
Actos humanos, de Han Kang, un grito humanitario
Por Sergio G. Colautti
La novela Actos humanos, de la surcoreana Han Kang, fue publicada en 2014 y en 2024 en Argentina, cuando la escritora fue galardonada con el Premio Nobel de ese año. Otras obras suyas (La vegetariana, La clase de griego, Imposible decir adiós) completaron esa edición plural.
Actos humanos aborda desde un realismo conmovedor y original la masacre de Gwangju, ciudad donde nació Han Kang en 1970: la dictadura militar surcoreana decide disparar contra estudiantes y civiles que protestan convirtiendo la plaza en escenario de un horror que siempre parece inenarrable, hasta que aparece una escritora que encuentra la respiración y las palabras para sostener el pulso imposible del relato. La elección narrativa de la segunda persona, con el tono seguro y persistente que media entre el testimonio y la denuncia otorgan al texto narrativo una conmoción constante, pero también un pulso literario convincente:
“¿Cuántos cuerpos habrán llegado del Hospital de la Cruz Roja? Cuando se lo has preguntado a Jinsu esta mañana, te ha contestado con parquedad que unos treinta. Mientras el estribillo de la solemne canción vuelve a elevarse como una torre interminable para precipitarse a continuación, treinta ataúdes serán descargados uno a uno en el camión y serán puestos al lado de los veintiocho que tú y tus compañeros habéis trasladado esta mañana…”
Al relato minuciosamente realista que describe la tragedia desde el sitio de las víctimas se agrega, en otra zona del texto, un relato que incorpora sutilmente el registro ficcional: el alma de una mujer muerta recorre las montañas de cadáveres, describe los modos del terror que le tocó presenciar, incluso los que terminaron con su vida, y se hace preguntas que se disparan más allá de la masacre propia, hacia la experiencia universal de hombres y mujeres en la historia, atravesados por la violencia, el odio, las formas del terror:
“Pienso en el cañón del fusil del que salió la bala,
en el frío gatillo,
en el dedo tibio que lo apretó,
en el ojo que apuntó contra mí,
en los ojos de quien ordenó disparar.
Quiero verles la cara, flotar sobre sus párpados dormidos,
hasta que en sus pesadillas fijen su vista en mis ojos,
hasta que escuchen mi voz diciendo: ¿por qué me disparaste?”
Es en este punto y en la interrogación sobre la condición humana, que se repite y subraya, donde la novela se convierte en grito humanitario contra todas las masacres de la historia, contra todo el terror del poder despiadado.
En otro espacio de la novela, una mujer escritora intenta sortear la censura y las miradas que inspeccionan su texto publicable. En su vida cotidiana, sufre la violencia de siete bofetadas de su pareja. Una y otra vez, calla y sigue, suponiendo que cada una será la última:
“Cuando el hombre le pegó la primera, ella no se quejó. Tampoco se movió para evitar el segundo golpe. En lugar de levantarse de la silla, acurrucarse debajo de la mesa o salir corriendo, esperó quieta y en silencio. Esperó que parara.”
El episodio se incrusta sin permiso en la narración de la masacre, como si fuera otra historia; sin embargo, una lectura simultánea vincula los incidentes y les otorga relación: la violencia y la humillación casera y cotidiana como germen y matriz de la violencia política, tan humillante y atroz como la otra, a otra escala.
Y otra vez el grito humanitario de Han Kang parece tomar la forma de una interrogación: ¿Podría suceder la violencia estatal, el terrorismo político, la represión pública, sin la violencia cotidiana, sin el desprecio como vínculo familiar, sin la agresión como relación social? Otra vez, como tantas veces, la literatura formulando las interrogaciones de fondo en tiempos atravesados por la deshumanización, por la desvalorización de la dignidad humana en sus esferas más íntimas y en sus circuitos más públicos:
“¿Cuál es la esencia del ser humano? ¿Qué tiene que hacer el ser humano para no ser otra cosa que humano? “
En la novela de la escritora-personaje el censor elimina esa pregunta por la condición humana. En la realidad del mundo del convulsionado siglo que nos toca, la realidad misma parece empeñarse en borrar esa interrogación, a favor de un destino donde la persona humana ocupa un sitio penosamente marginal.