Pase lo que pase[i], de Omar Emilio Spósito

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

            La poesía es un género literario que, más que permitir, obliga a la condensación de ideas mediante un lenguaje concentrador. No se entienda por ello el recurso a una supuesta economía lingüística, que muchas veces suele esconder las carencias de tantos autores. Escribir un buen poema es una labor de riesgo escritural porque se realiza sobre el abismo que media entre el pensamiento y el papel: abocarse a él ha de implicar saber si se quiere o puede saltar y si se acepta el reto de caer o volar, los extremos de una decisión que no acepta opciones intermedias. Aunque lo pueda parecer, la poesía no es compatible con la contención, sino con la liberación de sinergias que el poeta ha de entender y encauzar, pues no es este sino el trujamán que concilia los lenguajes que le habitan.

            Precisamente, de lengua y lenguajes hemos de hablar tras la lectura del libro de poemas “Pase lo que pase”, del bonaerense Omar Emilio Spósito (1956), residente en Francia desde 1978. Hay quien aprovecha la salida del terruño para saber que esa tierra (patria/lengua) es más ancha y contiene más perfiles que los de la que le vio nacer. Spósito, profesor de filología y civilización hispánicas en la Universidad de París XII (UPEC), abandonó Argentina para dedicarse a la docencia, sí, pero también para, literariamente (¿y vitalmente?) ir al origen de la lengua que recibió de sus padres. Es decir, salió para poder entrar, pues, con intuición y conocimiento, estaba persuadido de que somos fruto del pasado, y éste, el suyo, había de encontrarlo allende el océano. Porque Spósito, pese a vivir en Francia, aprovecha cualquier ocasión para recorrer las regiones de España e imbuirse de todos los registros lingüísticos que en el pasado lejano llevaron a tierras australes tantos españoles, no importa de qué condición ni en qué circunstancias. La obra que nos ocupa es una buena muestra de cómo el hombre, el poeta, aúna las herencias (así, en plural) sin oponer prejuicios y aversiones hoy en boga en Latinoamérica.

            Por partes. Además de poeta y profesor en un país de lengua extraña a la propia, Spósito es traductor, lo que significa que se esfuerza por entender al diferente, desde su punto de vista, y por acompañarlo y ayudarlo en la función primordial de la escritura: la comunicación. Es autor de más de una decena de poemarios, entre los cuales “Sedes del ser” (2014), de significativo título y muy a propósito de lo que decimos, “Poemas 1980-1987” o “Paredes”, además del escrito en francés “Vous ne croyez pas si bien dire”. Como traductor, cabe destacar “30 Cuentos del Magreb” y “Cuentos de la Sabana”, de Jean Muzi, y “Vuelos-Envols”, de Hugo Herrera.

            “Pase lo que pase” consta de 48 poemas de muy diferente extensión y hechura. Spósito los presenta sin separaciones capitulares. Los títulos se ordenan por orden alfabético, siendo esta la única estructura aparente de la obra. ¿Por qué aparente? Porque hay algunas constantes en los poemas que remiten a una unidad, si no temática, sí referencial. Es el caso de las alusiones directas e indirectas a autores españoles de épocas precolombina (Juan Ruiz, Arcipreste de Hita) y actual (Antonio Gamoneda), entre otros tiempos y escritores. De forma genérica, el prologuista Ricardo H. Herrera nos pone en la pista del porqué: “en su poesía las palabras tienen raíces profundas, que penetran tanto en la riqueza del remoto pasado hispánico como en la penuria del presente rioplatense”. Herrera afirma que “la mixtura idiomática es la característica más evidente de su estilo”. Una mezcla que afecta también a los metros empleados, en los que “se dan cita arcaicos versos monorrimos (naturales del mester de clerecía) y abruptos y jocosos giros coloquiales de fulminante eficacia poética”. Spósito, que como se ha dicho, recorre España cada vez que tiene ocasión, es un profundo conocedor de los cancioneros medievales hispanos, cuya influencia es detectable en sus poemas, pero no con una rancia intención imitativa.

            Desde el primer poema del libro, “Aceituna”, Spósito nos interesa en dos grandes ámbitos temáticos: la educación religiosa (“La religión verdadera”) y, más que el erotismo, la voluptuosidad. La dedicatoria, que en verdad constituye otro poema, se dirige a los menos favorecidos por la vida: “A los que sobreviven con el fardo de lo humano/ a cuestas/ A los que apuestan con la ilusión/ del borrego/ A los quejidos que acaban/ en sopa de sobre/ A los de velas encendidas a la espera de un viento/ que despeje su aliento desolado/ A los que viven sin el nombre del padre, del libro/ y de la tierra perdida/ […] A los ausentes del tiempo acabado/ que salan nuestro plato del día/ con sus flujos invisibles/ sin luz, sin miedo, y sin avidez”. Es una reafirmación de lo que presagia el título, pues “pase lo que pase” es lo que solemos decir -curándonos en salud- cuando vislumbramos el fracaso en aquello que acometemos.

            “Aceituna”, el poema que abre el libro, está precedido por un epígrafe del Cancionero Español del siglo XV. Es una declaración de intenciones del poeta, quien hace patente dónde está el origen de lo que habla y hasta de lo que piensa. Sin embargo, Spósito también deja claro desde este principio que no se va a ajustar ningún corsé tradicional. Así, los poemas que siguen se presentan liberados casi por completo de puntuación a fin de provocar en muchos de ellos ambigüedad, o, dicho de otra manera, permitir al lector leer a su gusto, lo que significa zafarse, si lo quiere, de las cautelas -no celadas- que el autor quizá ha dispuesto en los textos. El canto a la aceituna, por ejemplo, bien puede tomarse como una lección de anatomía tanto como la radiografía salaz del deseo: “Deja aceituna que te llame oliva/ eres como esa amiga que uno espía/ (redondez de su carne y su piel fina)/ que pulposa y salada imagina/ y que muerde y hasta el hueso/ lame, chupa y sabe:/ Mi deseo se cubre de saliva/ cuando te veo así ofrecida/ conservando alguna hoja, tenue velo/ sobre tus partes pudorosas/ que probar al punto quiero en mi boca/ ansiosa por comerte queriendo otra/ y otra y otra más cada cual con su color/ y su tamaño…”

            La ironía -incluso el sarcasmo- es uno de los recursos recurrentes de la obra. Si hay un buscado paralelo entre el comer y el retozar que produce un efecto lascivo, no se detiene tampoco en asuntos de trágica evocación, como el suplicio y muerte de Juana de Arco, en una imagen de la pira en que fue quemada que equipara al lanzamiento de un cohete: (“Despegue de Juana de Arco”) “La obtusa turba arremolina/ tus pezones transmisores anunciando/ un despegue heroico e inminente”. En todo momento, Spósito levanta y trunca al instante los clímax eróticos, así como los de la bonhomía para que veamos el reverso de las ideas, el “lado oscuro del corazón” humano: (“Eras”) “Eras de las que se tiran pedos de narciso sin decir ‘perdón’ […] de esas mujeres genuinas, sin afeites ni depilación:/ un mamífero, una resolución […] Yo, que huía de la mirada femenil […] quedé pegado a tus ojos de tigre y a tu bigote/ a la Frida Kahlo esbozado […] Eso eras:/ una cebolla bigotuda y sazonada que mira al otro/ como a una presa fácil de roer […] No sabías leer ni escribir,/ hablabas apenas, a gritos […] Sin embargo/ una sensibilidad superior ante las imágenes te habitaba […] Un día/ tuvimos que atarte en la casa de un amigo/ para que dejaras de rasgar los sillones de cuero italiano/ que acababa de comprar […] tu recio perfume de animal”.

            La paráfrasis es también del gusto del poeta. Encontramos en algunos poemas ecos de la lengua popular tanto como de algún texto sagrado: “soy de nunca acabar”; “corte y confusión”; “lo prometido es duda”; “el nombre del padre, del libro y de la tierra perdida”. Son solo unos ejemplos de las muy presentes referencias al todo de la cultura presente y pasada, algo que refuerza la inclusión de epígrafes de autores de muy diferentes estro y tiempo: Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita; François Villon; Omar Khayyan; José Hernández; Antonio Gamoneda; Ignacio de Loyola; Virgilio; Atahualpa Yupanki; Jon Juaristi; Amador Calvo Ramón; el Génesis…

            Pese a carecer de estructura, el poemario ofrece un crescendo interno, tácito: el tiempo declinante, algo así como la hora de la cosecha de la aceituna (la alusión a los olivares es iterativa: “extraviada en el olivar”; “no es fácil/ ser diosa en el día a día/ ser diosa y tener que orinar […] sus pocos recuerdos/ de aceituna gordal”), que es la conjunción de su gloria y muerte. Es decir, Spósito da con sus huesos (los de las olivas y los propios) en el hoy sentenciado a ser un mañana trágico: “la vida es una máquina de matar”; “mas la vida nuestra/ la vida diaria mancilla/ nuestros despertares de holganza/ arruga nuestras pieles de figuración/ nos sigue anunciando farruca/ un destino soturno y giboso” resignación” (“La vida diaria”). Un presente que no olvida el pasado, sin embargo: “Años después, asuntos de geografía,/ ya en el Hemisferio Norte, primera noche estrellada,/ primera visión de luna, sí pude ver al fin/ aquel rostro doloroso y quejido/ sin pañuelo de seda y la pena esa/ que congoja y duele/ y que mi abuela nunca vio./ Silbidos del pasado/ hemisferio errado/ abuela carmesí/ menta, geranio/ y rostro ausente/ de niño/ en un balcón”.

            Finalmente, el desvelamiento de la mentira: “Luego fue muerte y de la Iglesia doctor/ de criminales y enterradores patrón/ y de Cristo/ ardiente redentor” (“Remembranzas de San Agustín”). Y una advertencia para patrioteros y atorrantes: “y la tierra mía, aquel infierno,/ no lame ya las plantas de mis pies” (“Sabed”). Pues Spósito para la aceituna lamer ha nacido (gusto circular). No haya prisa, parece decirnos en el último poema (“Zamora”): “En una hora no se ganó Zamora” (frase debida al rey hispano Alfonso VI de León -1040/1041-1109). El pasado, el presente, el futuro sin pasos, que, pase lo que pase, seguirán pasando sin solución de continuidad.

[i] Pase lo que pase, Omar Emilio Spósito,  Audisea, París, Reflet de Lettres, Buenos Aires, 2017.

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