Eco-arqueología
LA LUCHA EN LA PREHISTORIA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO
Por Redacción-ECM
Ante la gravedad de un cambio climático que amenaza la continuidad de la especie humana en el planeta, científicos de distintas disciplinas estudian cómo luchar eficazmente contra él con el conocimiento adquirido en miles de años de evolución y las herramientas actuales, pero también mirando la historia geológica y antropológica de la Tierra. ¿Cómo sobrevivieron nuestros antepasados adaptándose a las nuevas condiciones climáticas sin saber por qué se producían y sin contar con los medios actuales? ¿Cuáles fueron sus recursos? Dos revistas científicas, “Nathional Geographic”i, que recoge informaciones de la revista “Levant”, y “GeoJournal”, publican dos investigaciones arqueológicas que tratan de dar respuesta a la pregunta.
En la “Nathional Geographic”, un equipo de arqueólogos de la Universidad de Copenhague, encabezado por Sussane Kerner, intenta dar una respuesta a cómo reaccionaron los humanos prehistóricos al cambio climático a partir de los datos obtenidos en sus excavaciones en Jordania, concretamente en el sitio de Murayghat, donde floreció una de las últimas grandes culturas del Calcolítico o Edad del Cobre, hace unos 5.500 años. Este período se caracteriza por el descubrimiento del cobre, que genera la transición hacia la edad de los metales y el desarrollo de la metalurgia, y por el avance del urbanismo, con la aparición de poblados fortificados y de centros de culto, que superaban la naturaleza doméstica de los precedentes, con grandes grupos de dólmenes, menhires y otras monumentales construcciones megalíticas, que informan de “reuniones rituales y entierros comunitarios antes que a viviendas”, según la doctora Kerner. De acuerdo con ella, la expansión de estos centros de culto y una mayor complejidad simbólica de los rituales no serían ajenas al cambio climático con temperaturas más cálidas y húmedas que propiciaban el avance de la agricultura, la domesticación de los animales y, al mismo tiempo, la estratificación social y la especialización de los oficios dando. Estos profundos cambios en la vida cotidiana y en la relación de los individuos, otrora nómadas y ahora sedentarios, dieron lugar a convulsiones en la sociedad, que la indujeron a precisar su identidad y asegurar los lugares de pertenencia. “Había que redefinir la identidad, el territorio y el papel dentro de la sociedad en una época sin una autoridad central fuerte”, explica la doctora Kerner. “La construcción de monumentos funerarios visibles y la transformación del paisaje natural en uno antropogénico reflejan los esfuerzos de la comunidad por adaptarse a las nuevas realidades sociopolíticas y afrontar la crítica situación. Las reuniones probablemente facilitaron el debate y la organización en una sociedad en profunda transformación”, concluye el informe de los arqueólogos daneses. Lo que significa que, ante el desconocimiento acerca de las causas reales que provocaban el extraordinario y, para ese momento, misterioso fenómeno climático, las poblaciones de las culturas calcolíticas jerarquizaron sus sociedades y ampliaron, no sin conflictos, su base comunitaria y los centros de culto para encontrar un orden y un sentido que las ayudase a sobrevivir.

Algo semejante se verificó, a miles de kilómetros de Jordania, en Gran Bretaña durante su Edad de Bronce temprana, hace unos 4.000 años. Según investigadores de la Universidad de Aberdeen, el monumento prehistórico de Seahenge, que comprende los sitios arqueológicos Holme I y Holme II, localizados cerca del pueblo de Holme-next-the-Sea, en el condado de Norsfolk, se trata de estructuras mortuorias de madera construidas hacia el 2049 a.C. Por la disposición de los elementos, ambas recuerdan al monumento de Stonehenge, aunque Holme I tiene en su centro un tocón de árbol al revés, cuyo significado o simbolismo aún no ha sido descifrado con seguridad por los arqueólogos. Lo interesante es que alrededor, y formando un círculo de unos 6 m de diámetro, había 55 troncos más pequeños de roble plantados en una zanja. Todos estaban dispuestos con la cara partida hacia el exterior y la corteza hacia dentro, salvo el colocado en el sudoeste que tenía un corte en forma de Y que daba acceso al recinto. La alburaii de la madera indica que los árboles fueron talados en la primavera-verano del año de construcción y los cortes, que se utilizaron hachas de bronce. Asimismo, el monumento fue construido en unas marismas tierra adentro, pero luego, con los siglos, el área se convirtió en un humedal primero y luego en playa debido al avance del mar. Holme II, un monumento mayor construido el mismo año, consiste en dos círculos concéntricos con los troncos desprovistos de corteza.

Según los científicos de la Universidad de Aberdeen, tanto Holme I como Holme II habrían sido construidos como una ofrenda a las divinidades para afrontar un clima que experimentaba cambios rigurosos, con veranos muy cortos e inviernos prolongados, con temperaturas extremadamente frías. El hecho de haber construido tales estructuras rituales en primavera-verano sugiere que, aparte de sus funciones funerarias, tenían el propósito de rogar a los dioses, que retuvieran o prolongaran el clima benévolo de estas estaciones.
El doctor David Nance, uno de los investigadores de la Universidad de Aberdeen, propone una nueva interpretación de la función simbólica de estos monumentos haciendo notar que ambas construcciones están orientadas hacia la salida del sol en el solsticio de verano y que, por ello, evocarían la “pluma”, que en la tradición popular orienta al cuco inexperto. Mediante este ardid, el cuco, que siempre canta en primavera, seguiría haciéndolo prologando el estío. Esta interpretación parece inspirarse en el mito ancestral del “cuco encerrado”, cuyo ritual tenía el mismo propósito de prolongar el verano y consistía de rodear de espinas a un cuco desplumado para que no volara al inframundo, pero el ave acababa volando apenas recuperaba sus plumas. “El solsticio de verano -explica Nance- era la fecha en la que esta ave tradicionalmente dejaba de cantar y regresaba al Otro Mundo, llevándose el verano con ella. La forma del monumento parece imitar dos supuestas viviendas invernales recordadas en el folclore: un árbol hueco y ‘las glorietas del Otro Mundo’, representado por el tocón de roble volteado en su centro”.

Cuando los científicos hablan de cambio climático no se refieren a las simples variaciones de temperatura inter o intra estacionales, sino a los cíclicos procesos en los que el clima terrestre sufre lentas y profundas variaciones durante períodos de tiempo, que pueden durar períodos de tiempo más o menos largos. Estos cambios en el clima terrestre se han dado siempre, desde la formación del planeta, por muy diversas causas naturales, como alteraciones de las radiaciones solares, variaciones de los parámetros orbitales, efectos de un generalizado vulcanismo, impacto de determinados procesos bióticos en un ecosistema o debido a la caída de uno o más grandes meteoritos.
El cambio climático que, en la actualidad, está experimentando el planeta no tiene origen en ninguna de estas causas y es de carácter antropogénico, es decir, debido a la acción del ser humano, cuya masiva actividad ha dado lugar a una radical alteración del efecto invernadero. Este fenómeno natural, que hace posible la vida en la Tierra reteniendo y manteniendo la temperatura solar en unos 15º a través de la acción en la atmósfera de gases (anhídrido carbónico, metano) y el vapor de agua, se ha modificado negativamente a raíz de las emisiones industriales, producto de la soberbia quema de combustibles fósiles y de la deforestación indiscriminada.
Las defensas de carácter ritual y simbólico que oponían las antiguas culturas ante un fenómeno natural adverso, cuyas causas superaban sus conocimientos y su percepción del mundo, eran comprensibles y al mismo tiempo inspiraban a los grupos recursos empíricos para la adaptación y supervivencia. Pero, la situación actual es muy diferente. El cambio climático es producto de la acción depredadora de un ser humano que, a pesar del conocimiento científico-tecnológico alcanzado, ha creado una civilización y sistemas de vida que están en el origen de la devastación del planeta.
La toma de conciencia de esta deriva dañina para la vida empezó a manifestarse en la segunda mitad del siglo XX, cuando, en 1968, cien personalidades -diplomáticos, artistas, filósofos, industriales y representantes de la sociedad civil- se reunieron en Roma para analizar la situación y adoptar medidas que evitaran catástrofes naturales fruto de los abusos del sistema. En esta reunión se sentaron las bases del Club de Roma, que adquirió rango institucional en 1970. Sin embargo, ante la indiferencia de los países, surgieron poco después los primeros organismos mundiales que pusieron su foco de acción en el cuidado de los ecosistemas y la adecuada explotación de los mismos.

A partir de 2000, con la Conferencia de La Haya comenzaron a celebrarse periódicamente reuniones para debatir y tomar medidas contra el cambio climático que, si bien no han tenido la respuesta que cabía esperar de las grandes potencias industriales, sirvieron para extender en el imaginario mundial la necesidad de cambiar hábitos de vida y de consumo. Así se generó un movimiento que dio lugar a leyes de protección medioambiental, políticas de desarrollo sostenible y de investigación y puesta en actividad de las energías alternativas. Con este objetivo, en 2015, la ONU promovió la Agenda 2030, que fijó para ese año diecisiete objetivos de desarrollo sostenible contemplando acciones para la erradicación de la pobreza, la igualdad de género y la lucha contra el cambio climático. En noviembre pasado, se celebró en Belém, Brasil, la COP30, en la que se presentaron programas para limitar el calentamiento global a 1,5ºC, aunque los acuerdos logrados fueron mínimos, especialmente en lo referente a la explotación de los combustibles de origen fósil.
Paralelamente a estas acciones institucionales, la creciente conciencia ecológica de la población mundial ha generado acciones locales contra la devastación del planeta, como las promovidas por CONASUD (Convocatoria por la Naturaleza como Sujeto de Derechos), impulsadas en Argentina por el Movimiento Bosques de la Poesía, creado por un grupo de poetas y artistas, que impulsa la siembra en pueblos y ciudades de árboles nativos, como “una primera acción real y simbólica destinada a incentivar la participación activa de toda la población en la protección de la biodiversidad”, dando que en ésta radica la supervivencia de la especie humana, y para que “los bosques de la poesía nos devuelvan la poesía de los bosques”, como reza la premisa del movimiento. En cierto modo, el Movimiento Bosques de la Poesía hace patente la voluntad poética del hombre prehistórico, que confiaba en la fuerza del espíritu, y reivindica el valor del cuco -hoy metáfora del ser humano- para escapar de las trampas de espina que le tiende el sistema en estos tiempos.
i Nathional Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/murayghat-recinto-ceremonial-5000-anos-jordania-revela-como-antiguas-comunidades-se-adaptaron-cambios_24758#google_vignette
ii Albura. Parte joven de la madera, que pertenece a los últimos anillos de crecimiento de un árbol.