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Desde el mirador
En medio
Por Kepa Murua
Ya no hay tiempo para el reposo. La historia es un tren cargado de explosivos con una luz fija que lleva delante el nombre de los suicidados por la sociedad. El miedo es un sentimiento como otro cualquiera. Lo que parecía excepcional se convierte en algo normal, lo que era terrible, en rutinario. El hombre libre no puede olvidar que la peor de las pesadillas nunca deja de lado la violencia, mientras el hombre aislado que lo que parecía increíble nos explota a todos, porque el terror ha pasado a ser la columna vertebral de la existencia. ¿Deberíamos sucumbir ante él?, ¿deberíamos dejar de reír, de amar, de bailar y hacer el payaso, porque todo quedará algún día reducido a cenizas?, ¿deberemos enfrascarnos en una conciencia de guerra, una medida que siempre saca lo peor de cada uno, para sobrevivir? La historia nos muestra en cambio otros detalles. Los inocentes –esos que siempre pierden en todas las batallas de la vida– sacan fuerzas de no se sabe dónde, como quien no quiere la cosa, hasta que lo que parecía terrible se diluye en algo lejano. Y lo que era inevitable sale a la luz con el recuerdo de los muertos por ese imposible retorno que es el mundo cuando lo vemos sentados desde el portal de nuestras casas. ¡Cómo ha cambiado todo en pocos años! El mundo no es como antes, nada es lo que era, la guerra llega hasta la cocina, pero las palabras no cambian de significado por más que cambie el mundo. Las palabras estaban antes que nosotros, otros las utilizaban, las escribían, se explicaban con ellas antes de que naciéramos. Como ahora, como antes, por más que el mundo se haya vuelto loco. Por eso, la muerte es muerte, el asesinato, asesinato y la vida, vida, frente a otras palabras que como falsos sinónimos justifican cualquier hecho ante unos intereses y otros. El precio es dar un significado exacto a las palabras que no pueden cambiar el mundo pese a todo. Pero el verdadero secreto está en las mismas palabras que se pronuncian cada vez que abrimos la boca: no deben cambiar de significado pese a todo. Pese al mundo, pese a la violencia indiscriminada, pese al dolor y la muerte cuando sentimos que nos encontramos en medio de la barbarie. En medio de las palabras que se dicen cuando apenas nada tiene remedio. No busquemos entonces la justificación de los hechos entre esas palabras que nos dicen la verdad de lo que acontece y que chocan con nuestros sentimientos. El mundo violento nos usa como títeres que sobreviven al azar. Nadie debería limpiarse las manos con las cartas marcadas de la venganza o la “autodefensa”. Quizá alguno se atreva a rezar. Pero si con las palabras no se juega, tampoco es lícito hacerlo con los sentimientos. En medio de los dos, el vacío más grande.
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