
Reseña
Andares – César Bisso
Ediciones La yunta, Buenos Aires, 2023
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
Ediciones La yunta ha abierto un nuevo camino para los buenos lectores de poesía. Se trata del poemario “Andares”, del poeta, sociólogo y periodista santafesino César Bisso (Coronda, 1952). La obra que acaba de echar a andar no es, sin embargo, nueva, aun siéndolo de forma incontestable. Puede decirse que el neonato ya vivió un primer alumbramiento unos años antes de este otro yuntero (si se me permite la expresión), pues en 2019 Ediciones Ananga Ranga, merced al malogrado poeta chaqueño Tony Zalazar (Barranqueras, 1980-Corrientes, 2021), dio a la imprenta y a la vida una criatura homónima -casi un clon de la presente- la duración de cuya existencia, así como la del partero, iba a determinar la aparición de la COVID-19.
La andadura (los andares imposibles entonces) del libro primigenio apenas si pudo imprimir sus huellas en un mundo que hubo de invisibilizarse por largo tiempo, para la mayoría de la sociedad, e incluso para siempre, en tantos casos y con la sola unción de la soledad que todo lo cubrió de muerte propia o ajena. El “Andares” correntino dejó de alentar antes de experimentar el camino, desapareció sin ser visto, se convirtió en olvido sin haber forjado memoria.
Pero los caminos tienen sus leyes, a cuya virtud se acogen quienes entienden que en ellos está el ser colectivo que entre todos conformamos. Por trochas o a campo traviesa, los andadores de La yunta supieron ver, y la animaron, esa alma destinada al limbo y que ahora promete andar sin descanso, pertrechada con el cuerpo de ayer y engrosada con las enseñanzas cosechadas después; esto es, con nuevos textos, uno de los cuales es un breve pero sentido poema laudatorio (“Hay dolor”) de la figura del editor y poeta Tony Zalazar.
Así, puede afirmarse que el “Andares” de La yunta es, en realidad, un libro trino: el perdido en los albores, el pergeñado para su renacimiento y el que nunca podrá ser -aun siéndolo, también de forma incontestable-, a causa de su doble naturaleza. Todo suma: la visión de los nuevos editores (con la experiencia de sus andares), que recogen la de Ananga Ranga, y, de forma particular (de poeta a poeta), la del desaparecido Zalazar, cuyo prólogo a la edición príncipe preservan de la pira de la muerte por su certero contenido y la belleza formal de su escritura.
Tras una primera mirada a “Andares”, comprobamos que el libro de César Bisso, aparentemente unitario en su estructura, está dividido en tres partes (‘secciones’ las llama Zalazar), si bien no se marcan de forma explícita, sino que vienen precedidas por sendas citas de poetas del gusto del autor (José Lezama Lima, Amelia Biagioni y Christoph Janacs). La obra puede verse como un viaje en un espacio y un tiempo no coincidentes con los convencionales: dobla los mapas y anula el valor de las edades (o las resignifica): no importan los hemisferios ni los continentes; a veces, lo de menos es lo visto, porque lo que pretende el poeta es dar fe de lo que en su interior se transforma por mor de lo visto. Diríase que Bisso escribe desde una particular “caverna” platónica que se sustenta, no en la fantasía o las divagaciones, sino en las huellas que el mundo sensible impresiona en su ser y lo dota de esperanza: la poesía puede y debe ser demiúrgica, hacedora; el lenguaje poético es el instrumento que da sentido a los andares y facilita/posibilita la visión. Con Montesquieu, la escritura poética permite el intemporal contraste entre las cosas reales y una manera distinta (incluso una mirada extranjera) de percibirlas. Porque nuestro poeta lo es en estado puro, es de este mundo y de otro posible: es quien exhorta a Lázaro a levantarse y caminar y quien camina olvidando el mandato del omnisciente. Bisso conoce el oficio de poeta, pero es más un vate explorador que se sirve de la poesía para conocer, entender y hacerse entender, así como para profundizar en el “misterio” del arte poética. Porque el poeta es una herramienta de la poesía, una especie de mediador, mas no un intérprete: “lo que la poesía dice el poeta nunca lo sabrá”, asevera en “Por la senda”, algo que nos recuerda a Rafael Felipe Oteriño (a quien, por cierto, dedica el poema “Hechicería”), de cuya poesía se siente solidario, especialmente por esa mirada/andar tendida sobre el carril del pensamiento. No en vano los grandes poetas suelen coincidir en sus miradas y, a veces, hasta en la inocencia de la intención, ya que la poesía tiene vida propia, “ve más allá, eterniza la belleza”. Poesía de pensamiento -como en Oteriño-, poesía -otra vez, como el poeta- en estado puro, pues el poema es lo que importa (“el poema queda huérfano antes de amanecer”), y a él se encaminan los pasos, los andares (“el misterio corre ciego tras el verbo”), la poesía está dentro (“La vuelta”) de lo que no se sabe y hay que sacarla para saber. Una industria que compete a un hombre interpuesto, “El profeta”, que, hobbesianamente, es capaz de ver “los actos innobles/ que los hombres acumularon en todos/ los territorios y los siglos”.
A modo de homenaje, es pertinente traer a la sazón lo que con breve trazo dejó dicho Tony Salazar en ese prólogo o íncipit (ya obra mínima a ensalzar): la primera sección versa sobre lo que el poeta aprendió; la segunda se ocupa de quienes le enseñaron cuanto sabe, y la última la dedica a quienes compartieron la gloria de los descubrimientos, porque “el destino está en andar” (Zalazar), “el milagro está sujeto a los pies (Bisso) y “la mejor escuela es el viaje” (Zalazar), según dejó dicho muchos años antes el poeta español Antonio Machacho: “Caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar”.
Heracliteano, sí (“estamos obligados a transformar el mundo desde la palabra, aunque no lo logremos, pero ese es nuestro lugar”), pero también circunstancial y primario (en el buen sentido de la palabra -primero, esencial-), César Bisso sale al mundo (salir para entrar; alejarse para aproximarse; perderse en la vastedad para encontrarse el ápice de la nariz), aunque no orilla (u orilla, si en argentino hablamos) el terruño enorme de la patria dentro de la patria: anda en pos del andar primero, no divaga, sino acuesta a la sangre su propia sangre, ‘extranjeramente’ propia. Ahí desfilan tierras, culturas originarias, poetas crecidos al par de las cosechas, cantores y cantautores. Andares sin mira, mirados sentires, que no requieren de ojos para ver. Ahí fulgura oscuramente una Argentina que la Argentina poderosa y oficial no reconoce en pie de igualdad. Ahí está la realidad como trasunto de la irrealidad (¿quién fabula?).
“La poesía nos lleva a mirar algo y buscarle siempre otra vuelta de tuerca” […] “La poesía es verdadera cuando no incorpora ningún instrumento del poder para expresarse y tampoco se deja embestir por la prepotencia de un sistema perverso que no teme del poeta, sino del poema”. […] “Mi gran sueño es que alguna vez la poesía pacifique a las bestias”. El poeta César Bisso se entrega a la poesía por la corriente de la sangre sin ADN, expuesta al albur marcado por el centro irredimible -pero certero en su incertidumbre- del timonel inconsciente del certísimo y realísimo surrealismo: César Bisso cierra los ojos para ver, pues el surrealismo es “el arte más revolucionario que ha surgido hasta el momento”.