Pizarniki o cómo escribir la noche

Por Sergio G. Colautti

Tal vez las palabras sean lo único que existe

en el enorme vacío de los siglos

  1. P.

Con el esplendor y la fugacidad de un relámpago, la poesía de Alejandra Pizarnik visitó el mundo, al que presintió ajeno y hostil. Con solo veinte años, su poesía inicial se constituye como lúcida conciencia de sí:

“la muchacha halla la máscara del infinito

y rompe el muro de la poesía”ii

La cuestión, para ella, no será la construcción de una poesía como el buen escribir epocal lo indicaba, sino un rompimiento riesgoso, abismal, una exploración al interior sombrío y a la torsión de un lenguaje inexplorado.

La pérdida del paraíso perdido, referido claramente a la infancia como espacio latente y carente, marca el punto de partida de todo su desarrollo poético, que deviene de ese desgarro iniciático. Desde esa conciencia, el arrojo de su escritura ya comienza a nombrar fugas y partidas; no aparece como decisión intempestiva sino como dejarse ir:

Partir

Deshacerse de las miradas

Piedras opresoras

Que duermen en la garganta.

He de partir…”iii

Escribir se vuelve, entonces, un agonismo en busca de nombres, como quien construye una trama que intuye, pero desconoce, que huele entre ciénagas, pero de la que apenas adivina sus formas:

Del otro lado de la noche,

la espera su nombre…”iv

Entre los recovecos de la noche, comienza a aparecer la temática que atravesará el resto de su obra: la muerte, presentida, próxima, elegida, bajo las ropas metafóricas de la sombra o la noche:

Sé gritar hasta el alba

cuando la muerte se posa desnuda

en mi sombrav

La percepción de la muerte como proximidad, como inmediatez, aparece como tensión entre quien busca y quien presiente; una intuición que construye la deriva del deseo hacia esa zona oscura y fría del miedo, que la escritura registra, husmea, detalla y nombra:

“En el eco de mis muertes

aún hay miedo.

¿Sabes tú del miedo?

Sé del miedo cuando digo mi nombre.

Es el miedo,

el miedo con sombrero negro

escondiendo ratas en mi sangre,

o el miedo con labios muertos,

bebiendo mis deseos.

Sí. En el eco de mis muertes

aún hay miedos”vi

Avanzando en el itinerario singular de su escritura, donde el camino aparece al ritmo de sus pasos nuevos, fulgura, otra vez, la conciencia del poema y su sentido, la forma elemental de su tarea enorme pero ineludible: inventar desde los límites del lenguaje que ya existe una experiencia de la extrañeza y la singularidad que aún no existe, que está sucediéndole, entre vivencia y escritura; vivir y escribir, cada vez, como la misma intensa experiencia única:

explicar con palabras de este mundo

que partió de mí un barco llevándomevii

has construido tu casa

has emplumado tus pájaros

has golpeado al viento

con tus propios huesos

has terminado sola

lo que nadie comenzóviii

Desde otros poemas, el dejarse ir de Pizarnik se hace más explícito, se despliega como manifiesto desde el cual decir el abismo al que se encamina, como parapeto desde el que se construye una poética del deshacerse:

la pequeña viajera

morirá explicando su muerte

sabios animales nostálgicos

visitaban su cuerpo calienteix

El gesto del deshacerse, la caída liviana y presentida, puede adquirir, a veces, la forma de una erótica en la entrega amorosa. La flor, en los dos casos, como cifra de la fragilidad y el deshojarse como trayectoria de la fugacidad, reiterada huella en la escritura de su obra:

una flor

no lejos de la noche

mi cuerpo mudo

se abre

a la delicada urgencia del rocíox

En el proceso indetenible que entreteje la noción permanente de la muerte con la escritura que crece y se afina como un puñal dorado para describirla reconociéndola próxima y presente, como una sombra, aparece una instancia nueva, como un amanecer no visto aún, en donde la ajenidad de la muerte transmuta en propiedad, se instala en el cuerpo propio para dejarse escuchar o latir como sonido interior, como un silencio; un viaje hacia sí, deliberado y fatal:

“La muerte siempre al lado.

Escucho su decir.

Solo me oigo.”xi

Otra vez, avanzando su recorrido poético, aparece la lila para decir el deshojarse, la percepción sensibilísima de la muerte, ya presentida como cuerpo propio…

Esta lila se deshoja

Desde sí misma cae

y oculta su antigua sombra.

He de morir de cosas así.”xii

La comprensión, desde la extrema lucidez de su palabra, del vínculo entre lo fatal final y los modos de la escritura que lo ausculta y lo desentraña, se vuelven metáfora definitiva: escribir la noche es decir ese vínculo, mirarlo de frente, aceptar sus designios, descubrir la belleza de sus pliegues, el irresistible silencio que crece como una música esencial:

Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.”xiii

El paso de la palabra enunciada al silencio musical, es también el movimiento de la letra hacia el vacío, o el hueco al que se refiere Enrique Pezzoni: “en su poesía las imágenes se constituyen unas a otras como si fuera perfilando una zona central que es la de lo no dicho y que adquiere valor como un hueco central”. En el universo Pizarnik, ese abismo es lo indecible.

Escribir es, al final de este camino que la poesía de Pizarnik construye paciente y trabajosamente, abordar las zonas opacas y luminosas que aparecen como trama de sus libros, pero también ponerle nombres al vacío, decir la nada, como empresa final y desmesurada de su obsesión poética:

Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tienexiv

En su último septiembre, Pizarnik dejó escrito en la pizarra de su cuarto un poema que parece latir haciéndose. Su último gesto poético.

Escrito

en

el

crepúsculo

no quiero ir

nada más

que hasta el fondo”xv

A los treinta y seis años Alejandra Pizarnik decide morir, dice su biografía. Muchos años antes, dice su obra poética, entrevió, invitó y le puso nombres a su propia muerte, deshojándose como sus lilas.

Como un rayo que iluminó su tiempo, fulguró y se fue dejando una poesía desnuda, un lenguaje en transparencia, una nueva sensibilidad en la literatura del mundo. Fue también quien escribió las sombras invisibles de la noche.


i Pizarnik, Poesía completa. Penguin Random House, Buenos Aires, 2019.

ii Pizarnik Alejandra, Salvación, en La última inocencia, 1956.

iii Pizarnik Alejandra, La última inocencia, en la última inocencia, 1956.

iv Pizarnik Alejandra, Poema para Emily Dickinson, en la última inocencia, 1956.

v Pizarnik Alejandra, La jaula, en Las aventuras perdidas, 1958.

vi Pizarnik Alejandra, El miedo, en Las aventuras perdidas, 1958.

vii Pizarnik Alejandra, Explicar con palabras de este mundo, en Árbol de Diana, 1962.

viii Pizarnik Alejandra, Has construido tu casa, en Árbol de Diana, 1962.

ix Pizarnik Alejandra, La pequeña viajera, en Árbol de Diana, 1962.

x Pizarnik Alejandra, Amantes, en Los trabajos y las noches, 1965.

xi Pizarnik Alejandra, Silencios, en Los trabajos y las noches, 1965.

xii Pizarnik Alejandra, Vértigos o contemplación de algo que termina, en Extracción de la piedra de locura, 1968.

xiii Pizarnik Alejandra, Linterna sorda, en Extracción de la piedra de locura, 1968.

xiv Pizarnik Alejandra, Caminos del espejo, en Extracción de la piedra de locura, 1968.

xv Pizarnik Alejandra, Criatura en plegaria, en Textos de sombra, 1972.

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