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Desde el mirador
Inteligencia que se nos escapa
Por Kepa Murua
Lo confieso, soy un tonto por dejarme engañar. Dicen que el mundo está dispuesto a dar su brazo a torcer, y yo me lo creo. Dicen que ante todo se defenderán las ideas del prójimo, aunque vayan en contra de todos, y yo me lo creo también. Dicen que la creación de diferentes foros no tiene fines partidistas, y yo me lo creo con una ingenuidad aplastante que escandaliza a mis amistades. Hasta que no se demuestre lo contrario, creo en lo que me dicen, leo o escucho, así como mis amigos no creen en nada. Ellos están de vuelta de todo y cada vez que se fijan en un personaje público lo tachan de tonto. Tonto por hacer una película que nos retrata en el siglo XX con la música del XXI; tonto ese que dice no sé qué de los intelectuales, tonto también ese político que embiste al oponente con las ideas más acertadas. Tonto el filósofo que emplea sus conocimientos para desprestigiar a quienes no piensan como él. Tonto por tanto quien va dando lecciones hasta que se convierte en un pelmazo con sus salidas de tono. Estos amigos míos, sale uno en la tele y ya lo definen como tonto. Tonto el humorista sin gracia, el cantante sin fuste, un actor sin carácter, el entrenador que no sabe abrir la boca, y así hasta la eternidad, pues según ellos, lo son hasta que no se demuestre lo contrario. Pero a mí me parece todo lo contrario, creo que son los mejores. Por lo menos conocen su oficio. Frente a tanto listo que en medio de cualquier conversación trata de explicar el mundo, estos señores, que a primera vista parecen un poco torpes, son la inteligencia personificada. Algunos serán simples hasta aburrir a sus esposas, otros, complejos cuando callan lo que piensan, y los menos, seguro que son personajes que se ríen de nosotros y son capaces al mismo tiempo de coincidir en lo que de verdad somos: tontos al creer que son ellos quienes se muestran como peleles ante nuestros ojos. El miedo al ridículo no existe en sus conciencias, la honestidad no es un grado a la hora de valorar su arte, la mediocridad es para la gente que les aplaude, ellos pueden vivir a espaldas del público con lo que les venga en gana. De hecho, muchos no se avergüenzan al desmentir con sus actos lo que prometieron con sus palabras. Y algunos son capaces de adelantar el título de una novela que nunca escribieron. Pero los tontos somos quienes reímos sus gracias y pedimos otro trago sin atrevemos a decir en voz alta que son mejores que nosotros. Y miro a mis amigos y lo tengo claro: no tienen casa propia, ningún oficio de interés, su vida toca fondo, se han vuelto cínicos y aunque estas razones tampoco nos salven de la tontería ajena, cuando los llamamos así, somos nosotros quienes tras una falsa inteligencia que se nos escapa de las manos, nos retratamos a secas, sin que nadie a nuestro lado pueda remediarlo.