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Desde el mirador
Poesía y poder
Por Kepa Murua
¿Qué puede hacer un poeta en un siglo que se debate en cíclicas crisis de índole política y personal?, ¿la crítica a las recetas que se barajan desde el poder para solucionar los problemas de la sociedad se podría combinar con un tono que se detiene en el disfrute de los momentos íntimos? El escepticismo y el pesimismo por el acontecer de la sociedad, la solidaridad con el oprimido y la importancia de los instantes que reflejan la alegría, la ternura o el amor podrían ser los registros inconfundibles de una poética que, con la duda existencial al frente, alza la voz como escribe de la vida con todas sus fuerzas y contradicciones.
La poesía, con sus límites, debería responder al poder con la crítica de unos manejos partidistas que enfrenten las posibles construcciones de la realidad más dura con un retrato íntimo de las emociones y una descripción de los sentimientos humanos que como un espejo envolvieran con sus detalles más concisos, lo que sucede en el exterior y se siente en el interior de cada persona. La poesía, con todas sus contradicciones, construye la vida que se transforma sin más en un tiempo que a su vez cambia el paisaje de las emociones que se asientan desde el pasado, permanecen en el presente y en el futuro dictaminarán con qué peso se sintieron mientras el mundo parecía ir a la deriva, pero se salvaba de su propio enredo como cuando uno mira por la ventana, ve una grúa en un edificio desolado, llueve y no sabe por qué pero es feliz.
La poesía es la crítica del poder cuando la infelicidad envuelve al hombre, el asombro de la palabra cuando la realidad lo convence de su existencia, pese a todos los posibles males o las posibles incertidumbres que asoman como dardos envenenados en la diana de la felicidad momentánea que en el presente no puede recordar el pasado ni acordarse tampoco de ese futuro que no existe mientras la poesía lo envuelve con su mirada más evocadora o crítica.