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Entrevista
Zulma Palermo, o la comprensión desde los bordes
Conversación con la ensayista y profesora emérita de la Universidad Nacional de Salta, considerada una de las principales referentes de la perspectiva descolonial sobre el sentir social que se vive en América Latina y, en particular, en Argentina.
Por Silvia Barei
En este diálogo con Zulma Palermo rescatamos pensamientos y sentires que la definen como intelectual y, fundamentalmente, como ser humano que no puede dejar de preguntarse – como opción ética- por las lógicas de impacto, de conmoción, de extrañeza que vivimos a diario en este sur del sur del mundo.
Porque Zulma Palermo vive en Salta (República Argentina) donde ha desarrollado toda su labor académica y su reflexión acerca de nuestros contextos históricos y nuestros entornos actuales. Forma parte de un colectivo de intelectuales latinoamericanos (“estudiosos indisciplinados”) dirigido por Walter Mignolo – Modernidad/colonialidad/descolonialidad- que busca, desde una epistemología de los bordes, de las periferias, repensar críticamente las formas eurocéntricas de leer las culturas latinoamericanas, concretando este objetivo mediante lo que se denomina “pensamiento decolonial” o, como señala Mignolo, “un activo abandono de las formas de conocer que nos sujetan”.
Condensaciones de su saber crítico son los libros Escritos al margen (1987) La región, el país (1987) Desde desde esta orilla (2005), Cuerpos de mujer (2006) y las compilaciones Para una pedagogía descolonial (2014) y De/descolonizar la Universidad (2015).
Referente indudable de la perspectiva decolonial en Argentina, mantuvimos con Zulma Palermo esta conversación en Salta, meses atrás.
Zulma Palermo, como dijo Dussel, ¿también siente que en usted habitan cuatro jóvenes de 20? Porque a mí me parece que sí.
Enrique Dussel, que sabía matizar sus diálogos jugando las ideas con cierta sabia picardía, lo dijo así en una conversación sostenida no mucho antes de que su cuerpo nos dejara. Lejos estoy de sus valores intelectuales, aunque tal vez su percepción esté ajustada al número de sus décadas, las mismas que llevo transcurridas y tal vez también por otro tipo de intereses porque no pregunta si “pienso” sino si “siento”. De modo, entonces, que trataré de satisfacer ese interés suyo desde mi sentipensar. Puede ser de algún modo cierto: he vivido ya casi un siglo persiguiendo la utopía de un mundo liberado de opresiones, intentando comprendernos/me como humanos hambrientos de un verdadero “buen vivir”.
Persiguiéndolo he transcurrido por casi todo el siglo XX y ya casi un tercio del XXI de mis días y en ese andar he venido sentipensándome/nos desde mi lugar andino, casi sin detenimiento, absorbiendo en cada etapa algo de lo que el campo cultural me proponía. Allá lejos, al mediar el viejo siglo, caminaba de la mano de quienes buceaban en las aguas de un latinoamericanismo sesentista, a veces con bastante esencialismo, otras con exagerado chauvinismo. Los acontecimientos se sucedieron y las respuestas que buscaba no fueron suficientes, por lo que se nos/me hizo necesario recorrer otros caminos; por entonces y contrastivamente, pareció que descubriendo las estructuras propias de nuestras sociedades formalizadas en sus lenguas y en la diversidad de los discursos circulantes acercarían más certezas. Fue éste el prolegómeno (¿tal vez imprescindible?) para la iniciación en la ruta bajtiniana, ruta con múltiples senderos que hacían posible comprender el sentido y la fuerza de las diferencias culturales ahora en compañía de muchos otros estudiosos de nuestras sociedades. Fue en la última década de ese siglo, cargado de conflictos y de incertidumbres renovadas, cuando todo lo que esas herramientas me brindaron allanaron el camino que me llevaría a participar en un telar en el que se empezaban a tejer saberes con otras maneras de pensar/haciendo hacia la renovación de la utopía. Quiero decir, como allá muy lejos en el tiempo postulaba J.C Mariátegui, que este presente especulativo resulta del entramado (competencias), de la maceración de todo lo que fue dando forma a mi experiencia entendiendo por ésta tanto los saberes académicos como los que me brindó la vida misma.
Hablemos de lo que suele denominarse un “ paradigma-otro”
No creo que pueda hablar de “paradigma” puesto que este “encuentro” con otras formas de comprender/hacer conocimiento no se instala como una construcción teórica que propone una/s verdad/es y que reclama/n un método a ser “aplicado” para encontrar un sentido ya hipotetizado. Es, es cambio, una manera de acercarse a la comprensión del mundo, “escuchando” lo que el mundo habla a través de la creatividad de quienes dan sentido a la sociedad en la que crecen a partir de la materialidad de sus productos. Es decir, de generar una semiosis totalmente abierta a lo que cada grupo, cada momento, cada lugar va construyendo en su dinámica, más allá (¿o más acá?) de proponer “universales” abstractos aplicables a cualquier forma de producción de cada sociedad en sus diferencias.
Se trata, entonces, no de la generación de un “nuevo paradigma” sino de apostar a maneras alternativas de conocer a las que propone la racionalidad moderna, en simultaneidad con ella, como una opción, no como un dogma. Para mí, que desde mediados del pasado siglo -como decía- estuve intentando conocer para comprender la cultura a la que pertenezco -la gran región que diseña la cartografía centrosudamericana- a través de sus productos literarios; de discutir con la “alta cultura”; de identificarme con esa enorme, mágica construcción carpenteriana mirándose/me como sujeto crítico de los paradigmas heredados del universalismo moderno-occidental, encontrarme con la forma de producir saberes que la opción ofrecía desde los últimos años del pasado siglo, fue decisivo.
Fue descubrir que fuera de Occidente también hay mitos, creencias, leyendas, sabiduría tan válidos como los de la “cultura culta” replicadora de modelos supuestamente universales. Que la “heterogeneidad” proclamada por el posestructuralismo/posmarxismo y replicada en nuestro campo intelectual discursivamente está aquí, nos es constitutiva y claramente perceptible en los objetos, decires, creencias, valores, sonidos, olores, sabores con los que convivo. Que mi persistente necesidad de comprensión no podía concretarse sino comprendiendo mi lugar, como punto de partida para darle valor en el contexto -hoy global- y esgrimirlo como instrumento de resistencia, precisamente contra el omnímodo poder que nos penetra. Que esta localización es siempre participativa, comunal, en vínculos recíprocos.
El lugar epistémico que en ese espacio fue tomando consistencia –llamado en los comienzos modernidad/colonialidad- se centraba en el análisis de los procesos por los cuales el “tercer mundo” sigue estando sujetado por el poder colonial. Comprobar que la sujeción que se padece sin solución de continuidad desde la Conquista fue siempre resistida y que esa historia reclama ser re-construida en los distintos lugares en que se concreta.
En ese proceso participó –y participa- un abanico muy abierto de estudiosos indisciplinados, de agrupaciones sociales, de comunidades originarias y de afrodescendientes procedentes todos de múltiples lugares físicos, culturales, raciales y de género. Cada quien enriqueciendo esa re-configuración con sus memorias y con sus competencias, sin organización institucional, sin sede física, sin autoridades formalmente reconocidas; en síntesis, por fuera de las regulaciones de los aparatos que caracterizan al pensamiento eurocentrado y a su producción/reproducción.
Ese proceso incorporó un tercer lexema a los dos primeros, “decolonialidad”, dando forma a un solo campo semántico “modernidad/colonialidad/decolonialidad”, así sin espacios en blanco, porque no se trata de “etapas” organizadas cronológicamente, sino que todas las “lecturas” del mundo se van dando simultáneamente. Se persigue así una reconstitución cognoscente de lo destituido por la modernidad/colonialidad abriendo simultáneamente el espacio gnoseológico para ir generando acciones y pensamiento decolonizantes. De allí tal vez que en los últimos años esta búsqueda circula mayoritariamente con la designación de “opción decolonial”.
Tengo para mí que cuando se visita-vive-habita esta búsqueda de conocimiento como una opción lo hacemos poniendo el énfasis en que se trata, precisamente, de una elección no sólo intelectual sino vital.
¿Por qué “historias locales”?
Como decía, fue importante en mi caso asumir la convicción de que pienso donde soy, invirtiendo el principio de la ratio cartesiana de la que buscamos desprendernos. Por eso la necesidad de re-constitución de las memorias locales, de las subjetividades a las que se pertenece ya sea por nacimiento o adopción como punto de partida y de llegada. Este lugar de enunciación –como antes esbozaba- está fuera de todo chauvinismo pues se nutre también en diálogo con saberes y tecnología de otros “locales de la cultura”; es aquél que diera fundamento a esta mi Universidad de Salta, en 1974, con la inscripción tallada en su escudo: “Mi sabiduría viene de esta tierra”; del “solo estar nomás” que sentipiensa Manuel J. Castilla, el poeta; del “estar-siendo” que descubren las andanzas especulativas de Rodolfo Kush.
Pensar para saber en donde soy como opción crítica no es solo afincar en telurismos acuñados en el paisajismo de expresiones folk, que son también parte valiosa en estas subjetividades; es participar en la construcción siempre dinámica de la sociedad en la que se es sólo y durante el limitado tiempo de una vida, que se va enlazando con muchas otras desde el ínfimo átomo que es cada existencia, a sabiendas de que, a la vez, este “lugar” integra –también a escala reducida- la gran cartografía planetaria.
Tiene un libro sobre pensamiento y prácticas feministas. ¿Cómo se vincula la idea de tejer saberes con las prácticas feministas del saber y el hacer?
Es curioso: en la circulación discursiva emergente de la teoría de la escritura se hizo frecuente utilizar la metáfora del tejido en su sentido etimológico, en una aproximación al entrecruzamiento de hilos en el armado de una trama. En nuestros haceres comunitarios hemos venido aprendiendo de culturas no occidentales, de base ágrafa, que la práctica misma del tejido ejecutado por manos femeninas después de un largo proceso de preparación de hilos, genera fuertes lazos entre quienes se reúnen en estas formas del hacer comunitario, dando forma a vínculos sostenidos en el tiempo a medida que los miembros de la comunidad reconstruyen la memoria social en los relatos contados oralmente. El tejido, entonces, no es acá una “figura del discurso” sino un-hacer-en-común con las manos y el relato, la memoria del grupo como un saber-de-sí. Llevado al plano de las conceptualizaciones esos saberes que nacen y crecen en cada grupo se engendran en el espacio conceptual por la especulación de mujeres en situación lugarizada doblemente: ser mujeres y, al mismo tiempo, habitando en la periferia del poder, pues implica una doble violencia patriarcal que se necesita desarticular, tan fuerte y consuetudinaria como la que se vive en el difícil entrecruzamiento de raza y género en un mismo cuerpo.
En el año 2002 escribió: “Los últimos brutales acontecimientos mundiales han puesto en emergencia los terribles disvalores de la humanidad…” ¿Y ahora, que todo parece estar peor? Las guerras, la pobreza, la destrucción del ambiente, las migraciones, la violencia…
Si apenas iniciado el siglo, con las inseguridades que generaba en ese momento el “cambio de Era” advertíamos la declinación de los valores que nos sostenían socialmente, hoy las dificultades para dar respuestas a estas inquietudes son enormes porque estamos viviendo una experiencia que pone al mundo “cabeza abajo” y en ese “vuelco” se está haciendo visible lo que se ocultaba desde el momento en que la expansión del poder hegemónico del capitalismo alcanzara dimensión planetaria. Los efectos del control ejercido sobre nuestras sociedades se están haciendo sentir cada vez más acelerada e intensamente ya que avanzamos sin pausa a la destrucción de la vida planetaria. Sea donde quiera se oriente nuestra mirada encontramos destrucción, desprecio por la vida, vaciamiento de sentido ético, violencia sin control.
Sin embargo, este mundo nuestro ha caído muchas veces en estados abismales y los pueblos han encontrado fuerzas para diseñar caminos de reconstrucción de sus valores. Esperemos, entonces, que algo así nos acontezca y nos encontremos en una nueva epifanía desde donde crecer en “buen vivir”.
i Descolonial o decolonial. Según algunos autores se habla de “descolonial” en plural y de “decolonial” en singular. Asimismo, la “decolonialidad” trataría de un proceso más inmediato y profundo que el de “descolonialidad”. Nota del editor.