
Lectura
Vacilaciones, sobre y desde la narrativa de Juan José Saer
Por Sergio G. Colautti
La reposera hunde sus patas en la arena sosteniendo un cuerpo avejentado, que descansa en la tensión cóncava de la lona a rayas blancas y rojas; el hombre, ahora, orientando la sombra del sombrero hacia la página que su mano derecha abre y ofrece a su mirada atenta, lee.
Aunque no lo mira, ahora, el río pasa, silencioso, casi al nivel de los pastos y los pocos sauces, cerca del pozo donde escondió, alguna noche atrás, con un amigo que lo ayudó a cavar, el mensaje en la botella. Entre el río y la arena plana hay un límite difuso y móvil, el borde empírico del acaecer, que persiste como una vacilación irresuelta entre lo que se va, sin descanso ni remedio, hacia ninguna parte, y lo que permanece, afirmado en su quietud sin destino.
Ese vacilar se parece al lenguaje, donde disputan sentidos lo que fue nombre y lo que desea ser nombrado, la prueba de que el hueco de la experiencia puede ser narrado, de que los relatos son objetos que contienen y crean el mundo en donde antes no había nada. Enunciar la vacilación de lo real, aproximarse a su enigmática sombra para saber, al fin, que nada puede ser narrado acabadamente pero que esa imposibilidad es la literatura misma. Eso leía el hombre en la reposera cóncava, eso creía haber comprendido, recorriendo la historia de Garay perdido en la pampa pero con otro nombre, como si fuera extranjero, hundido en el pajonal, con el reloj convertido en cenizas bajo la llovizna sin descanso; en el centro de esa nada inenarrable, el hombre, ahora recostándose hacia un costado del asiento bicolor al lado del río marrón y plano, entiende que la escritura que intuye también es eso: un lenguaje que se obstina en aproximarse a lo real como si fuera la lengua de un extranjero hundiéndose en el centro del círculo que el pajonal dibuja; una vez que se ha atravesado esa experiencia, sin acertar a decir lo que se percibe como tal, solo queda recontar, es decir, volver a contar.
Por eso, tal vez, el hombre en la reposera lee y piensa que los hechos deben ser relatados desde lo plural de la mirada, como si fueran una escritura al cuadrado, que además repasen y expongan el proceso de construcción del relato, que deslicen y expandan lo inconcluso del texto convocando a todos los modos del contar universal, las formas posibles de toda escritura, para ensayar, como nadie nunca, una lectura al cuadrado.
El hombre deja caer su cuerpo cansado y seco en la reposera de lona roja y blanca, se inclina hacia el otro costado y tantea sin mirar una lapicera y un cuaderno que el viento suave no amenaza. Entonces, el hombre, ahora, apoyando el cuaderno sobre el libro ya cerrado, parece que piensa mientras mira hacia el lugar donde un pozo guarda en su fondo negro una botella, y escribe.