
DE ORILLA A ORILLA
LA IMPERFECCIÓN
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
Somos imperfectos, lo sabemos, pero lo aceptamos de una manera superficial, como quien comete un error de manera fortuita y no se siente responsable de lo que el azar ha dispuesto.
De existir, la conciencia de la imperfección es la demostración palmaria de la posibilidad de mejora de la especie humana. Pero los humanos hemos desarrollado actitudes que se alejan del campo de nuestra animalidad para aproximarse al de la artificiosa intelectualidad, que, casi siempre, es sinónimo de sofisma o modo de rehuir lo que no sabemos o no podemos modificar, por más que nos disguste.
Sin embargo, nuestra imperfección es solo una característica de la propia perfección, que esconde sutilmente la falacia de lo omnipotente y omnisciente. Nada es sin el acompañamiento de lo que no es. No en vano se dice que, en las creaciones humanas más singulares, al menos en el terreno del arte, esas que acabamos conociendo como clásicas, es posible percibir fallas que, lejos de constituirse en deméritos, son la piedra de toque que permite valorar la excelencia dominante del conjunto. También en ámbitos como el de la ciencia el error y la idea marrada orientan acerca de su resolución, bien por lo que sugieren, bien por contribuir a descartar de entre la panoplia de enmiendas aquellas que impiden el avance.
Si bajamos al terreno común de la cotidianidad, no son muchos quienes consideran la imperfección como algo propio, sino que ésta es atribuible a los demás, a “la gente”. La gente, naturalmente, es “imperfecta”. La soberbia y la ignorancia son, en este caso, las guías engañosas que nos allegan un consuelo inane, pues, en vez de dirigirse contra la propia ineptitud, enfatizan sobre las circunstancias y no en la sustancia de la imperfección. Valgan como ejemplos los reproches que vertemos sobre escritores, filósofos, artistas, científicos o no importa qué personas destacadas en sus respectivos campos de trabajo. Así, este fue un tirano con su familia; aquel, un adicto a las drogas; aquel otro, un defensor de vaya usted a saber qué ideología, concepción sobre la vida, el amor, la muerte… Son seres descalificados por una supuesta vida ruinosa, disoluta, contradictoria…, pese a haber sido capaces de crear belleza, contribuir al progreso científico, ayudar a “la gente” en tantas situaciones privadas y hasta colectivas. No es necesario resaltar ningún nombre, ya que la enumeración no cabría en estudio alguno por más extenso que este fuera. La soberbia y la ignorancia visten las galas de la envidia en quienes siendo imperfectos se amistan, mediante la pereza, con la mediocridad, esta sí imperfecta, perfectamente imperfecta.