
Patitos degollados, la palabra desnuda en la poética de Gustavo Borga
Por Nélida Cañas
Es la noche. Leo Patitos degollados de Gustavo Borga editado en 2002, con prólogo de nuestra querida Dolly Pagani. Mientras siento el privilegio de leer la “opera prima” de un poeta que admiro, pienso en el título: Patitos degollados: la ternura y lo terrible. Una imagen revulsiva que nos pone alertas. Que introduce una cuña en lo real.
Me detengo en el prólogo: “Es una mirada, con desparpajo, sobre el mundo y la nefasta condición humana. Mirada que imprime a su escritura, un carácter: gestualidad verbal ambigua que transita, paradojalmente, entre el sarcasmo y la ternura, aunque el segundo término de la polaridad se oculte, o se enmascare, subrepticiamente”.
Hasta acá, me digo. Suspendo por el momento la lectura del prólogo. Voy a los poemas. Voy a la inocencia y al temblor. Al miedo y la rabia. Voy a la interrogación que no lo deja. Que lo sujeta con manos sarmentosas: “Todas / la noches/me degüellas // Padre/ ¿Qué soy?// ¿Niña o cordero?”. La voz del poeta se expresa con despojamiento y sencillez para que nada distraiga su gesto. Es una pregunta que indaga al Padre sobre su propio ser. Sobre esa identidad que se pierde cuando nos desconocen y nos desconocemos. Padre, ¿Qué soy? Qué soy en el desamparo de la orfandad.
Por momentos existe el anhelo de ser otro. No Gustavo Borga, otro:
“Cuando corro por el campo
mi nombre
¿por qué no se desprende?
Cuando desciendo
del tren o del colectivo
mi nombre
¿por qué no sigue viaje?
Anhelo de ser otro: desprenderse, seguir viaje. No ser este animal que tiembla. Escindirse como los bordes de una herida. Buscarse entonces de este lado y del otro del mundo, cordero, caballo ¿Quién? El caballo que viste/ fugazmente/ desde la ventana/ del colectivo //(el animal estaba solo/ parado en cuatro patas/ en medio del campo)//era yo// Yo me llamo Gustavo / Gustavo Borga me llamo// Soy tu espejo”. La orfandad en medio de la nada. Ha sido expulsado a punto de no reconocerse, de perderse de sí mismo. “Fui expulsado // Ahora/ camino un territorio / que me es extraño // Alguien me sigue // Siento sus ojos/ a través del follaje// Inútil será rezar// Cuando caiga la noche/ seré cazado”
Los verdugos siempre al acecho. Lo siniestro. Pero ¿Qué es lo siniestro? “Lo siniestro” se refiere a la sensación de miedo que experimentamos cuando algo familiar se vuelve extraño, inquietante o aterrador. Cuando debiéramos recibir abrigo y ternura, en la íntima desprotección de la infancia, somos “cazados” por un cazador cuyo rostro conocemos y nos aterra. Cuyas manos sarmentosas se ciñen alrededor de nuestro cuello y nos sacrifican vaciándonos.
Cuando la niñez es vulnerada, y de eso trata Patitos degollados, la herida es tan profunda que los bordes jamás se cierran. En la orfandad, perdida la fuente de amor y protección, el ser queda a la intemperie. Y entonces, el vacío que nada podrá llenar.
¿Y la escritura? Sabemos que repara; ayuda a reconstruir la propia identidad. ¿Cómo? Juntando los pedazos de lo que fue roto. En la fe cristiana rezar ayuda a reparar. Pero el poeta dice: “Inútil será rezar/ cuando caiga la noche / seré cazado”.
Y sin embargo: “Caí/ de rodillas/ el día/ que el sol/ me atravesó// Me levanté// y comencé a escribir”.
Comenzar a escribir a conciencia de que no hay cura. “La cura es hacer que una dolencia, herida o enfermedad remita o desaparezca”. No hay cura. Sólo la posibilidad de juntar los pedazos rotos y ponernos de pie repitiendo nuestro nombre como un mantra. El poeta lo hace cuando dice “Yo me llamo Gustavo/ Gustavo Borga me llamo/ soy tu espejo”. No dice Soy Gustavo. Dice Yo me llamo Gustavo. Una manera de reparar. Juntar las sílabas de ese nombre que le fue impuesto. Y sin embargo es una señal de identidad.
¿Cómo hacer con el desamparo ontológico? ¿Cómo hacer con un yo disuelto o en fase de disolución? “Padre / ¿Qué soy? //¿Niña o cordero”?
¿Qué soy? Acaso el cordero del sacrificio o el caballo a la intemperie sosteniendo la llanura.
¿Cómo no surgir la ira del abandono afectivo y el vacío de la orfandad?
Surge la ira. Y con ella, el deseo de matar. Se trata de un niño que mata en el sueño o con palabras: “Dormí // De su boca/ no saldrá más/esa mano // Murió”. Otro de los poemas dice: Cacé /al hombre sucio / de sucias manos //Lo sorprendí /en el cuarto/ mientras dormía// Ahora/ atado a una silla/la bestia / espera la muerte// Apunto/ (detrás de mí / hay un niño) //Disparo”.
Vuelvo a Dolly Pagani, a su palabra precisa: “Para Gustavo no existen cantos de sirenas. Desconfiado en su búsqueda, deja libre sus pulsiones y los vestigios oscuros del subconsciente. Algunas metáforas, como las del título Patitos degollados, nacen con la fuerza y la crudeza, de lo primitivamente instintivo, como la duplicación de un vagido, como el abrazo frío de una infancia desierta”.
El prólogo de la querida Dolly es de una sensibilidad y precisión, que no debiera agregar ni una sola palabra. Sin embargo, me atrevo. Acepto el desafío que me impongo. Leo como un animal herido que quiere abrazar, hacer un colchón de hojas que abrigue la intemperie. Abrazar y agradecer a Gustavo la generosidad de su palabra de niño herido.
Los poemas son breves. La palabra, desnuda de abalorios. El lenguaje coloquial, sin pretensiones de decir más que lo- que- hay- que- decir. Y sin embargo en esa limpidez de páramo el lector se verá, nos veremos, sumergidos en un torbellino de emociones y sensaciones tan profundas e intensas que se tornan inefables.
Hay mucho más en este poemario: “A la noche / trepó a la casa// -a la de ella_ / Abrió los brazos//Voló toda la noche”.
Hay más, digo: “Instintivamente/ extiendo mis brazos // Soy un pájaro”.
Gustavo vuela. Es un pájaro. Recuerda a un amigo, que le regaló sus zapatos, y ahora anda descalzo por el cielo, y el poeta lo ve. Una mujer venida de muy lejos escribe el poema. Dolly, su maestra, la que supo mirarlo, escribe el poema. Él ha visto sus ojos.
Gustavo se pregunta en el bello último poema de Patitos degollados, que se abre con una cita de Antonin Artaud: “Vivir no es otra cosa/ que arder en preguntas”. Entonces, desde aquella: Padre / ¿Qué soy? // ¿Niña o el cordero? Hasta este poema constituido de preguntas, que liberan al niño herido hacia un posible: “¿Usted / con su enorme lupa/ puede ver mi corazón”?