La tersura del silencio, de Alejandro Cesario
Por Daniel Riquelme
Al fin y al cabo, por todas partes hay cosas interesantes. Se pueden recibir impresiones de todas partes. Depende de uno mismo. De que sea o no sea potente. Entonces, claro, hay que cubrir lo interior con lo exterior.
Alejandro Cesario ha escrito La tersura del silencio i y por un momento, quizás un instante, nuestro oír despierta: el poema conmueve la significación. Leónidas Lamborghini diría: asumir la distorsión, asimilarla y devolverla multiplicadamente. Es un hecho que la poesía de Alejandro Cesario viene dando testimonio de estas tres modalidades de una práctica que llamamos escritura.
La tersura del silencio desborda el sentido común, que hasta nuevo aviso, continúa tomando la forma del discurso del amo. Alejandro lee en su realidad las distorsiones éticas, morales y políticas que provoca dicho discurso. Leo en La tersura del silencio, antes que un título, la enunciación de una estrategia política que, a mi gusto, dice: no voy a dejar que el lenguaje me dicte lo que quiero decir. El poema desborda los discursos, asumiendo la distorsión que hoy muestra el rostro atroz de la crueldad.
La poesía de Alejandro Cesario nos hace oír las marcas, algunas irreversibles, de la miseria humana. Aprovecho para citar a mi maestro, Sigmund Freud, que diferencia la pobreza de la miseria: el pobre es el que no tiene, el miserable es que aún teniendo, no da. Esta miseria Alejandro la asimila, la incorpora y le da cuerpo en la tersura del silencio.
¿Qué extraña metamorfosis provoca el oír, el ver, el ser testigo, el estar presente frente al otro?
Pibito:
Es el mendrugo.
Es la redada.
Es el carro con cartones.
Es el buz leporino.
Y también,
es el terso
resuello de un sueño.
Asoma lo terso en el resuello de un sueño, de alguien que intenta zafar, escapar de las condiciones materiales que impone la realidad a muchos, muchísimos pibitos inmersos en la penumbra de la miseria. El terso resuello de un sueño asoma como respuesta de un sujeto.
Escuchamos la distorsión:
Colonia Nueva Esperanza:
Ahí
en el vertedero del barrio
donde lo humano perece
y se troncha la ilusión
Alejandro escucha y escribe la distorsión de lo inhumano: el discurso capitalista que ha tomado la forma neoliberal, nos está deshumanizando, nos lleva derechito al “vertedero del barrio”, por más bacán que se pretenda. La significación más promiscua y más anónima de esta deshumanización, la indiferencia, es la que hoy se declara a cuatro vientos a–política.
A su vez, también, La tersura del silencio nos hace oír la esperanza: la chinitilla huérfana, la solita, la huesolita diría don Bustriazo Ortíz, pringa el pan en su escudilla… y va a la escuela.
Ella pone empeño, ¡y qué suerte que tenga a dónde ir! A la escuela.
Aquí me detengo para situar la dimensión política del poema como otra estrategia para responder a la crueldad de aniquilar lo común, los cimientos de nuestra patria: educación y salud, pública y gratuita.
La rememoración también es otra estrategia para recuperar la voz propia:
Rememoración:
Sobre el poyete
arroja
las piedritas de la payana
y en cada guijarro
oye su voz.
Oír la voz propia en cada arrojar ahí, en el choque de los guijarros.
Cada tanto la belleza roza el poema, y sino escuchen el poema dedicado a Mel:
Fluirá:
Trazumará como las vaguadas
En algún sitio erguido siempre
estará nuestro amor…
La tersura del silencio nos deja también eso: un sitio, una basa a la cual podemos volver siempre, porque cuando el Dios nos ha herido, solo nos queda volver a evocar su partida… ¿Pero sólo eso?
Trazumará como las vaguadas
Algo atraviesa porosidades inauditas para erguirse con una presencia inolvidable.
¿Y luego de asumir la distorsión y asimilarla? Devolverla multiplicadamente. En ese hacer, en esa devolución escucho el gusto de Alejandro, en ese linde siento la amistad, la cercanía que nos ofrece el poema, su hospitalidad, la franja que hoy algunos se empeñan en aniquilar, el margen necesario para que lo humano respire.
La tersura del silencio gambetea ideologías, no toma la sopa del sentido común que nos colma hasta el empacho, con sus buenas intenciones, con su estado de bienestar.
Mi práctica me lleva derechito al poema Lo real:
Al colofón de la jornada,
ladeado en la piltra,
atina un grafo de diafanidad
y el gracejo asequible
que no está solo.
A mi entender, un grafo evoca una estructura matemática, social, topológica, pero una grafía se expande desde el gesto escrito a la letra, hasta alcanzar la escritura.
¿Y un grafo de diafanidad? Quizás el canto que evoca lo Otro y convoca a los otros, un lazo a lo real para combatir el aislamiento de la individualidad.
Alejandro Cesario no escribe con el diccionario. Escribe con su lengua un sujeto ético y político.
Paso al poema Efluvio:
El olor
de las hogazas
reverberó
lo que no está estando.
¿Qué es lo que no está aún estando? Sino aquello que nos ha dejado, la huella del paso de lo que nos abandona, de aquel olor de las hogazas que alguna vez evocaron un gusto, un sabor en la boca irrepetible, un recuerdo que nos retrotrae a un deseo imposible de asumir y resumir. Si se tratase de un vacío, no me caben dudas que se trataría de un vacío creador.
Asimilar la distorsión: incorporarla, ese es el síntoma que tratamos, la distorsión que provoca en lo social el intento de aniquilar la alteridad del otro.
En la tersura del silencio, alguien fabla solo, escancia tres tintorros, no pide nada, espera. ¿Qué espera? La respuesta que demos cada uno, será nuestra política. Don Pascal diría: hagan sus apuestas señoras y señores, porque este juego no es gratis.
Pero mientras alguien espera:
Epifanía
Pueblo de lengas.
Una enorme haya cobija al guácharo.
Cava y desentierra palabras.
Trepida pirexia.
Paliquea solito.
Encaramado al árbol puede oír su voz.
Epifanía es un poema porque dice otra cosa. Si hasta ahora, hasta Epifanía, una epifanía era algo exterior: la percepción de una manifestación, una aparición; Alejandro Cesario la hace propia, la interioriza: cava y desentierra palabras que lo trepidan, lo afiebran, hasta encontrar, hasta oír su propia voz, hasta sentir resonar la epifanía del poema.
Ahí volvemos al prefacio de Thomas Bernhard: hay que cubrir lo interior con lo exterior, otro modo de decir que de existir un imperativo ético del poema, no podría dejar de alojar la alteridad inasimilable del otro y de lo Otro. Y entiendo que a esa tarea se aboca la poesía de Alejandro Cesario y eso siempre es motivo de festejo. Gracias por tu invitación y por la escucha.
i La tersura del silencio, Alejandro Cesario, Editorial Detodoslosmares, Capilla del Monte, 2025.