DE ORILLA A ORILLA

TÉTRICOS, PATÉTICOS Y PERIPATÉTICOS

Por Jorge Rodríguez Hidalgo

 

            La oclocracia (‘poder de la turba’) es una realidad en todo el mundo: solo hemos de ver cómo la llamada democracia burguesa ha permitido que en muchos Estados hayan sido promovidos a su jefatura hombres con un perfil criminal cuyas actuaciones en nada desmerecen de las de sanguinarios del pasado. En la actualidad, hemos de lamentar la presencia de estadistas como Putin, Trump, Netanyahu, Maduro o Milei. No es que hayan enloquecido nuestras sociedades, sino que han sido desposeídas de los elementos imprescindibles para desarrollar criterios propios; es decir, el ciudadano ha sido suprimido como tal para ser convertido en un ente vagaroso, errático, que, sin embargo, no ha llegado a conocer los beneficios de seguir las enseñanzas de maestros que ayudan a pensar, que estimulan el conocimiento sin imponer su pensamiento.

            Pienso en Aristóteles, lo veo paseando por el jardín donde fundó su Liceo. Formado en la Academia de Platón, supo encontrar su propia filosofía y, sin perjuicio de asimilar el idealismo del ateniense, heredero a su vez de las enseñanzas de Sócrates, seguir la senda de la experiencia para explicar el mundo. Pienso en los afortunados peripatéticos de entonces y en los que a lo largo de los siglos posteriores aprehendieron la sabiduría ofrecida libérrimamente por el estagirita. Porque Aristóteles, a diferencia de Platón en su Academia, no exigía pago alguno a quienes quisieran saber. Hoy, contrariamente, se paga por no saber; o por ser más preciso, nos hacen creer que conocer/saber es una superfluidad y, por ende, un lujo inútil, cuando no engañoso y contraproducente para las gentes de bien (corderos de sus ídolos paganos o sumisos creyentes de dioses castigadores), por lo que mejor es alimentar a quienes nos proponen huir del ver e ir en pos de la alegre y brillante oscuridad. Ya nos lo adelantó hace casi dos milenios el romano Juvenal: “…desde hace tiempo -exactamente desde que no tenemos a quién vender el voto-, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo, ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: ‘pan y circo’”. “Panem et circenses” es exactamente lo que el prójimo clorótico adeuda para vivir (?) la paz de los imbéciles o idiotas. ‘Panem et circenses’ es la substancia de la oclocracia.

            Entre los muchos propagadores del pensamiento único -es decir, el pensamiento sin pensamiento, el proceder desenrazonado, sin guía que sirve a los “propietarios” del vasto mundo-, me detengo en uno que dispone de una tribuna televisiva: un periodista de la televisión pública de España presenta semanalmente un espacio de entrevistas, “Plano General”, un programa que, según repite machaconamente, es “sencillo y sincero”. Los entrevistados por el presentador son mayoritariamente personajes cuyo perfil político es el ideal para los cuestionarios fijos que vertebran el “diálogo”. De antemano, se sabe que las respuestas de los convidados van a ser congruentes con el objetivo del programa: hablar mal del actual presidente del gobierno español, Pedro Sánchez; demonizar a los independentistas, especialmente a los de Cataluña; loar la corona española; obviar la diversidad cultural de España, así como remarcar todo lo políticamente correcto, es decir, cuanto coadyuve a mantener el ‘statu quo’. Pocas han sido las excepciones: un actor con ideas propias, Luis Tosar, que, pese a morderse la lengua ante ciertas preguntas, no ha colaborado, sin embargo, a mantener la farsa del periodista, y un virtuoso guitarrista flamenco, José Carmona Carmona, Pepe “Habichuela”. Me detengo en este último. Se trata de un octogenario con una longeva vida artística, pero siempre alejado del debate político y de las disquisiciones intelectuales. Las preguntas del “comunicador” buscaban el beneplácito del guitarrero, pero este, con escasas dotes oratorias, rehuía la dialéctica como podía. El entrevistador, sin embargo, pretendía que el artista respondiera con las cuerdas de su guitarra a sus capciosas y alienantes preguntas. Inevitablemente, me vino a las mientes un poema del poeta Antonio Machado: “Guitarra del mesón que hoy suenas jota,/ mañana petenera,/ según quien llega y tañe/ las empolvadas cuerdas” (Galerías, XXII). El resultado produjo vergüenza ajena, pero no por el admirable “Habichuela”, sino por el insistente y contumaz periodista, a quien no le abandonó en ningún momento una sonrisa sardónica con ínfulas de superioridad. La sencillez y la sinceridad parecían haber sido lanzadas a la papelera.

            ¿Necesitan los poderes fácticos de semejantes voceros? Mientras se sigue considerando a los medios de comunicación de masas el cuarto poder, es dable preguntarse cómo pueden serlo si los dueños de los mismos colocan estratégicamente en ellos a lacayos tétricos y patéticos que abominan del espíritu de los peripatéticos. El pobre indefenso defendiendo al rico opresor. La oclocracia fomentada festivamente desde un modernísimo jardín de las delicias lleno de horrores y de insania.

 

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