LA COMADREJA (y otros cuentos)[i], de José Luis de Giano[ii]

 Por Jorge Huertas[iii]

Se reúnen en mí dos miradas, dos sentimientos: la del compañero y amigo, y la del escritor. Es inevitable. Todos queremos mucho a José. Ha dejado en nuestra comunidad del Teatro de Repertorio una cálida y respetuosa memoria. Voy a dejar de lado la primera, y decir unas breves palabras acerca del escritor y más específicamente de este libro.

Quienes me conocen, saben muy bien que distingo el producto de la fuente que lo crea y lo muestra. Es una actitud de respeto y también el mejor método que conozco para adentrarse en el proceso creativo. 

A más de tres años de su partida, hoy José regresa en aquello que nos hace específicamente humanos: las palabras. Y las palabras de José son tan intensas e inconfundibles como él mismo.

En una primera lectura se puede creer que en estos cuentos verdaderamente cortos el autor ha querido intentar un ejercicio de estilo. Oraciones largas, algunas muy largas, con muchas frases subordinadas. Respira todo el libro un cierto barroquismo. Y podríamos hablar acerca del intento literario de José desde esta perspectiva crítica, pero no es así como yo me conecto con la literatura. No soy crítico literario, ni menos académico en Letras. Prefiero otro camino, aunque mi comprensión sea parcial y subjetiva. Prefiero tener frente a su libro una respiración empática, intentando entender el núcleo poético que organiza sus palabras.

Podría decirse que busco al poeta que escribe, en este caso, cuentos breves. Y cuando digo núcleo poético no me estoy refiriendo al uso de adjetivos, tiempos verbales, respiración, ritmo. Intento comprender lo que aquí se expresa en palabras.

En fin, quiero hablar aquí de la desesperación y del consuelo en el corazón del artista.

En lo que a otros puede parecerles un estilo, yo veo otra cosa. Veo al poeta frente al mundo, con todos los sentidos encendidos, que mira y ve que todo lo existente vive en un punto al mismo tiempo, en la más pequeña fracción de tiempo. Por ejemplo, en el simple y corto tiempo que significa caminar hacia una esquina se condensa todo lo existente.

Para relatar no son necesarias tantas palabras. Tomemos, por ejemplo, Romeo y Julieta. Se podría decir que se trata de dos hijos de familias enemigas que se enamoran, tienen dificultades para consolidar su amor y finalmente termina todo mal, muy mal. ¿Es eso Romeo y Julieta? Sin lugar a dudas, no. Por el contrario la obra es amasijo, una estrella enormemente densa, de emociones, situaciones, personajes, casualidades, planes, pasiones, intentos y azares. Y eso lo saben muy bien las actrices y los actores, poetas del cuerpo y el tiempo, que viven intentando lo imposible, que se tiran de cabeza, se emborrachan de esa droga dura, bella e insoportable, que es actuar. Se dice habitualmente: “Los actores lo que quieren es actuar”. Y bien que hacen. Porque allí en la escena sin fondo, ellas y ellos encuentran el Aleph del mundo. José era actor y eso lo sabía.

En el escritor es distinto. Al actor no sabe, no le interesa explicar qué le pasa o pasó en escena donde Poesía y cuerpo van juntos. El escritor siente también su núcleo poético, pero no le basta simplemente ser. Su cuerpo es el lenguaje, las palabras. La esclavitud es más laboriosa. Escribe, tacha, busca otras palabras, borra todo y vuelve a intentarlo, hasta que encuentra o creer encontrar, que su núcleo poético y el lenguaje se han acercado y (con muchísima suerte) hasta se tocan. Entonces Mundo y Escritor, con viento a favor, ayuda de las estrellas (o vaya a saber qué), se encuentran en el texto.

Toda esta digresión, que espero no los haya aburrido, es para decir que José no intenta aquí una aventura estilística distinta. Sino que su hambre poética necesita esta expresión. ¿Qué culpa tiene él, si así se le presentó el Aleph? Este término está tomado del cuento de Borges, en donde se narra la existencia de una esfera con el mismo nombre. Se trata de un punto del espacio que contiene todos los puntos. Es una de letras madre de la tradición judía y también un símbolo de Dios (Dios es único como el Aleph es el uno). Me gustaría presentarlo con esta metáfora: la mirada de Dios.    

En libros anteriores José tal vez quería contar cosas que sucedían, hoy, en este libro, se hunde en un hecho pequeño y se da cuenta que es infinito. De allí nace el estilo narrativo de este libro

Es por eso que la historias de este libro están repletas de situaciones no desarrolladas, como un arma martillada cuyo gatillo no se ha disparado aún. Allí reside su tensión. Casi con cualquiera de los cuentos se podrían escribir escenas y situaciones que allí están encerradas, hacinadas, prisioneras de y en el lenguaje. Una muestra de ello son los cuentos que se leerán luego: La oscuridad a plena luz del día como en “Niña en la 9 de Julio”. La Ironía y cierto humor negro en el “Sueño del condenado” y la extraña e intensa relación entre el sueño y la vigilia, en “Lapsus”.

Después de este comentario general llegamos al momento más sustancioso: el cuento que lleva el título del libro: La comadreja.

Primero, es necesario destacar la profunda necesidad de que el libro lleve ese título. No se trata de un escritor que busca un título atractivo para una tapa. Más aún, con un dejo de ironía expresa entre paréntesis “(y otros cuentos)”. Es más que claro que el autor quiere destacarlo de entre toda la producción.

El cuento tiene tal vez un aroma autobiográfico (sucede en los pagos de Mercedes, ciudad en la José nació) y se refuerza con el hecho de que esté relatado en la primera persona, y se trata además de un recuerdo del protagonista. Aunque aparezcan estos rastros no voy a hablar de ningún modo del querido, sino del escritor, el poeta que ha encontrado su símbolo y su sentido. ¿Y cuál es ese sentido para mí?

Me viene una asociación que no puedo evitar: el relato bíblico del Paraíso y de la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal. Se ha escuchado tanto esta frase a lo largo de los siglos, ha estado tan manoseada y tergiversada que ha perdido su feroz potencia simbólica y poética. Escuchen: el árbol de la ciencia del bien y el mal. ¿No es bellísimo?

Por supuesto no se trata de cada uno de nosotros esté en concreto frente a él, pero sí, me animo a decir que cada uno tiene su árbol de la ciencia del bien y el mal. Que toma distintas formas y momentos.

Y en este cuento, para el autor, es un hecho de su infancia. Es muy probable que para muchos de nosotros ese árbol también esté en la infancia.

Dramáticamente, en el cuento ese momento se condensa en la tarde de un niño solitario, que sin ningún testigo, realiza una acción mitad aventura y mitad travesura. Pero que en la mirada del escritor ya adulto se transforma, como en Adán y Eva, en la definitiva pérdida del paraíso de la inocencia. No es para nada casual que el cuento La Comadreja tenga un epígrafe del poema Cantos de Inocencia, del gran poeta William Blake.

El escritor nos muestra en esta historia el momento infantil en el que nace la ética. Nunca mejor expresado que en la conocida frase: El Niño es Padre del Hombre. El sagrado momento en el que, en el silencio y la soledad de su propia almita, el niño comprende como una iluminación que existe el bien y el mal.

En estos tiempos tan líquidos y crueles, momentos de escándalo, nihilismo y grosería, el autor, José, nos muestra con contundencia y sensibilidad que la ética existe, que hay cosas que están bien y otras que están mal. Que no hay palabra, imagen, tweets, algoritmos, reels, discursos, filosofía que pueda diluir esa diferencia. La elección de José de desplegar en un hecho nimio, travieso y trivial, esta verdad que debería organizar el mundo, es sin duda un acierto. Más que un acierto, un regalo. Porque él nos expresa así que la verdadera lucha reside en el corazón de cada mujer y cada hombre.

El niño que sale al campo con su fusilito de balines vuelve a su casa ya incorporado al mundo con su inocencia perdida. Ya conoce el gran peso que tiene la palabra “decisión”. Y el yo que relata ese rito de pasaje íntimo, siendo ya mayor, siente la culpa de haber decidido mal.

La culpa tiene mala prensa. Pero la ética no podría existir sin esa palabra tan devaluada. Y ya que ya soy un hombre mayor me permito un inútil consejo: desconfíen, y mucho, de quienes dicen yo hago lo que quiero. Y más aún de quienes no lo dicen pero lo hacen. Con mucha frecuencia se confunde el deseo con el capricho. Lamento mucho que hoy nuestro mundo maravilloso quiere que este sea el fundamento de su existencia.

Por suerte, con frecuencia tenemos artistas (del cuerpo, del sonido, del lenguaje, de los colores) que tocan el corazón de sus hermanos para que ellos recuerden que no somos inocentes, que tenemos que decidir y que el bien y el mal no es lo mismo.

Nuestro querido José Luis es uno de ellos.

Como siempre agradezco al TRN por entregar su espacio para este merecido recuerdo con la presentación de su libro. A Diana Griot por haberme elegido para hacer esta introducción que me ha permitido estar cerca de José más allá de su corporeidad. 

Y quiero terminar con estas palabras: Amigas y amigos, estamos parados sobre hombros de gigantes. La cultura argentina es invencible.


[i] La comadreja (y otros cuentos), de José Luis de Giano (Ediciones La yunta, Buenos Aires, 2025)

[ii] José Luis de Giano (1946-1921) Escritor, actor y director de teatro argentino.

[iii] Texto leído en la presentación del libro en el Teatro del Repertorio (Buenos Aires), en marzo de 2025.

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