
CIELOS CANSADOS, de Dardo Passadore
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
Uruguayo de nacimiento, el poeta Dardo Gabriel Passadore Duró (Montevideo, 1968) reside en la ciudad de Córdoba desde el 2005. Es en la capital cordobesa donde ha publicado la obra que hasta ahora ha escrito, a saber: “Montevideo sin razón” (2020), “Agonías discursivas” (2021) y “Dobladillos” (2023). Asimismo, ha publicado poemas sueltos en la revista “Basta Ya Literario” y ha sido incluido en diversas antologías, además de haber obtenido el premio “Primer Certamen Literario Ciudad de Deán Funes” (2021) por el poema “Volviendo de la Noche”.
“Cielos cansados”[i] es su título más reciente. El libro consta de dos partes, “Cielos asténicos” y “Letargo”, que pueden ser leídos como conjuntos independientes de poemas tanto como una reflexión diédrica. En cualquier caso, ambos textos son “provocadores”, al decir de la prologuista pampeana Ana M.ª Mayol, al objeto de “lograr un efecto de rebelión y/o resistencia a partir de su poesía”. El poeta explora el efecto agotador de la sociedad capitalista en el hombre actual; es decir, pone en solfa, en términos metafísicos, al creador frente a su creación. O dicho de otra manera, obliga al hombre moderno a ponerse frente al espejo. No es casualidad que “Cielos cansados” aluda en diversas ocasiones a la poeta Alejandra Pizarnik, un ejemplo extremo de la toxicidad inherente al mundo de las apariencias, las prisas y la incomunicación debida al sistema de producción basado en el rendimiento económico. Nos dice en el poema “El sótano” que “era un alma. Lo sabía. / Incluso antes de vivir ahí. / Es que parecía extraño/ que sus pequeñas ventanas/ a ningún lugar/ no dejaran de mirarme”. El poeta recurre a la ironía, pero de un modo que la impresión individual sea asumida por quien leyere: “Es tan bueno/ morir de a ratos/ como revivir/ sin aspavientos” (“Intento descifrarte”). Pero si alguien no se siente interpelado, escribe en “Belcebú”: “Y cuando imploro/ me veo, / grito en un mar lleno de cadáveres. […] Capaz me conforme/ con tus gusanos”.
Passadore viaja de lo pequeño en apariencia al origen remoto. El poema que abre el libro, “A la luz”, desvela que “a la luz de una/ pequeña vela. / intento dilucidar/ esa cosmogonía extraña/ entre la mesa y yo”. El poeta nos muestra su intimidad, su pequeño fuego, la llama frágil que ilustra el cansancio, la consunción a que se verá abocado con el tiempo, la vejez, quizá, en un “odioso geriátrico”, donde finalmente se unen los extremos de la vida: “Es que mamá / está muy lejos/ de esta cuna” (“Psicoterapia”). Porque “Cielos asténicos” es una radiografía de la pérdida del aliento existencial. Una prospectiva del decaimiento vital desde la conciencia de quien aún tiene fuerzas suficientes para pensar: “tu cuerpo cayó putrefacto. / Cómo puede ser?,/ pensaste. Cómo/ saboreo este gusano/ si aún estoy vivo?// Eso sí/ mis ojos están cansados” (“La brisa”). Inventaría las partes de su cuerpo, tal vez para exorcizar una imposible esperanza: “Cansancio/ tendón/ cartílago/ empeño/ dolor/ temblor. / Torcido/ retorcido/ astillado. / Reseco/ arrugado/ amarillento. / Confesiones tardías. / Cielos cansados. / Apagados. / Apa” (“Cansancio”). De forma expresa, titula “Conciencia” al poema que, en su centro, pide: “Mejor soltarse si no vas/ por la eternidad. // Pero ya no sabes/ qué lado está más lejos. // Notas el cansancio?”
Es inevitable, sin embargo, que tal claridad de juicio mueva tanto al descreimiento como a la necesidad de creencia en el hálito primordial: “Siempre pensé en el cielo, / el hogar de dios/ o de los dioses. // Hoy veo estos cielos cansados, / alicaídos, derrumbados, // y descreo. // Prefiero postrarme/ ante tu belleza/ aunque pierda/ una y otra vez// la cordura”. Así, contrasta entre la luz del Sol como fuego de la vida y la llama pequeña del final: “¿Dónde está el sol? / Demasiada la niebla. / Los cielos/ escondidos otra/ vez. / Temo que cuando/ logre ver// no estés allí” (“Díganme”). Y en ese final, todos “Juntos”: “Había muchos fantasmas/ en ese plano despojado, / tan auténtico y real. // Me escudriñaban/ rostros sin ojos. / La palidez no era cansancio. // Sus besos sin lengua/ intimidan./ Abrazo una extraña/ soledad.// Ensayé una mueca/ que no abandonaré.// Un luminoso gesto./ Una duda eterna”.
¿Es acaso el hombre un animal sujeto a leyes ineluctables? ¿Es decir, un ser carente de oportunidad para gobernar su derrota? ¿Está al albur de las fuerzas que intervienen en su propio devenir? Dardo Passadore, en “Atrás”, deja claro que alguna responsabilidad tenemos los humanos en cuanto nos sucede: “Hasta dónde/ podemos dar/ marcha atrás/ reversar/ reversionar/ pedir perdón?// Hasta cuándo/ crees/ que puedes/ poner el dedo en el percutor? […] Somos tanto o más/ lo que no hicimos/ que lo hecho. // Somos olvido. / Somos lágrimas. / Somos error”. Finalmente, opta: “Iré por ese sol/ aunque nunca llegue” (“Distancia”).
La segunda parte de “Cielos cansados”, “Letargo”, abandona la especulación de la primera parte, “Cielos asténicos”, para decirse desde el lugar mismo de la ruina. La recurrencia a las palabras de Alejandra Pizarnik no es sino el modo de fijar la visión desde la muerte misma. Desde la muerte o desde la no muerte: “Había tanto tiempo/ enterrado en esos metros. // Tantas historias y cadáveres. // Llegará ese día/ la alegría llegará/ con los niños avanzando cuando estén corriendo.// No sepultados”. La muerte es un lugar y un espacio residentes en un lugar inferior, ese que habitan los insectos, como las cucarachas: “esa cucaracha encarnizada/ que subía por el brazo” […] Y corría dentro de la manga/ cual víbora que no lo era. / Era hurgadora de almas. […] buena cazadora/ mató los últimos sueños. […] Ya ni pelo tengo. / Deseos sí. / Y hoy por fin/ llegó la cucaracha”.
Una certeza planea sobre “Letargo”: “El sueño es una canción antigua/ que siempre intentamos reconocer. / Aunque los acordes varíen/ aunque crea ver la luz/ en la noche interminable/ la canción/ siempre es la misma.// Mejor taparse” (“La veladora”), o sea, permanecer en la muerte. Y pese a ello (“Maderita del Colón”), “había diez segundos inolvidables/ hasta el piso.// Como no volar?”. Efectivamente, saberse abajo, pero entender que la rebelión es necesaria: ¿cómo no volar lejos del cansancio que a todos llega, lejos del fin que a todos nos espera?; ¿cómo no volar con las alas de la vida, que, en su fugacidad, es eterna y pródiga como no puede serlo la muerte? Mientras puedan enunciarse las carencias del vivir, la vida existe y permanece. Los cielos cansados son asténicos, pero están en letargo: la vida acabará despertando.
[i] Cielos cansados, Dardo Passadore, Alción Editora, Córdoba, Argentina, 2024