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Reseña
Piedra negra, piedra blanca
Raúl Nieto de la Torre
Huerga & Fierro, Col. El Rayo Azul, Madrid, 2023
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
Todavía joven, Raúl Nieto de la Torre (Madrid, 1978) no es, sin embargo, un poeta bisoño. Su andadura editorial, que comenzó en 2006 con “Zapatos de andar calles vacías” (obra traducida de inmediato al francés), fue reconocida dos años después con el Premio Fundación Siglo Futuro por el libro “Tríptico del día después”. “Piedra negra, piedra blanca” es el noveno poemario de este doctor en Literatura Española, que también ha trabajado el ensayo en el libro “El héroe de ficción y las ficciones del héroe en la obra narrativa de Luis Landero” (2015). Hombre interesado en divulgar la literatura, creó hace tres años su propio sello editorial, Cuadernos de la Errantía, y colabora estrechamente con otros, de marcado carácter independiente, como Cartonera del escorpión azul. Publica artículos asiduamente en revistas españolas especializadas, entre las cuales, Turia, Nayagua, República de las Letras o Crítica.
Nieto de la Torre escribe una poesía honda expresada sin grandilocuencia, mediante un lenguaje sencillo: sus poemas parecen al lector dichos al oído, o como mucho en la cercanía de dos personas que toman el café o conversan mientras caminan lentamente con la música de fondo de sus pasos. Porque estamos ante un poeta dialogante a la manera clásica (mayéutica, casi): un poeta en permanente interrogación acerca de quién es, qué es, dónde está y para qué. Estas bien podrían ser las inquietudes de todo poeta, incluso de los menores, pero lo que hace grande de veras a su método (y, sobre todo, valida sus resultados) es el desdoblamiento verosímil en los múltiples yoes que componen su vida y su obra. Es decir, Raúl toma como base la experiencia, pero tomada esta en el sentido platónico de la realidad interior conformada por las ideas. Porque, como la mayoría de grandes poetas, Raúl es un copiador, pero a condición de que no sea solo eso.
En “Piedra negra, piedra blanca” se hallan las principales características de su poesía; a saber: 1) conocimiento y reconocimiento propios, de su yo; 2) insistencia en la comunicación con los yoes que va siendo (la cebolla, con Günter Grass, que va conformando con los años); 3) el rastreo de la palabra como herramienta dudosa para ese conocimiento, pero su inexorable presencia y utilidad en la búsqueda de la identidad); 4) la magnificación de la sorpresa del hecho mismo de vivir (la pasión), así como del escribir por y para -de donde la llamada metapoesía-; 5) el rechazo de los lugares comunes: Raúl adopta puntos de vista volanderos -no es de extrañar que el pájaro sea uno de sus símbolos más recurrentes-, nuevos, debidos al azar, pero también a la voluntad de construcción del yo final; 6) por lo tanto, desescombro de la ruina cotidiana en pos de lo original (no la originalidad como fundamento), de modo que remoza lo habitual y cotidiano: lo reinventa; 7) la búsqueda de la claridad en lo aparentemente críptico (uno de sus últimos títulos es “El retrato del uranio”); 8) la necesidad de la respuesta del lector, para lo cual suma artes de provocación benigna y creativa, pero no para dirimir, sino para saber más: desvelar aspectos desconocidos, pues el poeta es consciente de que el asunto de la vida/la poesía es cosa del yo y del Otro: entre ambos se constituye la unidad.
Dividido en cinco partes, en el poemario se constata, al decir del poeta y cineasta español Julio Mas Alcaraz, una “ruptura de la unidad del sujeto: casi todos los poemas muestran una segunda voz, no jerárquica, y esta segunda voz viene marcada en cursiva”. Resalta también “el uso de la polifonía, como una vocación borgiana de exploración de la otredad”. De acuerdo con el crítico literario Rafael Morales Barba, Raúl Nieto plasma la propuesta de Roberto Juarroz en el cuaderno cuarto de su “Poesía vertical”, allí donde el argentino dice que “el oficio de la palabra, más allá de la pequeña miseria/ y la pequeña ternura de designar esto o aquello,/ es un acto de amor: crear presencia/ […] La palabra: ese cuerpo hacia todo./ La palabra: esos ojos abiertos”.
Avezado en la tradición literaria, Raúl asimila la herencia, pero esta no constituye la punta de lanza de su decir poético. Es posible encontrar ascendientes en su poesía (Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges o Roberto Juarroz, entre otros), pero debe interpretarse más como la coincidencia de miradas que como la aprehensión de lo mirado en otros espejos.
La poesía de Nieto de la Torre es pretendidamente sencilla en lo formal, pero de contenido complejo. No busca ni el alarde ni la originalidad para llamar la atención, sino que se deja llevar por las miradas (la de los ojos, la contenida en las palabras, la aportada por la memoria, pero también la del deseo, la rebeldía, la frustración creadora, lo inexistente, a veces). El resultado es, sin embargo, la consecución de la originalidad, que llega al lector de forma natural, como creada por este. Se sirve de recursos como la sinestesia (“Nos/ oímos ver el uno al otro”; “la sed/ de mi oído”; “la sed/ de mis ojos”), la antítesis (“Encendí una luz./ La apagó un ciego”) o las elipsis (nombrar por medio de lo no nombrado o preguntarse, al modo de ‘¿de qué color es el caballo blanco de Santiago?’, por cómo se dice lo que ya se dice: “¿Cómo se dice no le pises la noche al perro?”, principia el poema “Idioma”. Las metáforas y las imágenes surgen del silencio lleno de voces interiores desde el que mira: su silencio mira a través de la ventana: sus yoes miran en busca de los tús, los Otros, que quiere descubrir allende los cristales. O sea, un recurso fundamental de su poesía es la complicidad del Otro/Lector.
Los símbolos más recurrentes en la obra de Raúl Nieto de la Torre son el pájaro, el árbol y el río. Estos no son solo los tradicionales modos de hablar del paso del tiempo, sino también la manera de señalar la soledad (que en ocasiones es incomunicable) y dar cuenta de dos dimensiones muchas veces equívocas: el propio tiempo y el espacio, esto es, la difusa frontera entre la vida y la muerte (“el pájaro Todo”). En su obra, casi todo es reductible a símbolo: el pájaro es tiempo, pero también poema (“mi poema canta”); el pájaro es vida, pero también muerte (“pájaro en su muerte”). Lo que busca, no obstante, Raúl, es la concreción, la manifestación de las cosas. Las propias piedras (piedra negra, piedra blanca, así, indistintamente) son, o pueden ser, símbolos: piedra negra (como conjunto de letras) sobre piedra blanca (papel): la relación de los tús que van con él, así como el hijo (de nombre River), el joven que fue y el anciano que será, el Otro, en definitiva, que habita la misma vida. O sea, Raúl es poeta porque vive, y no concibe otro modo de estar y de ser que el de entregarse a la luminosa confusión de estar vivo, de estar escrito, de, con el eco del poeta español Rafael Soler, “poemarse” en los “viversos”.
i Además de los citados, Raúl Nieto es autor de los poemarios: Salir ileso (2011); Los pozos del deseo (2013); Leopardo (2017); Una jaula vacía cerrada por dentro (2019); El retrato del uranio (2020) y la plaquette Sinceridad de la sombra (2022).