
La Torre de ángeles, de Yael Noris Ferri
Por Vera Palmeri
Conduzco por la ruta 40 al borde de la cordillera de los Andes. Escucho en una radio local que van a inaugurar una nueva sección en el programa: Canciones de protesta. Bordeo el cerro La Monja, formaciones rocosas la simulan con un velo. Su cima ha sido un lugar sagrado para los pueblos originarios de la zona. Ellos lo llamaban Trono de las nubes.
Pienso en Carla y Emilio, los protagonistas de La torre de ángeles[i] de Yael Noris Ferri. Ellos también van a una cima a hacer algo sagrado. Suben treinta pisos. Desde allí, como si fueran ángeles en una realidad cordobesa apremiante, hacen volar cientos de mariposas amarillas con una denuncia en sus alas: “Chancho, la educación no se toca, ¿sabés lo que propone la nueva Ley de Educación Superior? Acercate a la Plaza San Martín, informate y firmá”. Esos volantes arrojados son un pacto entre ellos, dos jóvenes en defensa de la educación pública. Lo sagrado se vuelve lucha y amor. Un amor joven que llega hasta donde puede y que tiene la convicción de transformarse en ese sentimiento de querer cambiar el mundo. “Las marchas, caminar y entonar en coro canciones de protesta han sido una parte fundamental de mi vida”, dice Carla.
La literatura testimonial, o de denuncia, a lo largo del tiempo se fue plasmando en poesías, ensayos y novelas. En Europa, de la mano de Dickens, en Rusia con Gogol a la cabeza en la edad de plata, o Victor Hugo en Francia. Hay una denuncia de la pobreza, de la opresión, de la injusticia social que se va ampliando a partir del siglo XX en distintas partes del mundo. América Latina tiene fuertes referentes, Vallejos, Scorza, Galeano, Rulfo, García Márquez, entre otros. En la Argentina se puede empezar por la gauchesca, Echeverría, algunos cuentos de Borges, Cortázar, Conti, Walsh, Puig, Arlt, Urondo o Gelman, por citar algunos autores en cuya escritura resuena la represión, el dominio, la violencia, la corrupción y el desafuero, la masacre, la explotación, la injusticia social. Carla cuida y se aferra a sus libros para vivir. Trabaja en una biblioteca. En sus momentos de vacío, recita fragmentos de Quevedo, Pavese, Gelman, Cortázar o Benedetti. Los libros se le presentan como un refugio seguro. “Lo recuerdo (Quevedo) de la boca de Marta …mientras caminaba por la biblioteca, aquellas tardes de invierno en las que recitaba antes de cerrarla, como si fuera un rito, una oración, una plegaria, una bendición.”
En La Torre de ángeles, el conflicto social se nos presenta atemporal. Transcurre en 1995 pero podría ser anterior o en nuestros días. Es una cartografía de la Argentina que se asienta en un conflicto docente, el cierre de un instituto terciario, su privatización o su devenir shopping.
La autora, con una escritura sencilla y sutil, nos va marcando el paso en un más allá de las cosas. Los protagonistas están enlazados por un mismo significante: huérfanos. Carla perdió a sus padres en un accidente y Emilio viene de perder a los suyos: el padre se acaba de suicidar y hay una madre que se va lejos. Esa orfandad funciona de manera eficaz como la metáfora de una Argentina sin tiempo, que sufre por sus muertos en dictadura (acaso los de Carla), el desempleo, el vivir al día, saltearse una comida o caminar para no gastar los cospeles del colectivo o del teléfono público. “...vivimos a té y galletas de agua y ya casi todo lo hacemos caminando. No cobro la beca desde marzo, apenas nos alcanza para pagar los servicios. La heladera solo tiene leche, en la alacena yerba, azúcar, vitina, medio paquete de arroz, sal y fideos. Si la tía no cobra este mes lo que le deben, nos van a cortar la luz”.
Como en un ágora clandestina, en el segundo apartado: El patio, se gestan estrategias de lucha entre estudiantes y docentes. Los personajes van y vienen, corren, lloran, fuman ansiosos, se pierden y se encuentran en las marchas. Se abrazan, se sienten esperanzados, aunque están advertidos, de las contradicciones del mundo y de ellos mismos. Carla y Emilio son conscientes de la necesidad de simbolizar, de ser parte del quiebre en ese momento de la historia de Córdoba para convertirla en memoria. “Sabemos que la memoria, como una diosa protectora de la vida, algún día contará nuestra historia”, dice Carla.
El recurso a la torre, la ciudad y sus calles, las marchas, la amistad y la lucha, los jóvenes personajes que arman lazos, son los modos de desplazamiento para que la memoria perdure. “Imagino que la memoria es como una cinta larga, una tira de tiempo que no puede grabar las marcas que me vienen como pantallazos o flashes. Repaso esas marcas intentando ordenarlas o buscándole algún sentido”
Nadie se salva solo, los personajes van a contrapelo de la denominación que se pretende asignar a su provincia: La isla: “Isla era sinónimo de soledad e indiferencia, y eso no era parte de nuestro trato”.
Un trato, un pacto. Carla y Emilio en la cima de esa torre que se convierte en sagrada, como el Trono de las nubes de los pueblos originarios. Estaciono el auto al pie de la cordillera y pienso en nuestras luchas de siempre.
“…No sabíamos qué nos depararía esta Córdoba, pero estábamos seguros que frente a cualquier amenaza sobre la educación pública, nos levantaríamos unidos, con la inmensa fuerza de aquellos que han perdido casi todo, pero están dispuestos a defender lo que les queda”.
[i] La Torre de los ángeles, Yael Noris Ferris (Ediciones del Callejón, Los Hornillos, 2025)