DE ORILLA A ORILLA

LAS TRANSMISIONES TELEVISIVAS: UNA CREACIÓN DE REALIDAD

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

Quienes nacimos en un tiempo en que no existían los receptores de televisión, o apenas se había generalizado su uso, sabemos del poder de este medio audiovisual en el imaginario de las gentes, mucho más que el de la radio, que vivió, quizá, su momento de esplendor a finales de los años 30′ en Estados Unidos. En efecto, a las 8 de la mañana del domingo 30 de octubre de 1938, el actor, director, guionista y productor estadounidense Orson Welles (1915-1985) empezó a narrar un episodio de radio (“Guerra de los mundos”) de la serie dramática “The Mercury Theatre on the Air”. Se trataba de una adaptación de la novela “La guerra de los mundos” (1898), de H. G. Wells. La transmisión radiofónica se efectuaba en el marco de los festejos de Halloween. La temprana hora de emisión favoreció que muchos oyentes se incorporaran a la audición cuando la narración ya había sido debidamente circunstanciada, por lo que no pudieron saber que lo que oían era pura ficción. Dado que el espacio radiofónico contaba de la invasión de la Tierra por extraterrestres, multitud de ciudadanos norteamericanos fueron presa del pánico. La razón de fondo, sin duda, fue el crédito ilimitado de que gozaba la radiodifusión: “tal cosa es verdad porque lo ha dicho la radio”, podría ser la traducción popular de la actitud ciudadana. Posteriormente, la televisión tomó el relevo en la prelación de veracidad de cualquier tipo de contenidos “informativos”. Hoy, las redes sociales, con su inmediatez y acceso universal a ellas, se ha convertido en un monstruo de dos cabezas: el de las “verdades” y el de las “mentiras”, unas y otras sospechosas de su autenticidad.

Para reducir el ámbito de mi comentario, me centraré en el caso de las transmisiones deportivas, especialmente de las del deporte más popular en el mundo (con las excepciones que hagan falta para algunos países, por más importantes que estos sean), el fútbol. Desde hace tiempo, es imposible ver en directo un partido completo. Es decir, el realizador determina qué es importante o no en el relato que de él ofrece. Así, muchas veces desatiende a lo que sucede con el balón para mostrar imágenes del público, de alguna linda mujer, de un niño que llora o ríe jovial, de unos espectadores ataviados con una indumentaria llamativa… En demasiadas ocasiones, mientras la realización se ha ido por los cerros de Úbeda, se ha producido un gol, que después hemos de ver en diferido. Con frecuencia, se da la circunstancia de que el desarrollo de los acontecimientos sobre el césped es tal que nos pasamos buena parte de la duración del encuentro saltando de repetición en repetición, de modo que no podemos hacernos a la idea de cuál es el “argumento” que conduce a la resolución final: el resultado. Si cualquier realización es susceptible de verse como la visión subjetiva de su responsable, en el caso que nos ocupa no podemos ver otra cosa que una manipulación consciente del relato, una creación de realidad por la vía ‘rápida’ del diferido; esto es, la actuación de una censura previa que es propia de las tiranías, sean estas del orden que sean, económico, político, militar…

A quien el fútbol le importe poco o nada, le parecerá superficial el presente texto. Pero si vamos más allá de lo inmediato, entramos en el verdadero meollo de la cuestión: vemos lo que quieren (obviamente, los propietarios de los medios de producción) que veamos y entendamos lo que quieren que entendamos. Hágase extensiva la tesis a la participación de la ciudadanía en los asuntos políticos: al salir por la mañana a la calle, las conversaciones acerca de este o aquel tema evidencian que casi todo el mundo habla por boca de ganso, es decir, dan veracidad y difunden las ideas que nos transmiten a través de los medios de comunicación de masas. El canal, hay que concluir, no es inocente, como tampoco lo es el mensaje. Mucho me recuerda el asunto a un cuento de Borges en que un tipo, acodado en la barra de un bar, da la espalda a una reyerta que se está produciendo, y en lugar de darse la vuelta le pide a otro personaje que se la cuente. Aquel literario, como este de las realizaciones televisivas, cuentos chinos son del “vivo y en directo”.

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