Políticas de la negación en la era del tecnocapitalismoi

La anomia y la impolítica sociales, que operan como políticas de negación y violencia características del tecnocapitalismo, se manifiestan a través de la fragmentación y la corrupción del lenguaje y el profundo y destructivo malestar cultural que vive la sociedad occidental.

Por Antonio Tello

En 1968, Peter Druckerii , escribió que “el individuo altamente educado se ha convertido en el recurso central de la sociedad de hoy”. De este modo daba cuenta de una mayor valoración del trabajo intelectual como trabajo productivo contrariamente a lo que había venido ocurriendo, al mismo tiempo que el trabajo manual perdía valor y categorización productiva. A esta inversión valorativa de un tipo u otro de trabajo hay que añadirle la persistencia de las desigualdades de acceso a la educación, que se corresponden con la desigual distribución de la riqueza y provocan tensiones que la democratización de la educación para satisfacer las necesidades de la sociedad posindustrial no ha podido resolver. En este contexto, las universidades y los institutos tecnológicos y de investigación científica se convirtieron en artífices de una nueva clase destinada a desempeñar un papel protagónico en el nuevo orden social basado en el conocimiento, que las corporaciones del capital procuran apropiarse y explotar monopólicamente, para alcanzar el control absoluto del poder.

Debido a que, afirma Daniel Belliii , el conocimiento, al imponer por su propia naturaleza “la primacía de lo teórico sobre lo empírico y su codificación en sistemas de símbolos abstractos”, modifica el sistema productivo trastocando el carácter de propiedad de los bienes de producción. Esto permite a la clase dominante, aunque se proclame defensora radical de la propiedad privada, se valga de la popularización de internet y de las redes sociales, para instalar en el imaginario social la creencia de que el conocimiento es algo accesible y de libre circulación y así negar la propiedad intelectual y los derechos de autor individuales, lanzándose al mismo tiempo a través de las grandes corporaciones a la apropiación acumulativa del conocimiento y sus aplicaciones mediante el registro de patentes y copyright. Con este recurso, el tecnocapitalismo despoja a los intelectuales de la propiedad y control de sus bienes intangibles -creatividad y nuevos conocimientos- y se apropia de las infraestructuras tecnológicas, para llevar a los creadores al mismo estado de explotación que al resto de la clase trabajadora. Es así cómo, en el marco de la globalización de la economía y dado que ciencia y tecnología no son ajenas a la vida social, el avance del tecnocapitalismo ahonda las desigualdades entre las naciones anulando el pensamiento crítico y las capacidades cognitivas de sus ciudadanos, y debilitando el Estado, para imponer definitivamente a través de sus corporaciones los intereses económicos sobre las necesidades sociales. Una estrategia que se verifica incentivando la anomia social y la impolítica.

Anomia
El lenguaje degradado que predomina en las sociedades capitalistas occidentales, especialmente el lenguaje político corrompido por intereses económicos particulares, constituye una jerga incapaz de expresar con veracidad la realidad y dar respuestas a las necesidades de los ciudadanos. En estos tiempos, cualquier mentira o crueldad puede ser dicha con escandalosa impunidad sumiendo a la sociedad en el caos y la confusión. El ciudadano común, aturdido por este discurso que se propala a través de los medios de comunicación, el texto de las leyes y el habla de los políticosiv , se convierte en una especie de zombi incapaz de pensar y actuar con claridad y proclive a una conducta errática y agresiva. Este ciudadano común, incluso aquél altamente instruido, no puede entender qué sucede a su alrededor porque todo le resulta oscuro y caótico. No hay palabras que lo salven de ese sentimiento de desesperanza y rabia que crece dentro de sí. Antes bien, esas palabras viciadas lo aíslan en su individualidad, la cual se proyecta en una profunda desconfianza hacia los demás, hacia la comunidad a la que pertenece y a sus instituciones. Una desconfianza que debilita la memoria colectiva y favorece la impunidad que propicia el fraude, la mentira, la negación del pasado y la reescritura falaz de la historia.

En este aislamiento del ciudadano, raíz del individualismo radical que impera en las sociedades de la era posindustrial, en el desorden social debido a la ausencia de leyes orientadas al bien común o a la perversión de las existentes, a las incongruencias o contradicciones de las normas que afectan negativamente a las creencias, los valores éticos y culturales, y a las ideas que fortalecen la cohesión y el bienestar de una comunidad, se fragua el poder político-económico ajeno a la verdad y a la justicia. Consecuentemente, a una sociedad presa de esta realidad alienada le resulta imposible conjugar un tiempo futuro y aspirar a una verdadera libertad, y no a engañosa la libertad de mercadov , de la que habla el lenguaje economicista. 
Sobre esta anomia ciudadana se asienta la impolítica como instrumento de dominio social y sumisión y explotación de los individuos.

Impolítica 
Se entiende por impolítica a las acciones que, surgiendo desde las fronteras de la política, tienden a considerar que la única realidad de ésta es el poder. Si bien la noción ya había sido enunciada a partir del siglo XVII por varios filósofos – Hobbes, Spinoza, etc.- fue definida en 1978 por Massimo Cacciarivi y desarrollada más tarde por Roberto Espositovii , entre otros. Para ellos, la impolítica aparece como una radicalización del pensamiento político ante el agotamiento de las categorías políticas de la modernidad, la extinción del vínculo entre la filosofía y la política, y la necesidad de hallar un lenguaje que exprese la realidad del presente. 

Lo impolítico supone conectar lo político a un bien o valor o extraer dialécticamente el bien del mal o utilizar la distinción primaria amigo/enemigo como sustento de una acción política. Esta concepción extrema del pensamiento político no sólo favorece la cosificación y mercantilización de objetos y agentes que inciden en el bienestar e identidad de una comunidad -educación, salud, servicios, patrimonio, cultura, etc.-, sino que conduce irremediablemente a la alienación que supone la creencia de que los derechos de los individuos sólo se realizan en la forma de un poder absoluto, llámese Estado o mercado, destinado a dominarlos. Si bien se acepta que la realidad de la política es el conflicto que, en democracia, se resuelve a través del diálogo y el equilibrio de fuerza entre los poderes republicanos, la impolítica rechaza que la política constituya un valor necesario o valga como tal, para la buena convivencia de la comunidad. De aquí que los frecuentes denuestos y descalificaciones dirigidos hacia la política y los políticos no puedan ser tomados como expresiones de antipolítica o de apolítica, sino como agentes de la impolítica orientados a la despolitización generalizada de la sociedad y a la pérdida de sus valores identitarios -tradiciones, creencias, cultura, marcas territoriales, etc.-, para instalar en su imaginario la primacía de lo económico sobre lo político. 

Los teóricos de la impolítica sostienen, sin embargo, que ante la imposibilidad de “pensar lo político”, causa del sentimiento de incapacidad que experimentan los ciudadanos para identificar los problemas y darles una solución, lo impolítico es una reformulación radical de la acción política basada en la constatación de que el léxico en uso no es idóneo para definir la realidad actual por lo que se hace necesario redefinir el sentido de las palabras exponiendo sus límites desde la individualidad y no desde la generalidad, dado que el caos no se origina en la polis sino en el individuo, el cual arrastra “las huellas del conflicto y la violencia” ejercida por el Estado impidiendo el ejercicio de la libertad.

Sin embargo, lo que los ciudadanos no pueden expresar mediante conceptos y palabras conocidas es la realidad viciada por la impolítica mediante informaciones vacías de contenido, falsas o manipuladas por los sistemas de control, el individualismo y el consumismo exacerbados, a la estrategia de fragmentación del lenguaje en jergas específicas y a la corrupción del lenguaje político, recursos que obstaculizan la comprensión de los problemas comunes y excluyen a los ciudadanos de la acción política.


i El cuerpo principal de este texto procede de las entradas “anomia” e “impolítica” del “Diccionario político. Voces y locuciones”, Antonio Tello (El viejo topo, Barcelona, 2012)

ii Peter Drucker (1909-2005). Profesor, consultor de negocios austriaco. Considerado uno de los mayores referentes del siglo XX de la gestión de organizaciones, sistemas de información y sociedad del conocimiento.

iii Daniel Bell (1919-2011). Sociólogo estadounidense, estudioso del fenómeno posindustrial.

iv Preguntado Donald Trump, expresidente de EE.UU., por sus frecuentes y escandalosas mentiras, él respondió que no mentía, sino que creaba nuevas realidades.

v “¿De qué libertad hablan?”, Antonio Tello, ECM 1041, 11/10/2023.

vi Massimo Cacciari (1944). Filósofo y político italiano

vii Roberto Esposito (1950). Filósofo especializado en filosofía moral y política.

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