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Reseña
Gabriel Chávez Casazola, en los jardines de la poesía
Por Silvia N. Barei
Dicen que su voz se destaca en la actual poesía boliviana. Dicen que es un imprescindible. Dicen que cultiva una épica personal. Dicen que tiene un espíritu enciclopédico. Yo no lo conocía, no lo había leído. Ni siquiera sabía de su existencia. Debería pedir perdón si no fuera porque llenaría un cuaderno repleto de pedidos de perdones de todos los grandes poetas latinoamericanos que no conozco, que no he leído. Lo encontré en Salta, en noviembre de 2023, en un encuentro de poetas organizado por el gran Teuco Castilla y otros poetas salteños entrañables. Leyó el jueves 2 en una mesa que continuaba a la mía y el sábado 4 en la ceremonia de cierre. Leyó de un libro que se llama La mañana se llenará de jardineros (2013), que ahora tengo en mis manos, porque él me lo regaló con una dedicatoria generosa que termina brindando “por el agua sagrada de la poesía”.
Abro el libro y leo en la solapa que ha publicado Lugar común (1999), Escalera de mano (2003), El agua iluminada (2010), y que ha sido traducido al italiano, portugués, inglés y rumano, que ha recibido numerosos premios y distinciones. De 2018 es Multiplicación del sol y Cámara de niebla (antología) es de 2022, la cual ya lleva seis ediciones en distintos países.
De nuevo pienso que debería pedir perdón. Pero también pienso que es bueno adentrarse en una obra sabiendo poco de antemano, esperando que haya, aunque sea un prólogo, unas palabras-guía de lectura y que no hay nada, pero es muy bueno toparse de golpe con este título: “Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji”.
Porque este enunciado es tan parsimonioso como el personaje mismo del poema que vive cerca de Fukushima y que planta semillas de girasol no por una cuestión estética, sino porque “las raíces absorben los metales pesados/ y del veneno nace, como si tal, la flor”. Y el poeta le habla de los girasoles de Van Gogh a quien Koyu Abe no conoce y Koyu Abe le da al visitante “una bolsa de semillas/de cáscaras repletas de diminuta luz”. El poeta deviene jardinero y el jardinero deviene Van Gogh al pintar “girasoles con su pala”.
A partir de este primer poema advertimos que las voces mínimas, cotidianas, hasta inocentes y anónimas son la trama, el tejido sobre el cual se construyen los poemas de Gabriel Chávez, este otro jardinero de la palabra.
En el detalle pequeño de la escritura, en la artesanía, en el bordado o tal vez orfebrería del decir, queda inscripta la memoria de una pertenencia: el lugar del lenguaje como lugar de lo humano: “cuán pocos instantes verdaderos/aquellos/apenas/ segundos o nanosegundos/en que entrevimos a Dios/en alguna de sus manifestaciones cristalinas/ o fuimos como Dios/ haciendo un hijo/ o la línea final de algún poema”.
En la escritura de Gabriel se descubre también su modo de leer, de escuchar música, de admirar a los grandes pintores, de ver cine. Y de hacerlo desde la vida diaria de un sujeto que se levanta y se acuesta, cumple con rutinas, está cansado, a veces entusiasmado, ama a una mujer y la des-ama, tiene amigos, canta, se emborracha. Entonces, aparecen en su escritura otras voces, otras imágenes y otras historias que se marcan en contrapunto con la palabra poética, el ritmo, el movimiento. Se anudan en un mundo, un espacio, un blanco de la página que les permiten coexistir estéticamente: “Si tan solo pudiéramos resucitar sin haber descendido a los infiernos./ Mas la luz y la sombra no son/buenas vecinas/ni la locura con la lucidez.// No se saludan al amanecer con un good morning/ cual Judy Garland/ ni se desean al mismo tiempo buenas noches/como Jim Carey en The Truman Show.// No se cruzan en la vereda recogiendo el periódico o la leche/mientras bailan -una de deseo, la otra de gratitud”.
Recortados en el espacio y en el tiempo se asoman sus “Dramatis personae”, con nombre propio o genérico, de madre, de hijos, de Pedro, de muchacha que descansa en la hierba, de poetas que “andan revueltos” y que componen entre todos una pequeña parcela, a veces tierna, otras grotesca, otras risueña, del gran tapiz del mundo humano.
Sujeto múltiple, atado a la memoria y al deseo, se enuncia sí mismo mientras habla de otros, organiza el lenguaje y las historias y se demora en un detalle, un tono, una melodía, un ejercicio de construcción de subjetividades y emociones que son a la vez propias y ajenas.
“Sabrás disculpar, madre, no lo hice aún, pero un día de estos construiré la casa de tus sueños…/Puntualmente, cada día, tras cumplir tus deberes de maestra/ me enseñaste el color de las palabras, su sabor, su textura, hasta su aroma./ De las palabras de Stevenson y Dickens y Wilde y Julio Verne y Lewis Carroll/ llenaste mis días y mis noches -pongo al conejo blanco por testigo-/ más no de las 100 maneras eficaces de hacerse millonario (en tapa dura)/ Por eso, terminando este breve descargo, sabrás comprender, madre/que te estoy muy agradecido -no sabes cuánto, siempre-/ por haberme presentado a las palabras, y a la vez que lamento tu habitar una casa pequeña,/demasiado sencilla, no como la que te merecieras…”
Y yo lamento haber demorado tanto en leer a Gabriel Chávez Casazola, y a la vez agradezco la experiencia de haberlo conocido, -aunque sea en un relámpago-. Hago mías su consternación y su esperanza: “A veces uno se pregunta si lo que hace vale la pena porque tenemos nuestras perplejidades con todo lo que pasa en el mundo. La poesía es una brasa que ayuda a vivir con los demás”.
Agradezco la temporada compartida en el lenguaje y en los jardines de la poesía.