LA ÉTICA DE LA HOSPITALIDAD EN LA BIBLIA[i]

Por Antonio Tello

(Se recomienda leer este texto en ordenador)

 

Con la partida de Abram de Haram se inicia para el pueblo hebreo el largo viaje que durará más de setecientos años antes de conquistar la Tierra Prometida y adoptar definitivamente las formas urbanas de vida y la agricultura como uno de los pilares de su economía.

Al parecer, el desplazamiento de Abram está vinculado con la migración de las tribus hebreas siguiendo a hititas y mitanios que formaban parte de las hordas de hicsos que atravesaban Canaán camino de Egipto.

La extensión de la crisis económica a los territorios occidentales, agravada por el paso destructor de los hicsos, es causa de una gran hambruna en Canaán que dificulta enormemente el asentamiento de Abram en este país.

De hecho, para escapar de la hambruna Abram se vio obligado a trasladarse tras los hicsos a Egipto, donde no dudó en utilizar la belleza de Saray, su mujer, para ganarse la protección del faraón, como más tarde lo hará también al entregar su esposa a Abimélek, rey de Guerar. Así, bajo el amparo real, Abram pudo mantener y engrandecer su patrimonio.

Sin embargo, a su, aparentemente, apresurado regreso al Negueb, no pudo evitar participar en varios de los conflictos que por el agua o las pasturas mantenían los reyes locales. Dado que la tierra no era lo suficientemente productiva como para satisfacer las necesidades de la población, Abram no tardó en disputar a cananeos y pirizitas y otros pueblos la posesión de pasturas o pozos de agua; tampoco pudo evitar que sus pastores y los de Lot riñeran por lo mismo.

Ante esta situación Abram, como patriarca, no podía permitir la ruptura y negoció con su sobrino la separación de los contingentes familiares. Lot se encaminó así al fértil valle del Jordán, donde se levantaba la ciudad de Sodoma, y se asentó junto a ella. Abram, por su parte, lo hizo en Mambré, en Hebrón. Es decir que siguieron las costumbres de los pastores seminómadas de dividirse en dos grupos para explotar con mayor eficacia los recursos.

Los tiempos eran tumultuosos y las campañas bélicas tenían como fin el saqueo de haciendas y víveres. La implicación de los hebreos en los conflictos locales era inevitable. Durante la llamada «campaña de los cuatro grandes reyes» (Gn. 14), Abram se vio impelido a intervenir cuando una coalición encabezada por el rey de Elam saqueó Sodoma y Gomorra y arrebató también a Lot su hacienda. Tras un fulminante ataque, Abram rescató a su sobrino y recuperó su hacienda y también la de las ciudades atacadas.

El episodio es de dudosa veracidad histórica, pero sirve para poner de relieve el carácter de quien ha sido elegido para fundar una nación y que se ha de caracterizar por su singularidad. En primer lugar, Melquisedec, soberano y sacerdote de Salem, bendice a Abram con una ofrenda de pan y vino como brazo del «Dios Altísimo» y bendice también a éste reconociendo su intervención en la victoria. En segundo lugar, Abram rechaza el obsequio de la hacienda que le hace el rey de Sodoma como un gesto de independencia y confirmación de lo que en realidad es el primer acto de conquista de Canaán. Una acción que servirá de título de posesión para el futuro y de legitimación «histórica» de la campaña de Josué tras el éxodo de Egipto.

Sin embargo, los obstáculos para concretar la propiedad de la tierra prometida acabaron por impacientar a Abram y Yahveh debió renovar su alianza, no sin advertirle en un sueño que antes su pueblo vivirá como extranjero en tierra extraña y será esclavizado durante cuatrocientos años. La renovación del pacto confirió un nuevo signo de identidad al pueblo que supuso para el patriarca y su mujer pasar a llamarse Abraham y Sara y para todos los varones hacerse la circuncisión. Abram y Abraham probablemente sean formas dialectales que significan igualmente «de noble linaje», del mismo modo que Saray y Sara significan «princesa». Pero al margen de que en este caso el nombre de Abraham pueda explicarse por su correspondencia con ‘ab hamôm, «padre de multitudes», el sentido simbólico del cambio es la confirmación del nuevo destino que Yahveh tiene previsto para su pueblo, dado que era creencia de que el nombre no sólo designaba sino que determinaba la naturaleza de las personas.

La circuncisión, que primitivamente era un rito del clan de iniciación matrimonial y a la vida, es adoptada aquí por Yahveh como signo de la alianza, que a su vez es seña inequívoca de identidad y de pertenencia a la nación elegida, y, por tanto, condición ineludible para la posesión de la tierra.

Hasta las campañas de conquista de Josué, la ocupación y titularidad de la tierra de Canaán responde en el capítulo privado a las condiciones del orden pastoril y seminómada y en el capítulo colectivo a las del orden divino impuesto por Yahveh, verdadero dueño y señor de la tierra y quien legitima la propiedad territorial. De aquí que durante los primeros tiempos, Abram se dedique a edificar altares como mojones de titularidad divina mientras permanece limitado a «establecerse» con sus tiendas con la anuencia de los nativos.

La trascendencia de la edificación de los primeros altares a Yahveh se verifica más tarde, cuando, tras la «campaña de los cuatro grandes reyes», Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, reconoce el poder del dios de Abram presentándole pan y vino, por lo que el patriarca le concede el diezmo para el templo. Es probable que Melquisedec corresponda al nombre cananeo Adoni Sédeq (Jos. 10,1), y que en realidad invocase a ‘El-‘Eyôm, dioses del panteón fenicio, pero el hecho de que en el contexto bíblico estas divinidades se traduzcan como ‘Elyom, Dios Altísimo, y que los versículos correspondientes sean un añadido posterior al  resto del capítulo indican el propósito de los redactores bíblicos de fijar en el imaginario del pueblo hebreo el progresivo predominio de Yahveh sobre las demás divinidades.

La disponibilidad de la tierra y de las aguas para las tribus seminómadas como las hebreas está sujeta a las leyes de propiedad de los cananeos y sus señores, quienes conceden la autorización para los asentamientos y el usufructo de las pasturas a cambio de pagos en especies u otro tipo de regalías, como la entrega de una mujer. La titularidad de la propiedad de la tierra supone en los hechos el reconocimiento de la ciudadanía cananea, cosa que Abraham consigue comprando la finca donde establece la sepultura de Sara y donde él mismo será sepultado. La decisión de Abraham de rechazar la donación que de esa parcela quiere hacerle su propietario tiene que ver con el deseo de establecer vínculos indiscutibles de propiedad que legitimen jurídicamente su presencia en la Tierra Prometida. De modo que, para las tribus pastoriles hebreas, la posesión de la tierra es a la vez una experiencia religiosa y un acontecimiento histórico y geográfico. La negativa de Nabot de vender o permutar su viña al rey Ajab se debe a la vinculación que el patrimonio de bienes raíces tiene para los israelitas con su clan y con el derecho a la ciudadanía, además de hallarse con frecuencia en sus parcelas las tumbas de sus antepasados.

Abraham paga a Efron cuatrocientos siclos de plata por un terreno en Makpelá, incluyendo la cueva y los árboles. El siclo era una medida de peso que en esa época en Canaán equivalía a 11,424 g y que formaba parte del sistema pesas y medidas desarrollado en Mesopotamia y muy difundido en Próximo Oriente merced a los intercambios mercantiles.

Dada la vulnerabilidad del sistema de pesos y medidas, la honestidad de su utilización es uno de los aspectos que aparecen prescritos en la legislación mosaica y reafirmados por los profetas Amos e Isaías.

La realidad socio-histórica de la época de Abraham muestra su complejidad a través de las interrelaciones entre los grupos pastoriles seminómandas y los agrícolas que propician el desarrollo de las ciudades.
Éstas a su vez no conformaban asentamientos irreversibles, pues las condiciones económicas, fiscales o naturales muchas veces obligaban a sus habitantes a abandonarlas y fundar otras ciudades o a engrosar los grupos de pastores nómadas o seminómadas.

En este contexto se constata que ninguno de los grupos que participan del mismo ámbito ecológico podía autoabastecerse, de modo que los pastores adquirían productos agrícolas y manufacturas de los agricultores y artesanos y éstos conseguían de los pastores carne, leche, pieles y otros productos derivados de la ganadería.  Es así que unos y otros buscaban fórmulas de entendimiento y sellaban pactos que les permitían explotar los recursos del país, como se infiere de las relaciones que Abraham establece con Abimélek.

En particular los rebaños de ovejas podían pastar en los límites de los campos cultivados, sobre todo en los lugares donde el agua podía obtenerse con cierta facilidad y favorecía el crecimiento de las plantas. También en los terrenos de barbecho en años alternos. Los agricultores consideraban beneficioso el abono que los rebaños proporcionaban a los campos.

Merced a tales acuerdos no sólo procuraban convivir superando los inevitables choques de intereses, sino de satisfacer las necesidades mutuas. Muy significativo es en este sentido el pacto de Berseba por el cual Abraham se aseguró al mismo tiempo la provisión de agua de un pozo que había excavado en el lugar y su estancia en el país de los cananeos durante muchos años.

También los nómadas aportaban fuerza laboral temporaria o bélica. La intervención de Abraham en favor de los soberanos de la Pentápolis, aunque esté justificada en el texto bíblico por el rapto de Lot, puede interpretarse en este sentido. Cabe deducir que había una especie de entendimiento que permitía la convivencia, pero la confrontación ideológica, ética y social seguía subyaciendo en la conciencia colectiva de ambos grupos. De aquí que la destrucción de las ciudades de la Pentápolis, a excepción de Soar, al parecer por un cataclismo natural sucedido al sureste del Mar Muerto,  adquiera el carácter de castigo divino a ojos del pueblo hebreo y de los redactores bíblicos. 

Uno de los factores que acentúan las diferencias tiene su origen en las distintas velocidades de la evolución demográfica y, consecuentemente, de los hábitos y costumbres de pastores y agricultores. Mientras los grupos nómadas se caracterizaban por una evolución más lenta y una mayor estabilidad, los grupos urbanos mostraban un desarrollo más rápido, lo que se traducía en crisis periódicas estructurales o de crecimiento. Es decir que la inestabilidad que se vivía tenía como principal origen el desfase entre la capacidad de producción del medio y el grado de desarrollo tecnológico que intervenía en la gestión de los recursos y determinaba su eficacia.

Desde el punto de vista ético religioso el texto bíblico incide en la naturaleza maligna de las ciudades y justifica la destrucción divina de Sodoma y Gomorra «y de toda la región», en la que se encuentran también las ciudades de Admá y Seboyim, por la corrupción moral de sus habitantes. Aparte de la relajación de las costumbres y los excesos sexuales que se atribuyen a las costumbres urbanas, resulta sintomático que el desencadenante de la destrucción sea un acto de hospitalidad. Ésta aparece así como un elemento distintivo esencial de las distintas concepciones de vida de la sociedad agrícola urbana y de la pastoril.

El texto bíblico pone de manifiesto que Lot, al dar cobijo y comida a los forasteros que encuentra, actúa contra las costumbres de la ciudad donde habita. Lo mismo exponen de un modo mucho más explícito los midrashim del rabí Eliezer ben Hyrcanos y de Sepher Hayashar, éste recopilado en España en el siglo XII. Pero el midrash del tannaim Eliezer y el del Genesis Rabba redundan en la fertilidad del valle donde se alzan estas ciudades y la calidad de las hortalizas como fuente de riqueza, la cual es fuente de indolencia y corrupción.

Mientras la hospitalidad y el auxilio al forastero formaban parte de los mecanismos de supervivencia de las tribus de pastores nómadas o seminómadas, para los habitantes de las ciudades constituían una amenaza para su seguridad. Su rechazo y el maltrato al forastero representaban así medidas disuasorias que reforzaban las defensas materiales de la ciudad. Pero, aunque fuese una práctica más o menos corriente no significaba que no fuese éticamente condenable. No en vano en la mitología antigua son frecuentes los episodios de ciudades castigadas por los dioses por su falta de generosidad con los forasteros. Ferédices, mitógrafo ateniense del siglo V a.C., afirma que Apolo destruyó la ciudad cretense de Gortina por sus excesos. Asimismo, Zeus envió un destructivo diluvio sobre Frigia y sólo salvó a Filemón y Baucis porque ambos habían sido los únicos que lo acogieron junto a Hermes, cuando recorrían el país disfrazados de pobres viajeros. Baucis y Filemón sirvieron después a los dioses como sacerdotes y al morir fueron convertidos en árboles.

Así como el honor de las mujeres carecía de valor en la escala ética de los pastores hebreos, como se deduce de las actitudes de Abraham e Isaac, quienes hacen pasar a Sara y Rebeca por hermanas por seguridad personal, y de Lot, quien ofrece sus hijas vírgenes a los sodomitas para proteger a los forasteros que éstos le reclaman, la hospitalidad es acaso la mayor de las virtudes de una persona en el contexto social del Antiguo Testamento.  De igual modo que Reuel-Jobab reprocha a sus hijas no haber invitado a comer a Moisés después de que éste las defendiera de otros pastores, es precisamente la hospitalidad la que determina la elección de Rebeca como esposa de Isaac, la mujer que por otra parte no dudará en hacer trampas para que Jacob, su hijo preferido, sea bendecido por su esposo moribundo y así consagrado como continuador del linaje que dará origen al pueblo de Israel.

Es el principio de la hospitalidad –y también los beneficios que reportaba la presencia de rebaños en las proximidades de los campos de cultivo- el que inspira a Abimélek, soberano de Guerar (tell Jemmeh), el permiso de asentamiento de Abraham primero y más tarde de Isaac, hasta que la prosperidad de éste resulta agraviante para los nativos en época de hambruna.

Para evitar conflictos, Isaac había intentado marchar a Egipto, pero Yahveh lo había detenido y renovado la promesa hecha a Abraham de darle aquellas tierras. También es cierto que, por entonces, las condiciones ya habían cambiado en el seno de las tribus pastoriles, las cuales además de criar ganado habían empezado a cultivar la tierra y las tensiones con los grupos nativos por esta causa amenzaban el equilibrio social que se había mantenido desde los tiempos de Abraham y ponían en entredicho el principio de hospitalidad.

Isaac debía marcharse y estaba dispuesto a hacerlo, pero el peso social y económico que las tribus seminómadas ahora agropecuarias habían adquirido en la región y la posibilidad de que se convirtieran en una amenaza peligrosa aconsejaron al soberano «filisteo» a renovar el pacto, que es sellado con un banquete, durante el cual todos «comieron y bebieron». Por esta vez el principio de hospitalidad había sido salvado por una decisión política.

 

 

 

 

 

 

 

 

Estando próximo a entrar en Egipto, dijo a su mujer Saray: «Mira, yo sé que eres mujer hermosa. En cuanto te vea los egipcios dirán: ‘Es su mujer’ y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva. Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya, y viva yo en gracia a ti» (Gn. 12, 11-13).

 

Habiéndose avecindado en Guerar, decía Abraham de su mujer Sara: «Es mi hermana». Entonces el rey de Guerar, Abimélek, envió por Sara y la tomó. (Gn. 20, 1-2)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Los vencedores tomaron toda la hacienda de Sodoma y Gomorra con todos sus víveres y se fueron. Apresaron también a Lot, el sobrino de Abram, y su hacienda, pues él habitaba en Sodoma, y se fueron. (Gn 14, 11-12).

 

 

 

 

 Dijo luego el rey de Sodoma a Abram: «Dame las personas, y quédate con la hacienda». Pero Abram dijo al rey de Sodoma: «Alzo mi mano ante el Dios Altísimo, creador de cielos y tierra; ni un hilo, ni la correa de un zapato, ni nada de lo tuyo tomaré, y así no dirás: ‘Yo he enriquecido a Abram’. Nada en absoluto, salvo lo que han comido los mozos y la parte de los hombres que fueron conmigo: Aner, Eskol y Mambré. Ellos que tomen su parte.» (Gn. 14, 21-24)

 

 

 

«…No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti». (Gn. 17, 5-6)

 

«A Saray, tu mujer, no la llamarás más Saray, sino que su nombre será Sara. Yo la bendeciré y de ella también te daré un hijo. La bendeciré, y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de ella.» (Gn. 17, 15-16).
«…Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros…» (Gn. 17, 10-11).

 

«Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero, de modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna. El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza» (Gn. 17. 13-14)

 

Posesión y disposición de la tierra

 

Yahveh se apareció a Abram y le dijo: «A tu descendencia he de dar esta tierra». Entonces él edificó allí un altar a Yahveh que se le había aparecido. De allí pasó a la montaña, al oriente de Betel, y desplegó su tienda, entre Betel al occidente y Ay al oriente. Allí edificó un altar a Yahveh e invocó su nombre. Luego Abram fue desplazándose por acampadas hacia el Négueb. (Gn. 12, 7-9).

 

 

Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!». Y dióle Abram el diezmo de todo. (Gn. 14, 18-20).

 

Tomó Abimélek ovejas y vacas, siervos y esclavas, se los dio a Abraham, y le devolvió a su mujer Sara. Y dijo Abimélec: «Ahí tienes mi país por delante: quédate donde se te antoje». A Sara le dijo: «Mira, he dado a tu hermano mil monedas de plata, que serán para ti y para los que estén contigo como venda en los ojos, y de esto serás justificada». (Gn. 20, 14-16).
Luego se levantó Abraham de delante de la muerta y habló a los hijos de Het en estos términos: «Yo soy un simple forastero que reside entre vosotros. Dadme una propiedad sepulcral entre vosotros, para retirar y sepultar a mi muerta». (…) «No, señor, escúchame: te doy la finca y te doy también la cueva que hay en ella. A la vista de los hijos de mi pueblo te la doy; sepulta a tu muerta».
Abraham hizo una reverencia a los paisanos y se dirigió a Efrón, a oídas de los paisanos, diciendo: «A ver si nos entendemos. Te doy el precio de la finca acéptamelo y enterraré allí a mi muerta».
Respondió Efrón a Abraham: «Señor mío, escúchame: Cuatrocientos siclos de plata por un terreno ¿qué nos suponen a ti y a mí?». Abraham accedió y pesó a Efrón la plata que éste había pedido a oídas de los hijos de Het; cuatrocientos siclos de plata corriente de mercader. (Gn. 23, 3-16).
Respondió Nabot a Ajab: «Líbreme Yahveh de darte la herencia de mis padres» (1R.21,3)

Relaciones entre pastores y agricultores
Tabla de pesas y medidas
Longitud:
1 codo (ammá)     45    cm (52,5 cm Ez.)
1 palmo (zéret)     22,5 cm (26.2 cm Ez.)
1 coto (tófaj)           7,5 cm
1 pulgada (esbá)     1.8 cm
1 braza                    1,84 m (NT)
1 estadio               185    m
1 milla romana    1.479   m (8 estadios)
1 esjena (2M 11-5)   44 km (30 estadios)
Capacidad:
Áridos
1 tonel (jomer, kor)    450 l
1 létek                       225 l (Os.3,2)
1 medida (efá)             45 l (29,4 l NT)
1 arroba (seá)              15 l
1 décima (issarón       4.5 l
Líquidos
1 tonel (kor)              450 l
1 medida (bat)            45 l
1 sextario (hin)             7,5 l
1 cab                            2.5 l (2R, 6-25)
1 cuartillo (log)              0,6 l
Pesos:
1 talento (kikkar)         34 kg
1 mina (mané)            571 g (685 g Ez)
1 siclo ((séqel)              11,4 g
½ siclo (beqa)                 5,7 g
1 óbolo (guerá)               0,6 g
1 libra romana               326 g   
No cometáis injusticia en los juicios, ni en las medidas de longitud, de peso o de capacidad; tened balanza justa, peso justo, medida justa y sextario justo. (Lv. 19, 35-36).

 

 

Sucedió por aquel tiempo que Abimélek, junto con Pikol, capitán de su tropa, dijo a Abraham: «Dios está contigo en todo lo que haces. Ahora, pues, júrame por Dios aquí mismo sin mentir, y tanto a mí como a mis hijos y a mis nietos, que la misma benevolencia que he tenido para contigo, la tendrás para conmigo y con el país donde te hemos recibido como huésped» (Gn. 21, 22-23).

 

Abraham tomó unas ovejas y vacas, se las dio a Abimélek e hicieron los dos un pacto. (Gn. 21, 27).
Una vez fue Rubén, al tiempo de la siega del trigo, y encontró en el campo unas mandrágoras que trajo a su madre Lía (Gn. 30, 14)

Sodoma-Gomorra, el conflicto ético

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Al verlos, Lot se levantó a su encuentro y postrándose rostro en tierra, dijo: «Ea, señores, por favor, desviaos hacia la casa de este servidor vuestro. hacéis noche, os laváis los pies, y de madrugada seguiréis vuestro camino». Ellos dijeron: «No, haremos noche en la plaza». Pero tanto porfió con ellos, que al fin se hospedaron en su casa. Él les preparó una comida cociendo unos panes cenceños y comieron.

No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción. Llamaron a voces a Lot y le dijeron: «¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos». (Gn. 19, 1-5)

 

En la ciudad de Admá, cerca de Sodoma, vivía la hija de un hombre rico. Un día un viajero se sentó a la puerta de su casa y ella le dio pan y agua. Los jueces de la ciudad, enterados de su acto criminal, la desnudaron, la untaron con miel y la dejaron junto a unido de abejas silvestres, las que se arrojaron sobre ella y la mataron a picaduras. Fueron sus gritos los que indujeron a Dios a destruir Sodoma, Gomorra, Admá y Seboyim, y también los que dio la hija mayor de Lot, Paltit, la que había dado agua a un anciano necesitado y fue arrastrada a la hoguera por su contumacia en el delito (PRE –Pirque Rabbi Eliezer, c.25 y Sepher Hayashar 63-65, cit. por R. Graves y R. Patai, Los mitos hebreos).
Los sodomitas figuraban entre las naciones más ricas, pues si un hombre necesitaba hortalizas le decía a un esclavo: «¡Ve a traérmelas!» El esclavo iba al campo y descubría oro bajo las raíces. Igualmente, cuando se cosechaba el cereal se encontraba plata, perlas y piedras preciosas bajo el rastrojo. Pero las grandes riquezas descarrían a los hombres. Un sodomita nunca daba ni siquiera una corteza de pan a un forastero; e inclusive podaba las higueras para que las aves no pudieran comer los frutos que colgaban fuera de su alcance.
Sodoma estaba asegurada contra los ataques, pero para desalentar a sus visitantes los ciudadanos aprobaron una ley de acuerdo con la cual el que ofreciera a un forastero alimento sería quemado vivo. En cambio, se debía robar al forastero todo lo que poseía y expulsarlo de la ciudad completamente desnudo. (PRE, c.25; Gen. Rab. 523 cit.

por R. Graves y R. Patai, Los mitos hebreos).

 

 

La hospitalidad como factor de equilibrio

 

 

 

Lot salió donde ellos a la entrada, cerró la puerta tras de sí y dijo: «Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad. Mirad, aquí tengo dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca; pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo».(Gn. 19, 6-8).
Al volver ellas a donde su padre Reuel, éste les dijo: «¿Cómo es que venís hoy tan pronto?» Respondieron: «Un egipcio nos libró de las manos de los pastores, y además sacó agua para nosotras y abrevó el rebaño». Preguntó entonces a sus hijas: «¿Y dónde está? ¿Cómo así habéis dejado a ese hombre? Llamadle para que coma». Aceptó Moisés morar con aquel hombre, que dio a Moisés su hija Seforá. (Éx. 2, 18-21).

[El siervo de Abraham]
…dijo: «Yahveh, Dios de mi señor Abraham, dame suerte hoy, y haz favor a mi señor Abraham. Voy a quedarme parado junto a la fuente, mientras las hijas de los ciudadanos salen a sacar agua. Ahora bien, la muchacha  a quien yo diga ‘Inclina, por favor, tu cántaro para que yo beba’ y ella responda: ‘Bebe, y también voy a abrevar tus camellos’, ésa sea la que tienes designada para tu siervo Isaac…» (Gn. 24, 12-14).

Ella le dijo: «Soy hija de Betuel, el hijo que Milká dio a Najor». Y agregó: «También tenemos paja y forraje en abundancia, y sitio para pasar la noche»
(Gn. 24, 24-25)

Entonces Abimélek ordenó a todo el pueblo: «Quien tocare a este hombre o a su mujer, morirá sin remedio»
(Gn. 26, 11).

Isaac sembró aquella tierra y cosechó aquel año el ciento por uno. Yahveh le bendecía y el hombre se enriquecía, se iba enriqueciendo más y más hasta que se hizo riquísimo. Tenía rebaños de ovejas y vacadas y copiosa servidumbre. Los filisteos le envidiaban.
(Gn. 26. 12-14).
Cabe anotar que la alusión aquí a los filisteos y a Abimélek como su rey son anacrónicas. Los filisteos o pelistim, de aquí la posterior denominación de Palestina al país, no se asientan en la franja costera de Canaán hasta el siglo XII a.C.
«La paz sea contigo; yo proveeré a todas tus necesidades; pero no pases la noche en la plaza». Le llevó, pues a su casa y echó pienso a los asnos. Y ellos se lavaron los pies, comieron y bebieron. (Jc. 19, 20-21)

 


[i] Este texto es fragmento de “Ocupación pastoril de la Tierra Prometida”, cap. III de Economía y religión en la Biblia. El orden de Yahveh de la breva de Adán al cordero de Jesús, de Antonio Tello.

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