Batalla cultural

Súper Mario Bros o el culto a la ignorancia

Las redes sociales, sumadas a otros factores sociales anteriores a internet, han propiciado una falsa idea de democracia y potenciado la ignorancia como cualidad de vida hasta convertir los estados democráticos en entidades porosas, incapaces de contener eficazmente a la ciudadanía y salvaguardar los valores éticos y culturales que sustentan toda civilización.

Por Antonio Tello

Promediando la tercera década del siglo XXI, las corrientes capitalistas más radicales y salvajes se han abocado a lograr un control absoluto sobre los individuos. Esta nueva escalada contra la vida y el bienestar de los ciudadanos se ha dado en llamar “batalla cultural”, cuyo objetivo es minar y destruir la educación y el conocimiento y con ellos las tradiciones, creencias y todo aquello que sustente la historia y la identidad de los pueblos, y con ellas la civilización.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los filósofos de la Escuela de Frankfurt empezaron a prestar atención a este fenómeno, por entonces más o menos larvado. En 1964, Herbert Marcuse, uno de ellos, publicó “El hombre unidimensional”[i], un libro que, sesenta años más tarde, mantiene su vigencia pudiendo el lector actual constatar los efectos de la alienación individual y social de la que trata. En 1980, Isaak Asimov, uno de los grandes referentes de la literatura de ciencia ficción y de la divulgación del conocimiento, publicó en la revista “Newsweek” una columna sobre el “antiintelectualismo” bajo el título “El culto a la ignorancia”[ii], y, cinco años más tarde, Nintendo presentó el videojuego “Súper Mario Bros”, sucesor del juego de arcade “Mario Bros”, de 1983, con un plomero (fontanero) runner[iii] como protagonista.

Marcuse, en “El hombre unidimensional”, analiza el proceso de degradación social que experimenta el individuo de la clase trabajadora, el cual, poco a poco, es despojado de sus facultades para pensar e imaginar libremente, e impedido de desarrollar su capacidad crítica, a causa de la manipulación ideológica y del consumismo, generando en él un profundo malestar. Según Marcuse, desde las primeras fases del capitalismo en adelante, el trabajador ha pasado de contar con su fuerza de trabajo como mercancía a ser él mismo una mercancía dentro de la dinámica productiva. Tal mutación es fácilmente observable, por ejemplo, en la naturaleza de las reformas laborales que se proponen y negocian para resolver cualquier crisis económica, en las que se considera el salario, sin objeción de los sindicatos obreros, un costo de producción y no un insumo del producto. Esto significa dar por sentado que las mencionadas crisis tienen su origen en los “costos” laborales generados por los trabajadores y no en los fallos del sistema o de sus gestores.

Para alcanzar sus fines de control y dominio social, la estrategia capitalista ha activado todos los resortes represivos del poder económico conformando un brete que el trabajador no puede eludir y en el que, a medida que avanza, se debilita su resistencia hasta resignarse y aceptar los bajos salarios, la pérdida de derechos y la precarización laboral. Un enorme esfuerzo para no quedar fuera del sistema -fuera del brete- como un “signo de los tiempos”. En éstos, a su vez, a través de las redes sociales, este hiper individuo alienado, a quien la dramática lucha por la supervivencia ha convertido en una fiera egoísta e insolidaria, cree -falsamente- tener el control de su propia vida y de ser una pieza activa de la realidad social.

En su muy difundida columna, Asimov, probablemente tomándolo como una consecuencia de este pensamiento unidimensional, pone el foco en el conocimiento como fundamento de toda civilización y factor de evolución de la misma. Sin embargo, el menosprecio y la relativización de este conocimiento instalados en el imaginario de las masas populares afectan a los derechos y libertades que se dan en todo sistema democrático, lo cual explica la degradación cultural de la sociedad, tanto en el caso que analizaba, el estadounidense, como en el de otros países occidentales. El punto de partida para Asimov es la libertad y el derecho a la información. “La gente de Estados Unidos tiene derecho a saber”, escribe. Esta misma consigna corrió por las calles de Buenos Aires, en las jornadas de mayo de 1810, cuando la entonces Colonia española se debatía entre la fidelidad a Fernando VII y la emancipación. “¡El pueblo quiere saber!”. Es indudable que el deseo y el derecho de saber del pueblo concentrado frente al Cabildo porteño era el de tener noticias sobre los acontecimientos locales y metropolitanos que marcarían su futuro colectivo. Este querer saber popular de entonces y el de ahora no contemplaba el derecho a ser instruido en disciplinas científicas, intelectuales, artísticas y culturales en general, las cuales parecían ser patrimonio exclusivo de las familias patricias. De las élites económico-políticas.

En estas limitaciones del saber naturalizadas en el imaginario de las masas populares, y la percepción que éstas tenían de la pertenencia en exclusiva a las élites del conocimiento, quizás esté el origen de su resentimiento contra los intelectuales y sus saberes[iv]. Un resentimiento que ha ido progresando hasta convertirse en una corriente, que Isaac Asimov llama “antiintelectualismo”, caracterizada por su desconfianza, menosprecio y hostilidad hacia los intelectuales y hacia las personas cultas en general y sus actividades, sean educativas, científicas, filosóficas o artísticas. “Que inventen ellos, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de lo que ellos inventen”, llegó a escribir el español Miguel de Unamuno, en 1906.

Este desprecio hacia los productos y logros culturales y hacia sus realizadores es una de las más poderosas armas de las que dispone el poder político-económico capitalista para el control de la sociedad. El sujeto que se jacta de no necesitar la lectura para vivir, pues le sobra con su fuerza física y su pragmatismo, es alguien fácilmente domesticable y vulnerable a la manipulación de quienes ejercen el poder y de sus carismáticos charlatanes. Estos individuos unidimensionales conforman las masas sociales cada vez más sometidas y resignadas de las que las series televisivas y películas de zombis hacen una lacerante metáfora.

Como sugiere Asimov, estos individuos no sólo desprecian la cultura, el arte, la ciencia y a sus creadores, quienes son tildados de vagos e inútiles, sino que hacen gala de su ignorancia. Aunque ésta sea la base de su analfabetismo funcional, de su mal hablar y mal escribir, de su incapacidad para la argumentación y de su propensión al insulto, algo que las redes sociales potencian exponencialmente, el zafio pretende hacer de la ignorancia una virtud de la sociedad democrática. Es así que, mientras el ciudadano cultivado contribuye a mejorar la convivencia y la calidad institucional de esta democracia, el ignorante la degrada en todos sus registros menospreciando a los mayores y a los maestros, a las autoridades y representantes políticos al creerse legitimado por la misma naturaleza de la democracia, para hablar de cualquier tema, aunque no sepa nada del mismo. Es frecuente que, junto a las redes sociales, en las tertulias televisivas y radiofónicas se viertan opiniones y se hagan afirmaciones delirantes o acientíficas con pretensión de pensamiento racional, pero cuyo control de calidad intelectual no pasa del nivel de charla superficial de bar.

Tampoco las grandes editoriales y productoras de cine son agentes extraños a la relativización de los valores éticos y de la cultura en la medida que la mayor parte de sus producciones ha generado una literatura vacua y una cinematografía de rápida digestión que no activan el pensamiento crítico ni la reflexión inteligente que favorezcan una convivencia racional centrada en el bienestar del ser humano y la comprensión de la realidad. Por el contrario, todo va encaminado a una vida “rápida y furiosa”[v] cuya meta es el éxito y el consumo. No hay tiempo para pensar. Como el protagonista de “Súper Mario Bros”, el trabajador unidimensional ha de correr y saltar permanentemente para salvar obstáculos y ganar premios que le permitan llegar al “Reino de Champiñón”, una suerte de Tierra Prometida, cuyos supuestos beneficios se ocultan tras el game over.

Bajo la consigna de una engañosa libertad, que premia la competitividad salvaje en la que prevalece la ley de la selva, los individuos de las masas ignorantes acaban atacándose entre sí como las fieras. Vociferan sin saber lo que dicen y no ven más horizonte que el que dibuja su pobreza intelectual. Es más, esta pobreza también afecta a la naturaleza humana. La ignorancia endurece de tal modo sus corazones, que los ignorantes ya no distinguen el bien del mal ni la verdad de la mentira. Ningún abuso ni crimen, individual o colectivo, les parece tan grave como para que los libere de la indiferencia y los saque del confort que parece darles el no saber. También ignoran que su desprecio al conocimiento los condena a la esclavitud.


[i] “A sesenta años de El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse”, por Antonio Tello. ECM Digital 1056 – 02/09/2024.

[ii] El culto a la ignorancia, Isaak Asimov, traducido por Alexis Condori.

 https://alexiscondori.com/translation/0014-asimov-antiintelectualismo-culto-ignorancia

[iii] Runner. Corredor.

[iv] A esta creencia también han contribuido ciertos pensadores de izquierda, Sartre entre ellos, al hablar de la existencia de un arte elitista y otro popular. “Escribir para el pueblo” era el mandato de la izquierda revolucionaria en los años setenta obviando el grado de incultura de las masas populares y la necesidad de otorgarles a éstas el conocimiento y las claves para acceder al arte genuino, cuyo patrimonio se atribuía la burguesía.

[v] “Fast & fourius” (“Rápidos y furiosos”), franquicia audiovisual estadounidense de películas de acción creada en 2001 por las productoras Universal Pictures, Original Film, Densu y MAS.

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