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Música es lo que ves.
Soledad, todo calla y nada puede callar.
Por Ernesto San Millán
Recuerdo a Soledad en el verano de 1995, en el Festival de Cosquín, cantando la chacarera “A don Ata” que hacía enloquecer a un público que la transformó en una deidad con sólo 15 años e hizo de su fama musical algo fulminante, parecida a la de un rock and roll star que llega a la Argentina y no puede abandonar el hotel por miedo a morir por aplastamiento. Tal era la devoción que la gente profesaba por esta diosa pagana adolescente como si fuera el mismísimo Mick Jagger reencarnado. Es que algo de todo esto que escribo hay de verdad cuando Soledad sale en cualquier escenario del mundo y se transforma en un “pequeño gran Jagger de minifaldas” esa Soledad que se transforma en una encantadora de seres humanos y a los cinco minutos tiene a todo el estadio en el bolsillo. No importa la zona etarea que transites en la vida, porque Soledad surca todas las generaciones y es querida y admirada y deseada por la platea masculina como femenina, aunque su mejor sostén es: ¡el calor popular de los humildes! Esa lealtad de los de abajo no decayó ni en los años en que dejó de presentarse en público. Aún así el hecho de que el público la catapultara al mundo del show, me obliga a pensar y a decir que: Soledad ya es un icono cultural insoslayable, tanto como lo es el movimiento peronista. Y los dos fenómenos ocurren en el ámbito cultural. Mi argumento tiene, para mí, un sustento irreductible: que nadie puede traducir eso que llamamos el “ser nacional” salvo la Sole y el Indio. Ese ser nacional o esa argentinidad al palo se traduce con claridad cuando Soledad canta con el Raly Barrionuevo o con Los Palmeras, cuando brilla como una María Callas del Fin del Mundo en el Colón o en las puertas de una Villa Miseria, con ese don de fluir reservado a los grandes, a los cuales les ha sido dada esa genialidad por la cual las grandes obras de la humanidad vienen de las ideas más sencillas. Yo sostengo que desde 1990 hasta la fecha, entre centurians y milenians, nadie puede negar a 23 años de comenzado el nuevo milenio, que el Peronismo y Soledad, son dos de los nuevos integrantes que se suman al gen de información genética transmitida a la descendencia. Mal que les pese a algunos, todos tenemos en el torrente sanguíneo algo de Peronista y algo de Soledad. Todos, creo yo, de los ’90 para acá, tenemos marcas culturales en la piel, grabadas como un tatuaje, escritas en piedra, donde “el ser nacional” existe, y está hecho de ideas y de voces, a perpetuidad. Si al General el pueblo lo esperó 18 años de exilio para volver y arrasar con las urnas, debe ser porque hablaba el mismo lenguaje, como el que habla Soledad, evolucionado, 50 años después. Con Soledad pareciera que ocurre lo mismo. Es como que el pueblo la banca a muerte, y le dice: “si no tardás mucho, te espero toda la vida”. Y la espera. Para colocarla en ese sitio que se ganó por su carisma y excelencia al mérito, al esfuerzo personal, con su sonrisa más vivaz y su lado más cortés; logrando que la sostenga y la espere el más digno estrato social de un país que clama por que sus gobernantes dejen de comprar a bajo costo lo superfluo y simplemente les presten un poco de atención. Soledad le da voz a los que no tienen voz, y su compromiso es y será siempre con los indignados, no con los indignos. Yo solo sé que cuando Soledad canta todo el mundo se calla. Y ese silencio habla.