixença a un movimiento cultural y literario surgido en el siglo XIX en el área de los llamados Países Catalanes (Cataluña, Valencia y Baleares) con la pretensión de elevar el uso del idioma catalán a la categoría que disfrutaban las demás lenguas de su entorno, como el castellano o el francés.