De orilla a orilla

LOS GENIOS Y SUS VALEDORES

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

¿Quién no cree conocer a un genio tan de cerca que lo sitúa incluso en su círculo familiar; y si no un genio, sí un ser dotado de cualidades excepcionales para este o aquel menester: una persona que se eleva por encima de la mediocridad general de una manera natural? ¿Quién no ve en la “astilla” del refrán al “palo” de que procede y que, “casualmente”, es quien reconoce la íntima relación?

  Contrariamente, ¿quién se conforma con la “normalidad” del ciudadano común y rehúsa “inventar” conocidos de eximia trayectoria social o profesional? Más: ¿quién está dispuesto a admitir que entre sus allegados y amigos se encuentra un réprobo, un marginal o simplemente un refractario convencido? Otro refrán asegura que “a nadie le amarga un dulce”. Pero habría que añadirle: “ni le endulza compartir una verdad amarga”.

  En definitiva, siguiendo la parábola bíblica de las bodas reales, si “muchos son los llamados y pocos los elegidos” (Mateo, 22:14), parece ser que la lectura general es diferente: pocos son los llamados, y menos los elegidos. Las vestiduras adecuadas para las solemnidades son las que lucen un boato exterior, nunca interior. Porque este no se quita y se pone con opiniones interesadas ni fines espurios. La grandeza “invisible” y “silenciosa” no se alcanza, sino que es connatural a quien la posee.

  Las sociedades occidentales ensalzan hasta el paroxismo el “triunfo”, entendido este como un arma arrojadiza contra quienes no “triunfan” en nada. Da lo mismo que quien amasa fortunas, detenta poder sobre los demás o se ve agraciado con un golpe de suerte material sea poco más que un necio, un ser despiadado, un ventajista o un arribista. No tenemos más que abrir los ojos al salir a la calle y ver; solo hemos de pensar en quiénes rigen los destinos del mundo: tipos ofensores que ejercen de presidentes de países con el pensamiento puesto únicamente en sus ombligos, pero que aderezan el “cuento de la verdad” con exhibiciones histriónicas y palabras grandilocuentes carentes de contenido. El proscenio desde el que teatralizan y lanzan sus invectivas puede estar en una casa “rosada” o en otra “blanca”. Son lugares que simbolizan la voluntad democrática de la sociedad, pero de ahí no pasan, del símbolo, pues en realidad los han convertido en “cuevas” de Alí Babá o patios de Monipodio.

  No pasa día sin que sepamos de la muerte de gentes que disienten del poder ejercido por alguno de los tiranos que tanto hablan de “libertad”; o del aprisionamiento de quienes legítimamente encabezan alternativas políticas al statu quo dominante. La muerte o la prisión son “circunstancias” que se derivan del “libre albedrío”, porque a este lo limitan, bien el “carajo”, bien el librito azul (¿con letras?) de juguete en manos de algún voluminoso exautobusero. Mientras tanto, gran parte de la sociedad calla, calla, calla. 
  Pero quien no calla se acerca a las puertas del símbolo pétreo del poder para ver de obtener regalías, o, al menos, algunas migajas desechadas por la trituradora de la auténtica concordia entre las gentes. Los mendicantes, entonces, se vanaglorian de “conocer” y hasta “sostener” al “genio” déspota, que forma parte de “su” gran familia, cuya circunscripción, sin embargo, solo admite a los escasos elegidos de entre los pocos llamados.

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