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Reseña
Jorge Curinao y los signos del sueño
Por Diego Rodríguez Reis
Del repertorio inagotable de títulos posibles para una obra artística, suelen primar los sustantivos precedidos por un determinante artículo. Los ejemplos abundan desaforadamente: Las nubes, La hojarasca, El Aleph, Los venenos, etcéteras. Pero, en general, se trata de sintagmas nominales que en ocasiones suelen asociarse a un adjetivo (El paciente inglés, La hermana menor, La isla siniestra). Esta estructura admite la repetición, el hipérbaton y el aun oxímoron. Sin embargo, nada más inquietante, para un título, que un determinante indeterminado: suena casi como una contradicción.
Los determinantes indeterminados, según un diccionario brutal de gramática, “agregan información indefinida” al nombre o sustantivo. Tal es así, que pueden funcionar tanto como determinantes que como adjetivos o pronombres. Terreno onettiano el de lo indeterminado. Hugo J. Verani ha escrito sobre Los adioses: “Todo plural indetermina, agrega elementos abstractos: por esta razón, estos “adioses” cren un aire romántico de velada nostalgia”.
Estos son los terrenos del discurso poético de Jorge Curinao. Simétricamente opuesta a una línea poética que configura icónicamente, pero que recrea recursos narrativos (argumento-conflicto, estructura principio-nudo-final, conectores espacio-temporales), Otros animalesi propone veintiocho textos que icónicamente parecen narrativa, aunque postulan en realidad una lógica poética. ¿Cuál es esa lógica poética?
El primer texto del volumen arranca así, despabilando al lector distraído:
“Dicen que la nieve es neutra y que la noche canta como un niño ahogado. Escucho mi nombre en un sueño caído al pensamiento, al suelo.”
[I].
Ya el verbo conjugado “dicen” incita (obliga) a reponer información semántica sobre esta tercera persona del plural (¿quiénes dicen?), gesto que recuerda vagamente al “cuando se despertó…” de “El dinosaurio” de Monterroso.
De hecho, en todo el libro casi no hay pronombres personales:
“Soñamos con vivir juntos. Recorrer la Patagonia en un 4L, sentir el viento en la cara, conocer el desierto. Entonces, te llamaría Pri y, en la cartera, llevarías una cadenita de San Benito.”
[IV; las cursivas son mías].
Los pronombres personales brillan por su ausencia, recuperando la clásica frase que, casi tautológicamente, pertenece al historiador latino Tácito. Curinao, así, nos mantiene atentos a esos sujetos tácitos, a esa aparente impersonalidad que no es tal. Vale decir que esta posibilidad de eclipsar el pronombre personal sin que la frase pierda sentido es propiedad de la lengua castellana, imposible en otras lenguas: lo notorio es la identificación y el uso de esa propiedad por parte de Curinao.
Continúa pendiente la cuestión del sentido. En el texto VII, leemos:
“Suceden las mañanas de hombres sin rostro. Los signos del sueño. La luz apagada.”
Y aquí hay un indicio de registro, de clave de lectura, un campo semántico donde abrevar: el sueño.
Abundan las referencias, directas y veladas al sueño: “¿Qué es un hombre entrando al sueño?” [I]; “Soñar con el mar” [II]; “Cayendo de un sueño, mis creencias se convierten en juguete” [III]; “Quiero decir, sin temor, la sombra de tu sombra, adentro del sueño” [XXIII].
Alrededor de ese eje temático, orbitamos como lectores, sosteniendo la distancia prudencial, precisa, exacta para mantenernos iluminados pero no quemarnos.
Hay un gesto en la poética de Curinao que recuerda aquello que Barthes decía de Flaubert, que tenía a capacidad de perforar el discurso sin que pierda el sentido: no se pierde el sentido, podríamos agregar, sino que otro sentido se impone, otra lógica.
Terrenos movedizos, como bien observa Paulo Leminski en Un signo incompleto: “La actividad poética es una cosa volcada sobre la palabra en tanto materialidad, la palabra en tanto cosa del mundo. El poeta es, en su obvia pasión por el lenguaje, porque un poema no tiene propiamente un significado, él es su propio significado”.
Curinao “entra al mundo desde otros mundos” [XXVII], nos propone textos que huyen de la explicación, de la auto-exégesis incluida en el mismo texto, muchas veces postulada en el propio título. Los textos que componen Otros animales están serenamente titulados en números romanos, en escala ordinal, del I al XXVIII: que signifique quien pueda, diría Samuel Beckett. Esa doble acción literal-simbólica de lectura e interpretación demanda otro tiempo, hay que construir otra trama de relaciones, insisto, otra lógica:
“Se aprende, en el pueblito, a caminar despacio. Se aprende a hablar con las estrellas, con los muertos.”
[XIII]
Otra concepto fundamental que atraviesa el libro (otra clave de lectura) es la muerte:
“Lo más terrible sucedió. Todo se rompió”, anuncia en el poema VI. En IX leemos: “…odio las muertes, las esperas y sobre todo, los ojos que no quieren mirar.”
El texto XXIV dice, epifánico:
“Cada mañana miro tus ojos para encontrar en ellos, mis manos. Así aparece la muerte. Primero, en el botón de la camisa. Luego, en las miradas que nadie quiere cruzar.”
El sueño, la muerte y lo visible (tercer clave de acceso) confluyen en la misma página.
La gran Graciela Cros dice, lucidísima, en el prólogo del libro: “…contra todo pronóstico o prohibición, la poesía despliega sus banderas donde el poeta señala tierra fértil; eso hace Jorge Curinao, sale al desierto, a la nieve, al mar…”. “Sólo la búsqueda del sentido tiene, realmente, sentido”, sentencia Paulo Leminski en el texto ya citado.
Lejos de las luces del centro y de las redes, Jorge Curinao inicia, con cada libro suyo, una pesquisa tierra adentro, mar adentro, desierto adentro, tensionando las fronteras entre la realidad y la representación, la realidad y el sueño, en busca de esos inverosímiles “signos del sueño”, para traerlos a esta dimensión, compartirlo: sin moralejas, sin posverdades ni respuesta provisorias.
El poeta y el misterio, cara a cara: “Dios es una palabra”, nos dice en el poema XXVIII, “y el argumento termina aquí, donde el viento tajea”.
Esta nueva edición de Otros animales (la primera fue editada por el propio autor hace una década) podría llevar tranquilamente en su portada, como subtítulo, esta clásica inscripción de los mapas medievales, para indicar territorios inexplorados o peligrosos, poblados de monstruos mitológicos o criaturas desconocidas: «HIC SUNT DRACONES»
i Otros animales, de Jorge Curinao, ediciones la yunta, Buenos Aires, 2024.